Lo veía casi todos los días.
Siempre sonriéndole a cualquiera que pasara, por más que tuviera los ojos rojos de tanto llorar.
Se veía destruido, solo, en las calles frías y obscuras. Con ropa sucia y zapatillas rotas.
No debería haberse sentido tan mal de verlo, veía personas así todos los días. En todas partes. Pero había algo tan especial en ese chico que hacía que no dejara de sentir que quería llorar cada vez que lo veía.
Se veía tan pequeño, tan delgado, tan sucio, tan roto.
Lo veía siempre.
Lo veía pedir comida y luego dársela a los niños que también mendigaban como él.
Lo veía temblar en las noches y como su piel se quemaba con el intenso sol del día.
Lo veía subir a distintos autos y luego bajar de ellos peor de como se había ido.
En verdad, no debería dolerle tanto, era una realidad de todos los días.
Pero, nuevamente, era tan joven que no podía evitarlo.
Un día vio como lo golpeaban, lo insultaban, sólo por pedir un poco de agua.
Le dolía, en lo más profundo de su pecho. Pero no hizo nada.
Kim NamJoon no podía hacer nada, porque él mismo estaba en la misma situación que Kim TaeHyung.
Estaba sucio, roto y abandonado.
Era igual que ese sonriente chico de gran corazón.
Era igual que él.
Era tan malditamente parecido a él que deseó ser él al que hubieran apuñalado y no a Kim TaeHyung.
Hubiera deseado que esa sonrisa tan rara siguiera apareciéndose en esa esquina.
Pero ya no iba a poder volver a verlo.