Prólogo

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La primera vez que vi a Máximo S. en realidad fue aquel invierno de 2009, cuando el virus de la influenza A arribó el país, lo que provocó que las vacaciones de invierno, que regularmente duraban 15 días, se extendieran por un mes hasta la llegada de la primavera. En este contexto, mis tíos nos invitaron a una casona de hospedaje en el campo de la cual son propietarios. Con estas condiciones, nadie parecía avecinarse para una cálida estadía en la casona nevada de las sierras.

No fue por este factor que fui, sino porque siempre iba. En invierno o verano, sola o acompañada, siempre sin perderme las demencias de mis primos y mi no tan primo en vacaciones, hasta que comenzó la secundaria. Entonces, parecieron hacerse mudas las palabras de mis tíos sobre Máximo, o sus padres y hermana, e inexistente su presencia. No habían desaparecido, pero así se sentía. Solo lo mencionaban mis primos en limitadas ocasiones, como en anécdotas del colegio o en la lista de invitados de una fiesta.

Por esto, no sabía cómo sentirme al escuchar que los S. se nos unirían. Pero cuando cruzó la puerta esa noche, no pude evitar sentir que aquel chico ya no era Moxi, el pequeño e inocente pelirrojo que acompañaba nuestras aventuras en el campo.

Entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora