El Jardín de Pandora

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EL JARDÍN DE PANDORA

Por Janina Ibeth Flores (Vejibra Momiji)

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Dedicada a Andrea Neptune

Agradezco a Linda Ravstar por toda la paciencia que tuvo al corregir esta historia.

Escrita para la Antología "Ofrendas de Yule"

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Nunca había nevado en su pueblo, ni en ningún pueblo cercano. Ninguna aldea que estuviera a orillas del mar conocía la nieve, aunque muchos campesinos anhelaban hacerlo. Sin embargo, nacidos en una tierra donde el invierno no  existía y el más mínimo indicio de su llegada traía malos augurios, la gente estaba acostumbrada a vivir un supuesto verano eterno.

Pese a ello a muchos aldeanos le gustaba escuchar lo que los más viejos, ancianos de cien años o más, solían relatar por medio de parábolas; cuentos de tiempos diferentes cuando el mundo era otro. Despertando la curiosidad de muchos por la gran cantidad de maravillas que parecían existir; máquinas que volaban y transportaban a la gente de un sitio a otro, máquinas que les permitían comunicarse, cientos y cientos de máquinas que ayudaban a los hombres a labrar la tierra y cosechar alimentos en temporadas donde no caía agua de los cielos, y máquinas que salvaban vidas y curaban enfermos.

En su imaginación y lo poco que conocían del pasado, los ancianos creaban un mundo sin hambre, sin pobreza, sin muerte y sin miedo. Una tierra soñada, donde no existían los helios; criaturas humanoides con alas metálicas que devoraban y aterrorizaban a los humanos cada tres generaciones poco antes de que llegará el supuesto invierno.

La finalidad de aquellos relatos era dar a su gente esperanza, convirtiendo sus ilusiones y fantasías de un mundo mejor en una sociedad simple que no temía al mañana, ni a los tiempos oscuros y donde podían vivir en paz;  donde podrían criara sus hijos e hijas sin temor a que fueran devorados, tal como sus padres lo habían hecho durante años.

Así es como la joven Dafne creció y vivió; acomplejada por su madre e incentivada por los ancianos a crear utopías, aprendió muy bien  cuál era su lugar en el pueblo pese a que codiciaba algo mejor. Su rutina diaria era muy simple:trabajaba en el molino cada mañana y por la noche escuchaba los relatos en la casa comunal del pueblo, olvidando de esa manera que temía que los días de la cosecha terminarán y los helios retornarán; cazando, alimentándose y secuestrando a las niñas más pequeñas para nunca más ser vistas.

Durante su infancia esa fue su peor pesadilla. Los rumores solían decir que cuando los helios atacaban una aldea, secuestraban a las niñas más pequeñas sin razón aparente. Los rumores decían que no se alimentaban de ellas, solo… se las llevaban. Dafne no era la niña más bonita ni la más agraciada, pero tenía miedo, y crecer en un mundo donde eres la presa de un depredador superior y con el conocimiento de que los monstruos son reales, no era la mejor manera de vivir, tan solo se aprendía a seguir adelante. Tal vez por ello su madre la incitó para que fuera a escuchar los relatos de los ancianos, de alguna forma solo quería que la niña olvidara su realidad.

Conforme fue creciendo, Dafne aprendió, pero no se dejó influenciar, y pese a que era joven, no era tonta y entendía que tarde o temprano, sus hijos sufrían el mismo destino que todos:la muerte. Por eso, cuando alcanzó la mayoría de edad y tuvo su primer pretendiente, no descansó ni día ni noche, buscando la mejor solución que le permitiera huir de su pueblo. Sabía que más allá de las fronteras de su tierra estaban los bosques congelados y las selvas húmedas, donde nadie se atrevía a ir, porque estaban atestados de criaturas aun peores que los mismos helios.

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