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 Capítulo 2


 En la tarde de ese mismo día decidí salir. No podía seguir encerrada un minuto más.

Me coloqué unos jeans oscuros, ajustados pero viejos, una blusa blanca sin mangas y mis botas negras. Cerré mi apartamento y subí al ascensor. Necesitaba irme lejos por unas horas, respirar aire fresco y distraerme un poco. A esa hora estaba abierta mi cafetería favorita, que queda tan solo a unas cuantas calles cerca de donde vivo.

Durante el transcurso, aproveché ese tiempo libre y lo usé para detallar a las personas transitando las calles, percatándome que había muchas de ellas que lucían estresadas, enojadas, con prisa, como si el tiempo se les estuviera escapando con cada paso que daban. Yo era todo lo opuesto a esas personas en ese momento. Y lo extraño era que, seguramente, esas personas sí tendrían una vida estable. Me pregunté mentalmente si de verdad los envidiaba.

Finalmente llegué a la cafetería. Afuera de esta había estantes de libros actuales y juveniles, perfectos para leer acompañada de un buen café. Eso fue justo lo que hice. Ya sentada y con mi café en la mesa, comencé a leer la sinopsis en la parte de atrás del libro que me llamó la atención. Se titulaba "Intangible". De portada había una foto curiosa de una mano, saliendo de la superficie de lo que parecía un mar, y todo aquello enmarcado en un cuadro decorado de una forma particular; muy delicada, muy hermosa.

Al final de la sinopsis, había una frase curiosa:

«Mis sueños lo son. ¿Qué hay de los tuyos, señor? ¿Son reales, son concretos, puedes tocarlos y verlos? Sé que los míos existen, pues el dolor que me producen, por más contradictorio que parezca, no es algo intangible»

Sonreí. Me gustaba la forma en que el autor unió aquellas palabras, buscando transmitir un mensaje que podría entenderse de diferentes maneras pues dependía de la persona y de su percepción. Quizá esa fue su intención. Oh, definitivamente quería comprar aquel libro.

De inmediato pensé en compartir ese fragmento con Noah. Pero él no estaba allí. Tenía que entenderlo. Aun así...era él a quien yo acudía cuando algo me gustaba o emocionaba. Ahora no podía hacer más que guardarlo y tragarlo. O enviárselo por mensaje de texto, que respondería con una risa, o emoticones. ¿Cómo podía acostumbrarme a eso? ¿Sería capaz de hacerlo algún día? Por ahora, parecía poco probable.

Todos esos pensamientos hicieron que mi café se sintiera más amargo de lo usual. Ya no quería estar más allí. Me levanté de la mesa, pero tal es mi suerte que justo al hacerlo, la moví bruscamente por accidente, derramando café en el libro que ya no pensaba comprar. En parte porque, bueno, acabo de recordar que no había traído suficiente dinero.

Intenté que mi rostro no mostrara pánico mientras, sutilmente, colocaba el libro arruinado de café de nuevo en la estantería. Entonces una voz aguda hizo que me sobresaltara:

—Al menos podrías pagarlo. —Me giré hacia una niña de no más de once años. Sus grandes ojos grises me miraban con curiosidad. Estaba terminando de comerse una galleta. —Ya sabes, por dañarlo.

—No lo dañé. —gruñí, enfadada conmigo.

—¡Sí lo hiciste! Yo vi todo. Te levantaste y se te cayó el café. Eres bastante torpe...

—¡Ya! —la detuve, suspirando. —Sí, bien lo dañé. Pero no fue mi intención hacerlo.

La niña ladeó la cabeza. —Si te lo compro, ¿Qué me darás a cambio?

—Te haría un increíble favor.

—¿Sí?

—Te llevaría de regreso con tus padres.

MonetWhere stories live. Discover now