Capítulo 2

51 3 1
                                        

Había, sin embargo, un montón de cosas de las que ocuparse antes de

poder partir. En una aldea como ésta, muchos elementos necesarios para su

viaje -mantas, odres con agua, yesca- eran de propiedad comunal y

garantizarse su uso requería una prolongada negociación con los vecinos.

Además, por muy ancianos que fueran Beatrice y Axl, tenían su carga de

tareas diarias y no podían desaparecer sin más sin el permiso de la

comunidad. E incluso cuando finalmente estuvieron preparados para

marcharse, el mal tiempo les retrasó un poco más. Porque ¿qué sentido tenía

arriesgarse a enfrentarse a la niebla, la lluvia y el frío cuando sin duda los

días soleados estaban a punto de llegar?

Pero finalmente partieron, con bastones y fardos a la espalda, una

resplandeciente mañana de cirros blancos y viento intenso. Axl hubiera

querido salir al amanecer -tenía claro que haría un buen día-, pero

Beatrice insistió en que esperasen hasta que el sol estuviese más alto. La

aldea sajona donde pasarían la primera noche, argumentó ella, estaba a menos

de un día de camino sin necesidad de forzar la marcha, y sin duda su

prioridad era atravesar el borde de la Gran Planicie lo más cerca del mediodía

posible, cuando era más probable que las fuerzas oscuras de ese lugar

estuviesen en estado latente.

Hacía ya tiempo que no recorrían juntos una distancia larga y a Axl le

preocupaba la resistencia de su esposa, pero pasada una hora ya se sintió

tranquilo: pese a que caminaba con lentitud -volvió a percibir de nuevo

cierta asimetría en su modo de andar, como si tratase de amortiguar algún

dolor-, Beatrice avanzaba con ritmo firme, con la cabeza gacha contra el

viento en las explanadas, impávida cuando debía atravesar zonas de cardos y matorrales. En las cuestas y en las tierras tan embarradas que había que hacer

un gran esfuerzo para levantar un pie y después el otro, su paso se

ralentizaba, pero seguía adelante.

En los días previos a su partida, Beatrice se había mostrado

progresivamente confiada en recordar el camino que debían seguir, al menos

hasta alcanzar la aldea sajona que había visitado con regularidad con las otras

mujeres a lo largo de los años. Pero en cuanto perdieron de vista las

escarpadas colinas que había por encima de su asentamiento y cruzaron el

valle más allá de los pantanos, empezó a sentirse menos segura. Ante una

bifurcación del camino o frente a un campo barrido por el viento, se detenía y

se quedaba allí parada un buen rato, y el pánico se adueñaba de su mirada

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 24, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El gigante enterrado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora