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La radio encendida solo reproducía estática, estaba en la estación equivocada, pero ni siquiera intentaba cambiarla. El lugar iluminado, el viento azotando las ventanas y por las rendijas el viento silbaba. Su mirada estaba pegada al sofá frente suyo, el cuero desgastado y rojizo. Varias colillas de cigarrillos enterradas en el cenicero.

En la mesa hay cuatro botellas vacías de alcohol y una a medio terminar a su lado. Sus ojos viajan a la mesa, entre las botellas y el cenicero esta una piedra; es pequeña y lisa, sin ninguna aspereza. En el sobrio mueble se ve aburrida y parece más un pisa papeles. Bajo la luz del sol se ve traslucida, brilla con destellos purpuras y azules. Parece más un cristal que una piedra.

La sacó del mar esa tarde, fue a pescar y en una de sus infructuosas cazas obtuvo la piedra. Parecía cara, podía serlo. Podría venderla al mejor postor, incluso subastarla. La guardó consigo y continuó pescando como todos los días.

Se dejó caer en sofá, sus ojos aún en la piedra. Podría preguntarle a Nekoyama el precio de la piedra en otros lugares, para así encontrar quien pagaría la mejor suma. Se levantó y bajó del sofá de un salto, fue a su closet y abrió. Rebuscó en sus cosas hasta encontrar su caja de herramientas. La llevó hasta el sofá y cambió a su forma humana.

Empujó las botellas vacías tirándolas al suelo, subió la caja de herramientas y la dejó junto al cenicero. Tomó la cajetilla de cigarros que estaba en el sofá y sacó uno, lo dejó en su boca y buscó a tientas el encendedor. Cuando lo encontró y encendió el cigarrillo, dio una larga calada. Disfrutó del tabaco unos segundos antes de ponerse a trabajar.

A la mañana siguiente salió de casa y fue al pueblo. Aún no llegaba cuando escuchó el ajetreó del lugar; no solía ir a menos de ser estrictamente necesario, prefería el silencio y soledad de ser posible. Al adentrarse observó a varios animales corriendo de un lado a otro, algunos hablando, otros en sus propios asuntos.

Buscó entre la multitud, mirando sobre las cabezas y se alegró de ir en su forma humana. La encontró cerca del consultorio médico, y antes de darse cuenta ya se encontraba caminando hacia allí. En su bolsillo la piedra se sentía más pesada de lo que recordaba.

En un trineo rojo iban los tres pequeños pingüinos, apretujados entre si y mirando a todos lados con ojos curiosos. Su plumaje grisáceo y esponjoso, se veía incluso más suave que la nieve recién caída. Ella sostenía la cuerda del trineo, tirando de el para transportar a los traviesos polluelos que parecía comenzarían a graznar por falta de atención.

Paró en seco cuando ella se giró a ver a los pequeños. Peraco cruzó los brazos molesta porque sus hermanos habían comenzado a graznar y empujarse. La joven pingüino golpeteó la nieve con su pie y miró a sus hermanos quejarse. Cuando los menores se callaron Peraco comenzó a reñirlos.

Observó en silencio como Peraco lidiaba con los tres polluelos. Ella era joven y tenía que lidiar con sus hermanos, había cambiado a ser más madre que hermana. Peraco tenía que cuidar, proteger y alimentar a tres bocas. Tenía una familia de la cual preocuparse y atender.

Su mirada cayó al suelo, observó sus botas cubiertas de nieve y sacó la piedra del bolsillo. Los destellos purpuras y azules danzaban, un arcoíris se formaba en la nieve por el reflejo del sol. La piedra, ahora colgante, parecía burlarse de él. Rock miró una vez más a Peraco, viéndola reír mientras acariciaba la cabeza de sus hermanos con cariño.

Rock chasqueó la lengua y dejó caer el colgante al suelo, la piedra hundiéndose en la nieve y siendo cubierta por la misma. Se dio media vuelta y regresó a su hogar, abriéndose paso entre los habitantes del pueblo.

Pasó la noche en vela creando ese colgante, que no pudo darle a Peraco y se preguntó porque siquiera se había esforzado. Se arrepintió ligeramente de no haberla vendido, haberla regresado al mar hubiera sido mejor. Gruñó para sí y se maldijo.

Peraco se irguió cuando observó a Rock girarse en lugar de acercarse a ellos. Calmó a sus hermanos y corrió hacia donde había estado el pingüino. Dio una mirada rápida a sus hermanos antes de escarbar en la nieve y buscar lo que el otro había tirado. Tomó el colgante por el listón y lo sacó.

Un jadeó de sorpresa salió de su boca al ver la hermosa piedra; los destellos bailando frente a ella, creando un espectáculo. Se levantó y miró a lo lejos, se paró en la punta de los pies para buscarlo, pero no lo logró. Sintió un vacío formarse en su pecho, Rock no había tenido el valor suficiente de darse frente a frente. Ni de dárselo.

El graznar de sus hermanos le hizo regresar con ellos, corrió y cuando se acercó los polluelos levantaron las aletas, curiosos de lo que cargaba. Peraco se los negó y se colocó el colgante en el cuello, escondiendo la piedra dentro su sudadera. Tomó la cuerda del trineo y siguió su trayecto a casa de Rocma, donde sería su cita de juego con Mafuyu. En su pecho el peso de la piedra le llenaba de calor y tristeza.

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Los pingüinos emperador hacen un ritual, que consiste en que el macho busca la piedra más bonita y se la entrega a la hembra, si ella la toma entonces acepta ser su pareja. Son animales muy fieles y tienen una sola pareja. 

Rock no es un pingüino emperador, esa es Peraco xD Él es un pingüino penacho amarillo, y casi no encontré información de su cortejo :/

Por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora