Capítulo 1

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Regresar a casa «No cruces el bosque»

1972, Segunda Guerra Mundial

Este mundo es grande, poderoso...

Es magnifico...

Donde las personas cantan, ríen y sueñan. Donde hay sonrisas por ahí o en donde veas, donde las palabras tienen sentido, un sentido real, un sentimiento real. Aquí no hay aridez, cosas grises sin color. ¿Por qué me molesta que no haya color? Porque yo soy el color, yo soy esa luz, esa melodía que cantan las madres a sus hijos... yo nací en la primera canción.

Pero esto es incorrecto. Yo no pertenezco aquí, pero, sin embargo, aparecí como si se tratase de otra vida, otros recuerdos, otro mundo.

Pero recuerdo, si, yo recuerdo quien soy... o quien solía ser...

Pero... ¿debería volver? ¿A ese mundo gris, agonizante, convaleciente a punto de la extinción? Donde los pájaros ya no cantan, las cosas son monótonas y automáticas. Mentiría si digiera que ansío volver... si por mí fuera, me quedaría en este mundo maravilloso, aunque esté en guerra. Pero mi ser se niega, y mi ida es inevitable.

Yo ya he visto muchas guerras, así que una mas no me importaría. No me importaría que las naciones toquen sus himnos, como si esa melodía significase toda su nación. Pero a diferencia de esos humanos, yo sé quién va a ganar. Lo he visto muchas veces, en muchas vidas pasadas, en un universo diferente.

Pero estoy débil, y no sé quién podría ayudarme a volver. Ni siquiera sé cómo llegué aquí.

Solo diré que... fue lindo vivir como humana una vez, ahora sé lo que se siente soñar... y lo que se siente morir.

◊◊◊

Febrero, 1822

Regina comprobó una vez mas que nadie estuviese observando. La manzana brilló en sus manos como un diamante ―a pesar de que esta se encontrase pasada― y su estomago volvió a gruñirle en respuesta. Ser humano era maravilloso, pero también un poco tedioso a la larga. Era una chica después de todo, una chica con necesidades fisiológicas. Y la mas importante de todas para poder subsistir en este mundo tan caótico era el hambre.

Volvió a mirar de nuevo al vendedor, se encontraba atendiendo a una clienta que había pedido perejil, por lo que el hombre se distrajo solo unos segundos para tomarlo de la repisa. Tiempo suficiente para ella. Tomó cinco manzanas y las metió en su bolso con precisión y rapidez. Había estudiado todo a la perfección. El niño que solía ayudarle al hombre se distraía solo diez segundos con el heladero que pasaba a esa hora casi exactamente a las cinco de la tarde, tiempo suficiente para tomar esas manzanas y poder irse antes de que alguien la notase. Sin embargo, vio una oportunidad que no había visto antes. No había previsto que surtieran de naranjas y fresas. Esas dos frutas eran como manaá caído del cielo. Pero eran caras, muy caras, y no tenía el tiempo, ni las coronas suficientes para comprarlo. Sopesó sus opciones y tomó una naranja con cuidado. El hombre tenía vista de águila cuando se trataba de su tienda. Trató de que su movimiento de mano fuera fluido y nada titubeante, cuando se trataba de robar, el titubeo podría ser de vida o muerte, no había espacio para la duda.

A pesar de que se le hiciese un nudo en el estómago al pensar lo que estaba haciendo. Pero no era ninguna santa, el ser humana la había convertido en lo que era ahora, la hizo reflexionar sobre las motivaciones de las personas, porque sintió la necesidad en carne propia.

El hombre no la había visto.

Se movió de lugar, como si se encontrase considerando las opciones que tenía, como si no pudiera decidirse entre comprar la lechuga bastante ennegrecida o los tomates aguados. Respiró un poco, solo un poquito para aliviar esa tensión que sentía en el estómago, se debía mostrar lo mas relajada posible, como si ese día fuese de lo mas cotidiano. Un paso más y estaría cerca de las fresas, cinco segundos mas y el vendedor de helados pasaría cerca del local con su carro medio oxidado y pintura descarapelada por los años. El vendedor hablaba con aquella mujer de cabello castaño, aún sin sospechar lo que estaba haciendo. Midió la distancia entre un paso y otro, y cuando el tiempo se hubo acabado, escucho las características campanas del carro de helados, revisó que sus hombros estuviesen relajados y miró por el rabillo del ojo que el niño se encontrase lo suficientemente distraído para poder tomar su botín. Justo como lo previsto, el niño veía con deseo el logotipo de un helado descolorido del carro característico. Regina miró su oportunidad y no la desaprovechó. Tomó un puñado de fresas y las metió en su sudadera verde bastante holgada.

Regresar a casa [fanfic] No Cruces el BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora