Siempre he envidiado a las personas que encuentran un billete en el bolsillo de un pantalón que no habían usado algún tiempo. Parecería que el billete las estaba aguardando en secreto, como en un acto de magia, para regalarles una felicidad inesperada.
Yo lo único que he encontrado, sorpresivamente, en el bolsillo de un pantalón es un montón de migas de alguna antigua galleta devorada a medias en el cine.
De igual manera, siempre he envidiado a la gente que encuentra, casi sin proponérselo, a su media naranja.
En mis catorce años, mi historial amoroso ha resultado poco amable, yo solo he podido encontrar medios limones... ácidos y amargos. Eso me llevó a ser una de las fundadoras de El Club Limonada.
El club llegó a tener solo tres socios. Los justos y necesarios para conformar la directiva: presidenta, vicepresidente y secretaria.
Alejandra pidió la presidencia, dijo que la merecía, que nadie en el mundo había vivido historias de amor más ácidas que las suyas. Que sus medios limones habían sido los peores y que, si fuera real aquello de los cuernos, ella habría dejado de llamarse Alejandra para pasar, directamente, a llamarse Rodolfo el reno.
También Juancho dijo que la presidencia la merecía él, porque si bien nunca le habían puesto los cuernos, él llevaba el récord absoluto de negativas.
Desde los doce hasta los catorce años había desarrollado con total determinación una estrategia, tipo consulta popular, en la que esperaba conseguir el ansiado «sí». Al principio y con optimismo desbordante, se declaró a todas las chicas lindas del colegio: a la señorita Deportes, a la señorita Simpatía, a la Confraternidad, a la Estrellita de Navidad, a la reina de Carnaval y a la miss Teen. Luego del fracaso en este intento, eligió otro gremio, el de las buenas estudiantes, se declaró entonces a la presidenta del Consejo Estudiantil, a la abanderada de la primaria y a la ganadora del concurso de Física... tampoco le fue bien. Entonces creyó que, en un tercer grupo, las cosas podrían cambiar definitivamente, se orientó a las feas con personalidad; fue así como se declaró a tres grandotas del equipo de tae kwon do, a una a la que le decían Lagartija San Román y hasta a la hija del inspector que tenía el mismo bigote que su padre, y todas, en su momento, le respondieron que no. Con Juancho nadie se había tomado la molestia de usar la frase trillada «Mmm, no sé, déjame pensar, te aviso el jueves», qué va, a él de plano le decían «¡No!».
Juancho cedió la presidencia a Alejandra y dijoque él aceptaría cualquier dignidad menos la de secretario,odiaba escribir apuntes, jamás llevaba uncuaderno o una libreta y tenía pésima ortografía; dehecho tardamos algún tiempo hasta que él entendieraque pertenecía a un «club» y no a un «cluf».
Por obvia conclusión, yo quedé oficialmente designadacomo secretaria de El Club Limonada.A diferencia de mis compañeros, a lo largo demi aparatosa adolescencia nadie me había puesto loscuernos ni me había dicho que no. A mí me ocurríaalgo peor... nadie me miraba. Era como si una maldiciónhubiera recaído sobre mí, no me miraban losguapos ni los feos ni los gordos ni los pelones ni losde piernas flacas ni los orejones. Hay muchos chicosy chicas que en algún momento de sus vidas se preguntansobre su verdadero origen, se acercan con miradalastimera a sus padres y los interrogan con gestode preocupación: «Díganme la verdad, ¿soy adoptado?»o «¿Están seguros de que en el hospital les entregarona su verdadero hijo?». Yo recuerdo que me gané unasemana de castigo cuando un día, al regresar de unafiesta en la que nadie me había pedido que bailara (nisiquiera a la hora en que todos hacían trencito), le dijea mi madre: «¿Mamá... prometo no juzgarte, pero,¿estás segura de que mi papá es, efectivamente, mipapá?». Ella me miró con ojos de furia viva y comenzóa sermonearme, a decir que si la ofendía, que siella era una mujer fiel y honesta, que si yo era unaadolescente maleducada y altanera, que si yo tenía lanariz igualita a la de mi papá, que si yo tenía el lunaren el cuello que solo tienen los de la familia Robles.Cuando terminó de dictaminar su sentencia (una semanasin tele), yo le dije: «Bueno... así será, pero a veces a mí me parece que soy la hija del hombreinvisible».
En fin, este es el diario del club, es la bitácorade esas largas charlas entre Alejandra, Juancho y yo,es la agenda de esos meses en los que descubrí queuna mala historia de amor no es lo peor que te puedeocurrir.A veces metes la mano en el bolsillo de un pantalónque no has usado algún tiempo y descubres queallí hay un agujero, y quizá por ese agujero se ha escapadoun billete, una galleta o una sonrisa.
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El Club Limonada
Teen FictionEn el mundo hay quienes encuentran a su ''media naranja'', pero hay otros que solo han descubierto a su ''medio limón''... ácido y amargo. Maria, Alejandra y Juancho son tres amigos que, ante su mala suerte en el amor, han decidido fundar El Club Li...