Los niños que vivieron.

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Lucius Malfoy.
El sitio donde se encontraba ahora era tan despreciable como sus antiguos dueños lo habían sido alguna vez. Una enorme destrucción era lo que ocupaba la que alguna vez había sido casa y resguardo de la asquerosa Orden del Fénix, sitio que los Potter habían conseguido esconder de todos los mortífagos a la perfección. De todos los Mortífagos, sí, pero, ¿quién diría que ni siquiera en tus amigos podías confiar? Era demencial que en los tiempos en los que su amo reinaba el mundo mágico, hechiceros que deshonraban el nombre como los Potter o los Longbottom creyeran que estaban a salvo. No importaba con qué clase de magia hubieran alcanzado a vencer a su Señor, no importaba lo que los hubiera salvado una vez, ningún mago impuro volvería a estar en paz, porque los años que Lord Voldemort -sí, ahora que él había muerto, se permitiría pronunciar su nombre- había gobernado, quedarían grabados en la piel de la sociedad para jamás ser olvidados.

El Valle de Godric era un desastre, la gente aún incrédula no se atrevía a salir de sus casas, pero el llanto de los bebés era tan fuerte que a Lucius le costó trabajo no simplemente asesinarlos y terminar el trabajo de su amo. Sin embargo, sabía que no debería de ser así. Confiaba en que un mago tan poderoso como el que había sido Voldemort no simplemente moriría, y cuando volviera, le daría a Lucius su merecida recompensa por haber obrado tal como lo haría ahora. La pequeña niña tenía los ojos de un café chocolate, idénticos a los de su padre, pero el cabello de un rojo furioso era exactamente como el de su madre. La cicatriz en forma de rayo sería algo que no olvidaría fácilmente, puesto que parecía haber atravesado a su hermano, quien tenía una idéntica en el mismo lado. El niño tenía el cabello negro azabache y los ojos de un verde brillante, nadie dudaría que ninguno fuera un Potter, pues con tan sólo verlos quedaba obvia la historia. Sin embargo, Lucius no iba ahí a admirar el ADN de la sangre sucia y el traidor. No, iba a hacer algo aún mejor. Tomó a la niña entre sus manos, pero antes de que consiguiera hacerse del niño, una motocicleta rugió por todo El Valle, dándole apenas el tiempo de escapar con la niña entre sus brazos. La edad ciertamente jamás parecía importante en el mundo mágico, pero mientras el mortífago rubio se desvanecía con una niña pelirroja entre sus brazos, no parecía tener los apenas 18 que había cumplido. Parecía mucho más viejo y mucho más malvado.

Narcissa Malfoy, por otro lado, era la esposa de Lucius. Una sangre pura, por supuesto, que poseía una belleza digna de la familia Black. El gesto de completo asco que tenía todo el tiempo había sido una de las razones de que Lucius se fijara en ella: alguien capaz de ver a todo el mundo con superioridad podría y sería fácilmente su mujer. Por otro lado, Narcissa compartía otro rasgo que los unía: un cabello rubio, una estatura decente y por supuesto, una delicadeza digna únicamente de una fina dama. Narcissa le había dado a su único hijo hacía un año, tenía ahora la misma edad que la pequeña Potter que llevaba entre sus manos.
Cuando Lucius se apareció en Malfoy Mannor la puerta se abrió de inmediato para él, las barreras de serpientes se hicieron a un lado y dejaron pasar a la nueva integrante de la familia con aquél hombre. No fue necesario tocar la puerta, uno de sus despreciables sirvientes la abrió para él, un simple elfo doméstico que correspondía al nombre de Dobby. Era el favorito de Lucius por una razón: Dobby tenía un alma con fuego, y él era quien se encargaba de extinguirlo cada día, una de sus aficiones favoritas.

—Anúnciale a Narcissa que estoy aquí, renacuajo. Dile que la veré en el Comedor. Que traiga a Draco con ella.— El elfo desapareció en el acto, luego de hacer estúpidas reverencias. Malfoy ni siquiera le prestó atención, estaba demasiado ocupado mirando al pequeño trofeo que tenía entre sus brazos. La niña no lloraba, al contrario, lo miraba atentamente, como si estuviera esperando a que este hiciera algo, como si entendiera lo que sucedía. Era imposible, por supuesto, pero los ojos chocolate seguían mirándolo con reproche, lo que divertía a Lucius.

—¡Lucius! ¡Oh, Lucius! ¡Estaba tan preocupada! ¿Haz escuchado las noticias? ¡Dicen qué... dicen que él...!— Narcissa bajaba las escaleras apresurada, en sus brazos estaba un pequeño niño rubio, con mechones de cabello que apenas se alcanzaban a notar bajo la iluminación y profundamente dormido a pesar del griterío de su madre.

—¡Silencio, Narcissa! Esto no está bien. Tendremos que... tendremos que hacer tantas cosas para que nadie se entere. Pero primero, querida... primero traje algo para ti.— Lucius le hizo una seña para que se acercara y su mujer lo hizo, temblorosa.

Contuvo un grito al ver a la criatura, negando repetidamente con la cabeza. —¡Es imposible Lucius! ¡Se darán cuenta!— siseó, incrédula. 

—No lo harán. No si...— las manos del rubio se guiaron hasta su varita y los conjuros empezaron a salir rápidamente de sus labios. El cabello rojo pronto se había convertido en rubio y la cicatriz había sido camuflada para que no pudiera verse. —Conoce entonces, Narcissa, a la melliza de tu hijo. A Dorcas Malfoy.—

Y aunque no había sido una victoria por completo, puesto que Harry Potter ahora viajaba rumbo a casa de sus tíos, lejos de la influencia Malfoy, Lucius sentía que había ganado al menos la primer batalla, pues tenía en su poder un arma secreta que podría usar en contra desde el primer instante.

Los Mellizos Potter y la Piedra Filosofal.Where stories live. Discover now