De Facturas con Té

2K 132 205
                                    

-1-


Manuel desliza la mirada una última vez por la habitación que ha rentado antes de decidirse a dar un paseo para alejarse del olor a encierro que se pega a su cuerpo y le abomba los pensamientos. Afuera las calles silenciosas le reciben con un poco de viento fresco y la más absoluta soledad. Nada, ni una sola alma aparece en su camino mientras dirige sus pasos sin dirección precisa, registrando en su memoria cada una de las coloridas fachadas bañadas por la suave caricia del sol de tarde. La madera gastada y los jardincillos cubiertos con humildes flores silvestres le dan un tono de familiaridad al escenario, como si ya hubiese desandado esas calles antes, de la mano de esa soledad interminable. Manuel da una vuelta en alguna esquina, aburrido de sentir la mirada del sol sobre su cabeza, y a paso rápido se adentra a una calle protegida por las sombras de los árboles.

El silencio es tan denso que le da la impresión de que lleva demasiado tiempo dando vueltas sin sentido alguno, o al menos mucho más del que las pocas calles de ese pueblo deberían permitirle, pero no piensa en devolverse aún. Después de todo no hay nada mejor que hacer allá atrás en su habitación incluso más muda que esas calles dormidas, y los tres canales que su televisión le ofrece no lucen nada de prometedores con su señal intermitente y su volumen casi inaudible.

"Sin estímulos, sin estrés, sin conocidos", le había dicho Tiare para convencerlo. Y aunque a Manuel le había resultado infinitamente tentadora la idea de aislarse de todos por un rato y olvidarse de su vida en ese rincón oculto del mundo, como ya era costumbre sus sentimientos se habían contradicho a sí mismos y lo único que quería ahora era volver corriendo a Santiago a sacudirse ese sentimiento de miseria y soledad que lo persigue sin descanso.

Al frente suyo, un gato huye al verlo acercarse y Manuel suspira con lentitud, cansado de tener tanto tiempo que gastar con sus propios pensamientos como única compañía. Está a punto de dar vueltas los talones y descaminar sus pasos, convencido de que es mucho mejor idea volver a intentar descifrar qué sucede en la telenovela de bajo presupuesto que ha abandonado a seguir vagando sin motivo alguno, cuando un pequeño letrero de "abierto" llama su atención.

Un suave campaneo le acompaña adentro de la cafetería, y el olor a café y azúcar le reciben con una dulce caricia, invitándolo a adentrarse. Sus ojos se pierden rápidamente a través de los muebles y repisas. Las mesas vacías duermen acurrucadas bajo manteles con tantos vuelos que a Manuel le dan la impresión de pertenecer al comedor de una ancianita. A sus pies, el barniz ligeramente gastado del piso brilla suavemente bajo los tonos dorados de los rayos del sol que se deslizan por la vitrina de la tienda, dándole a todo un aspecto irreal, como si se tratase de una foto antigua. Un par de pasteles y dulces se lucen en los estantes junto al mesón de pago, muchísimas menos cosas que la lista de precios promete, y de fondo nada más que el mismo silencio imperecedero que parece llenar todo le saluda.

"¿Puedo ayudarte en algo?" Pregunta repentinamente una voz, tomándole por sorpresa. Manuel gira la cabeza topándose de frente con un par de ojos verdes que le sonríen con interés, escaneándolo sin siquiera un movimiento. Una mejilla apoyada en la palma y las comisuras de los labios apenas curvándose tras una expresión indescifrable. "¿Un café, un mate?" Le invita el hombre tras el mostrador.

"Un té, por favor." Murmura Manuel, sintiendo con extrañeza el sabor de las palabras en su boca. No ha compartido más que un par de frases cortas con su casera desde que bajó del bus y su voz parece salir a borbotones de su garganta, enredándosele en la lengua.

"Sin azúcar supongo, porque ya parecés bastante dulce, bombón." Agrega el rubio guiñándole un ojo con coquetería y enseñándole una sonrisa con todos los dientes.

Manuel siente que el pecho se le encoge de puro nerviosismo, y que las manos empiezan a sudarle con incomodidad. Abre la boca un par de veces, sin saber qué responder y ve al hombre ampliar su sonrisa a la par que sus propios pómulos empiezan a arder. Las palabras se le atoran en la garganta de puro nerviosismo, y pronto termina por desviar sus ojos. Su mirada viaja rápidamente del mostrador al piso gastado y finalmente a la entrada por la cual no se demora en escabullirse. Nuevamente la calle desolada le recibe, guiándole a un paso más apresurado del que le gustaría reconocer hasta su habitación vacía y la telenovela barata, dispuesto a no volver jamás.

De Facturas con TéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora