El pueblo de Isira descendía por la ladera del monte Rubo. En su parte más alta destacaba el castillo del rey Tarico al que coronaban dos torres almenadas. Seguían frente a él los jardines del rey, rodeado de un seto de cipreses, a partir del que comenzaban las calles que serpenteaban entre pequeñas casas de mampostería hasta llegar a la muralla que corría paralela al río.
Según contaban los escribanos del rey, el tatarabuelo de Tarico fue un campesino más de los entonces habitaban en un claro del bosque. Vivió en una época difícil en la que eran frecuentes ataques de piratas que desembarcaban en busca de pieles y bebida, ya que otra cosa no había en aquel lugar.
En una ocasión los piratas, furiosos por la escasez del botín, persiguieron a los campesinos, que se refugiaron en las montañas y, tras derrotarlos, se llevaron a las más hermosas mujeres.
Entonces Tarico I, subido sobre las cenizas humeantes de lo que había sido un refugio y con un hacha en la mano, arengó a sus vecinos gritando estas palabras:
· Llevamos años escondiéndonos como ratas, y cada vez nos parecemos más a ellas. Pero yo sé que no soy una rata, soy un hombre, y os juro que muy pronto los piratas también lo sabrán.
Los habitantes de aquellas tierras ni eran belicosos ni estaban especialmente unidos, pero la afrenta sufrida en esta última ocasión había sido tal que no hizo falta más para que todos se unieran a la única persona que había tenido el valor de empuñar un hacha y hablar en voz alta.
El plan de Tarico fue muy simple. Todos los que dispusieran de caballo se adelantarían a los piratas cabalgando a través del bosque, y los que no los seguirían de lejos por el camino. Una vez en la playa, los jinetes buscarían el lugar donde habían desembarcado y los esperarían ocultos en el límite del bosque.
Como armas los jinetes cogieron hachas y palas y los hombres a pie, arcos y flechas. Aunque no eran gente belicosa sí que eran cazadores y casi todos sabían manejar el arco. Cuando los piratas llegasen a los botes, les atacarían los jinetes con la esperanza de hacerlos huir hasta el agua. Entonces aparecerían los arqueros, que correrían hasta la orilla donde dispararían a placer.
Fue más suerte que estrategia pero el plan funcionó con precisión. Los piratas eran muy buenos en el combate naval y la lucha cuerpo a cuerpo, pero no se esperaban una carga de caballería, y al ver una línea de jinetes galopando hacia ellos no se imaginaron que pudieran ser los temerosos campesinos a los que acababan de vencer ni que no hubiera más filas de soldados detrás. Cuando pudieron darse cuenta ya estaban con el agua hasta el pecho y habían dejado a sus prisioneras en la playa, por lo que los arqueros no tuvieron ninguna dificultad en disparar tan rápido como su destreza les permitía.
Fue como un ejercicio de tiro al blanco. Los arqueros se dividieron por zonas y disparaban conforme los hombres asomaban la cabeza para respirar.
La vuelta a Isira fue triunfal. Con las mujeres liberadas llevando a Tarico sobre sus hombros y los jinetes blandiendo orgullosos los sables de los piratas. Nadie discutió desde ese momento que debían seguir a aquel hombre, a quien aclamaron como rey del recién nacido reino de Isira.
Siguieron años felices, en los que Tarico estableció unas elementales normas de convivencia, organizó una guardia costera e inició la construcción de la muralla y las primeras casas de lo que ahora era la ciudad.
A Tarico le sucedió su hijo Asamud "el explorador" quien fue ampliando sus dominios, incorporando al reino las comunidades colindantes, a las que ofrecía la protección de su guardia a cambio de someterse a su autoridad. Elaboró las leyes del reino y organizó la primera flota real.