Su respiración era errática y se mezclaba con la de su compañero.
Su cabeza daba vueltas y no podía pensar con claridad.Y eso era lo que le gustaba del sexo, no pensar.
Fue en el momento en el que iba a alcanzar el clímax que su acompañante se adelantó, soltando un último gemido ronco, y salió de su interior, haciéndolo soltar un quejido de protesta y frustración.
–Yo aún no he acabado.
El joven lo miró mientras se ponía los bóxers.
– ¿Es acaso mi problema?– Alzó una ceja, molesto.
–Entonces este es un buen momento para decirte que me he olvidado la cartera. Tendrás que pagar tú la habitación–. Sonrió con cinismo y empezó a vestirse bajo la atónita mirada del mayor.
–Es una broma ¿Cierto?
Lo besó con una adorable sonrisa.
–Ojalá lo fuera... no podré comprarme un tentempié.
Y con estas últimas palabras salió de la habitación.
Teniendo una cara bonita era muy fácil engañar a idiotas como él. Unas pocas palabras, un gesto seductor y ¡Bam! Lo tienes comiendo de tu mano.
Ató su largo cabello castaño en una coleta con una goma del pelo gastada que en otros tiempos había sido blanca y se sentó en el banco más limpio que encontró en la zona ajardinada, el parque infantil estaba cerca, lo supo porque dos bancos más allá algún niño había decidido que era constructivo dejar cuatro montoncitos de arena perfectamente alineados y cada uno con una hoja diferente encima, reconoció una hoja marrón de roble pero las otras tres no supo identificarlas y tampoco se esforzó por intentarlo.
Miró a su alrededor para cerciorarse de que estaba solo y sacó su pequeño botín de los bolsillos: una chocolatina Toblerone, un sandwich de queso envasado al vacío, una botellita de zumo de frutas y una bolsa de frutos secos variados. Todo por cortesía del mini-bar del hotel. A aquel pobre idiota le aguardaban un par de sorpresas con la factura.
–My heart weights minimum a tone
An army's feet pounding on my head
Maybe I'll wake up one day to notice
That all my life was just a dream-. Cantaba en voz baja mientras comía. Pese a tener un cuerpo bonito su voz no era nada del otro mundo. Era una voz como cualquier otra, ni grave en exceso ni demasiado aguda.No tenía nada más que hacer en aquel lugar. A esas horas de la noche ya no había casi nadie en la calle y él tenía frío.
Se levantó, guardando la chocolatina para más tarde y la mitad de la bolsa de frutos secos en los bolsillos y se dirigió al centro. Con suerte encontraría alguna rendija de calefacción libre y podría dormir caliente; con más suerte aún, encontraría a otro idiota que le pagara una habitación de hotel a cambio de algunas horas de sexo.
Mientras pensaba en esas cosas no se dio cuenta de que algo lo estaba siguiendo. Se metió por una callejuela estrecha. Un atajo entre dos edificios que lo llevaría a una calle que conectaba con la principal... y ese fue su error.
La oscuridad se abalanzó sobre él y a penas le dio tiempo a gritar antes de que la sangre bañara el callejón.
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A lo lejos ya podía ver a los periodistas apelotonados al otro lado de la cinta policial, suspiró.
"Esto va a ser un coñazo"–Pensó mientras daba otro sorbo a su café y fruncía la nariz. Sabía horrible. Tiró el resto en una papelera y se abrió paso a través de esos insufribles parásitos.
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La teoría de las ocho puertas.
Mystery / Thriller"- ¿Y qué narices es eso? Una sonrisa socarrona se abrió paso en el rostro del moreno. - ¿No era que tú lo sabías todo? Bueno, me apiadaré de ti ¿Has oído hablar de El Dorado?" ¡ANTENCIÓN! Contenido homosexual.