Había, sin embargo, un montón de cosas de las que ocuparse antes de
poder partir. En una aldea como ésta, muchos elementos necesarios para su
viaje -mantas, odres con agua, yesca- eran de propiedad comunal y
garantizarse su uso requería una prolongada negociación con los vecinos.
Además, por muy ancianos que fueran Beatrice y Axl, tenían su carga de
tareas diarias y no podían desaparecer sin más sin el permiso de la
comunidad. E incluso cuando finalmente estuvieron preparados para
marcharse, el mal tiempo les retrasó un poco más. Porque ¿qué sentido tenía
arriesgarse a enfrentarse a la niebla, la lluvia y el frío cuando sin duda los
días soleados estaban a punto de llegar?
Pero finalmente partieron, con bastones y fardos a la espalda, una
resplandeciente mañana de cirros blancos y viento intenso. Axl hubiera
querido salir al amanecer -tenía claro que haría un buen día-, pero
Beatrice insistió en que esperasen hasta que el sol estuviese más alto. La
aldea sajona donde pasarían la primera noche, argumentó ella, estaba a menos
de un día de camino sin necesidad de forzar la marcha, y sin duda su
prioridad era atravesar el borde de la Gran Planicie lo más cerca del mediodía
posible, cuando era más probable que las fuerzas oscuras de ese lugar
estuviesen en estado latente.
Hacía ya tiempo que no recorrían juntos una distancia larga y a Axl le
preocupaba la resistencia de su esposa, pero pasada una hora ya se sintió
tranquilo: pese a que caminaba con lentitud -volvió a percibir de nuevo
cierta asimetría en su modo de andar, como si tratase de amortiguar algún
dolor-, Beatrice avanzaba con ritmo firme, con la cabeza gacha contra el
viento en las explanadas, impávida cuando debía atravesar zonas de cardos y matorrales. En las cuestas y en las tierras tan embarradas que había que hacer
un gran esfuerzo para levantar un pie y después el otro, su paso se
ralentizaba, pero seguía adelante.
En los días previos a su partida, Beatrice se había mostrado
progresivamente confiada en recordar el camino que debían seguir, al menos
hasta alcanzar la aldea sajona que había visitado con regularidad con las otras
mujeres a lo largo de los años. Pero en cuanto perdieron de vista las
escarpadas colinas que había por encima de su asentamiento y cruzaron el
valle más allá de los pantanos, empezó a sentirse menos segura. Ante una
bifurcación del camino o frente a un campo barrido por el viento, se detenía y
se quedaba allí parada un buen rato, y el pánico se adueñaba de su mirada

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El gigante enterrado
FantasyInglaterra en la Edad Media. Del paso de los romanos por la isla sólo quedan ruinas, y Arturo y Merlín -amados por unos, odiados por otros- son leyendas del pasado. Entre la bruma todavía habitan ogros, y británicos y sajones conviven en unas tierra...