I

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Los papeles volaban de un lado a otro sobre su cabeza y las risas malvadas ensordecian sus oídos. Otra vez estaba pasando esto... la misma historia de siempre.

—¿Qué rayos es esto? —Se notó el muy exagerado asco en su voz. Tenía la libreta alzada en alto impidiendo que el más bajo la alcanzase a pesar de los saltos que daba intentándolo —¿"Los vientos de las cuatro estaciones decoran tu belleza"? —Leyó lentamente cada palabra y soltó una fuerte risa —¡Parece que el idiota está enamorado!

Carcajadas siguieron una detrás de otra atormentado su pobre corazón que no fue capaz de soportar más las lágrimas.

—Ahora se puso a llorar, pobrecito... El bebé necesita a su mami —Le hablaba con un tono que para cualquiera sería irritante —Esto es basura.

Y, sin previó aviso, arrancó esa hoja del cuardeno y la rompió frente su rostro. Los "Déjame" y "¡No hagas eso!" no lo detenían en lo más mínimo.

—!Devuélveme-- Un fuerte empujón lo interrumpió y terminó en el piso, igual que las otras hojas arrancadas del cuaderno que tanto amor le tenía. Odiaba esto, ¿Por qué la gente era tan cruel? ¿Qué les había hecho? ¿Por qué tenía que lidiar con estas cosas siempre?

—Miren cómo llora —Hacía puños en sus manos y los movía frente a sus ojos, burlándose del llanto y, ¿Qué recibía? Vítores y risas, sin nadie que intente detenerlo.

Desprevenidamente, la burla se detuvo y las risas se callaron; sólo escuchaba golpes. Estaba pasando otra vez...

—¡Te voy a matar! —Un golpe y otro golpe. Mafu a penas podía mirar la escena desde el suelo gracias a las lágrimas imitando cortinas en sus ojos.

—¡Soraru! ¡Detente, es demasiado! —Estiraba sus brazos, pero estaba muy debil como para evitar algo.

Finalmente, los golpes se detuvieron —¡Está loco! —Repetían una y otra vez y salíeron corriendo del salón de clases en el que transcurría la escena.

El silencio sucumbió toda la sala. Únicamente se podía oir la respiración agitada de quien tenía sangre en sus nudillos y los sollozos de quien todavía estaba tirado en el piso.

—¿Eres idiota? —Ojos rojos se abrieron como platos —¡¿Por qué permites que te hagan esas cosas!? —Soraru se volteó. Su enfado se recalcaba en toda su presencia, desde sus puños apretados, su ceño fruncido hasta su voz escandaloza y llena de rabia —¡¿No te das cuenta que no puedes simplemente quedarte callado y llorando frente a esos hipócritas?!

—¡No pude hacer nada! —Lágrimas se volveron a resbalar por sus pálidas mejillas una tras otra con desesperación —¡Yo no les hice nada! ¡¿Por qué pasa esto?! ¡En ningún momento yo... — Brazos lo redearon y callaron su furia; ni siquiera lo dejaron terminar la frase.

—Lo sé —Esta vez sonó más calmado —. Sé que no les hiciste nada —Apretó al níveo chico dolido más contra su cuerpo. No quería dejarlo, quería demostrarle que ya estaba a salvo, que todo estaba bien, que lo protegería y no habrían más problemas —Ya está bien, no tienes que preocuparte.

El abrazo fue correspondido y las lágrimas caían cálidas sobre el hombro del peli azul. El sollozo resonó en toda la sala, liberando sus penas, siendo derrotadas por la persona que lo acababa de salvar una vez más, como siempre lo hacía.
Soraru era como su ángel de la guarda, protegiéndolo simpre y defendiéndolo de todos los males. Cuando enfermaba, él estaba ahí para curarlo; Cuando estaba triste, él siempre lo ponía de buen humor; cuando estaba en problemas, él lo rescataba. Y siempre Soraru le gritaba cosas como las de recién, reprochándolo, pero no le disgustaba, pués, sabía que su enfado significa que le importaba, que estaba proecupado por él. Podría sonar masoquista, pero le hacía feliz pensar que la persona que amaba le quería a tal grado.

30 Días || SORAMAFUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora