Capítulo 2

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Por cada paso que daba en el bosque, un sutil aroma se hacía cada vez más fuerte. Regina lo sintió, envuelto en la esencia del bosque, como si estos se encontrasen entrelazados, un nudo fuerte y bien afianzado. Había poder en esa esencia, un poder abrumador, uno que le recordaba a otro tiempo, a otros años y a otros hermanos. Hermanos

Trató de no pensar en todo lo que había perdido, en lo que había dejado atrás sin poder decidir ni enmendar, sin poder entender. La muerte tenía un regusto fuerte y amargo, como el café negro sin azúcar. Decidió concentrarse en el bosque. En el canto de los pájaros al pasar de árbol en árbol, en las ardillas que se asomaban con timidez desde sus madrigueras y pequeños animales ―o moralejas― corriendo asustadas cada vez que pisaba hierba demasiado alta o pasto en crecimiento. El olor a tierra húmeda le relajaron un poco los nervios, pero aún seguía sintiendo esa ansiedad creciente, una combinación extraña entre nervios, emoción y una pisca de miedo.

¿Debía tener miedo? Es muy probable.

Pero conocía el bosque, lo había estudiado por mas de cuarenta años. Tenía miedo porque no conocía a la creatura. Nunca lo había visto de cerca. Algunas moralejas le habían enseñado algunas pinturas en acuarela, o trazos muy poco definidos de como se veía, pero lo cierto era que no sabía cómo era. Le habían contado que mataba moralejas por deporte, que odiaba a los humanos y que, si alguna vez lo sentía cerca, huyera de inmediato.

Regina conocía esa presencia. Ese poder la perseguía de vez en cuando, en sus paseos de media noche en el bosque, mientras restauraba arboles y liberaba un poco de poder y tensión. Pero nunca había dejado que la viera, siempre corría al pueblo humano porque sabía que estaba encerrado.

Pero esta vez lo enfrentaría.

Entre el olor a tierra húmeda, pino y alguna que otra creatura mamífera, se entremezcló un olor diferente. Era viejo pero fresco, joven pero antiguo. Eso la hizo fruncir el ceño un poco, siguió el aroma rastreando su origen, pero en el proceso dio dos vueltas en el mismo lugar y el rastro empezó a elevarse un poco, como si el que siguiese fuese el de un pájaro y volara de árbol en árbol. Un poco de musgo le manchó las botas cuando bajó de un brinco de una raíz. El rastro estaba esparcido por todas partes, burlón y perezoso, y desafiante. Se secó el sudor de la frente con molestia y decidió que lo dejaría. Después de todo, si encontraba el sauce lo encontraba a él.

Cuando se acercó lo suficiente y el poder que emanaba de ese punto le hizo cosquillas en la nuca, el bosque empezó a hablarle, a advertirle.

No vayas...

No vayas...

Trató de ignorarlo, pero el sonido del viento contra los árboles solo lograba afianzar esa voz y hacerla mas nítida.

―No me iba a quedar por siempre... sabes que moriré ― le respondió cuando las palabras no dejaban de repetirse una y otra vez. La voz tenía un timbre agudo, pero poderoso, como el sonido del viento, pero mas pesado y el eco lo distorsionaba un poco. El bosque había sido su amigo en esas décadas, cuando los humanos rehuían de ella al confundirla con una moraleja. Eso la había indignado mucho, ella no era una moraleja.

Lo cierto era que había aprendido el idioma de los arboles hace mucho tiempo, cuando aún era un poco joven. Uno de sus hermanos mayores le había dicho que los arboles cogen cariño cuando les muestras bondad.

Media hora después el bosque se calló, literalmente. Los pájaros dejaron de cantar en esa parte del bosque, y si lo hacían, era con recelo, siempre atentos a que algo inesperado pudiese pasar. Le habían dicho que, en esa zona del bosque, solo los gnomos eran tan idiotas para hacer allí sus colmenas.

Regresar a casa [fanfic] No Cruces el BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora