Una lata de cocacola chocó contra el suelo cuando ella se despertó encima de un libro de historia. De hecho, el suelo tenía otras cinco latas más.
"Mierda -dijo la chica-. Otra vez."
Se levantó y miró el despertador. Eran las nueve, y ella entraba a su instituto a las ocho. Pensó en prepararse a toda velocidad, pero esa idea se desvaneció de inmediato, solía ausentarse.
"Pues no voy y ya está -decidió-. Un día más o un día menos, qué más da?"
Se tiró en la cama y reprimió un gemido - el libro seguía estando allí.
Durmió un rato más, pero todavía le faltaban cuatro horas para completar las nueve que son supuestamente necesarias. Le dió igual, su cuerpo ya estaba acostumbrado a dormir poco, por lo que se encaminó al baño.
Se miró en el espejo: el blanco de sus ojos tenía el mismo tono rosado y tenía por supuesto las mismas ojeras, aunque obviando eso era muy guapa. Tenía el pelo negro azabache, los ojos turquesas y una nariz pequeña y respingona.
Se lavó la cara, se cepilló rápidamente el pelo y poco más.
Después fue a la cocina, se sirvió un vaso de leche fría y rebuscó un paquete de galletas oreo en los cajones. Mientras untaba las galletas en la leche, decidió poner la radio. La música era una de las pocas cosas de las que disfrutaba.
Se dejó llevar por las diferentes canciones mientras limpiaba su no muy grande piso. Cuando se cansó, volvió a su habitación, no sin antes haber apagado la radio.
Se sentó en su escritorio, y se puso con su tocho de historia. Por raro que pareciese, a ella le apasionaba, ya que se lo tragaba como una novela de aventuras. Le interesaban todos y cada uno de los sucesos, de las épocas...
No necesitaba ir a ningún centro de aprendizaje, se daba auto-clases particulares no sólo de historia, sino también de todas las asignaturas. Odiaba ir al insti. Le resultaba insoportable la actitud de los alumnos, por lo que no tenía amigos allí.
Era solitaria y tranquila. O eso pensaba ella.
