¿Qué es más divertido que invertir el tiempo con las amistades? Puedo nombrar al menos veinte cosas que lo son, pero entre estos dos amigos hay una diatriba con respecto a este punto.
- ¿Qué acaso no planeas ir?
- No
- Anda, debes venir.
Y la insistencia jamás ceso.
Cuando las aventuras tocan a la puerta, hay que o abrirle, o ignorarle, y lo más recomendable era lo segundo.
- Estarán todos, vamos, lleva tus pies largo y estíralos un poco.
- Tu insistencia solo hace que dude de ir...
El temor a lo desconocido a veces no es del todo al peligro, sino más bien una reacción sobria a una situación que quizás pueda salirse de nuestro control.
Madera crujiendo en el fuego, y un par de gotas de lluvia resonaban, era un buen escenario para descansar.
- No tengo dinero para andar en esas estupideces.
- Tranquilo, que yo me encargo de los gastos.
- Luego tendría una deuda contigo, así que no.
Dulces sonatas de invierno que se arman cuando se está solo, pero con una voz molesta se torna en una simple y vacía nada.
La soledad hace una hermosa compañía, pero cuando una compañía viene, la soledad tiende a molestarse y extrañarse tanto como a una madre.
Insistencia y más insistencia, sin desistir.
- ¡Demonios!
Un grito de desesperación.
- ¿Qué sucede?
Preguntas con satisfacción.
- ¡Iré!, pero porqué ya no soporto más que insistas, me sacas de mis cabales.
Y así es como la tenue soledad se convierte en una brillante resignación a la compañía.