Los vapores se elevaban en el aire lentamente, se oían algunos burbujeos y el ambiente era cálido por el fuego que emanaba de los calderos en esa habitación. Un hombre de edad media, cabello rubio y ojos grises se desplazaba de un lado a otro con varita en mano, sus labios se movían frenéticos, recitando ingredientes o contando los segundos para el siguiente; en algunas ocasiones también se detenía en las mesas, picando, cortando y machacando los ingredientes necesarios. Quería perfección en sus pociones.
Todo esto era observado por Scorpius Malfoy, el único hijo de aquella familia conformada por Draco Lucius Malfoy
y Astoria Greengrass. Al pequeño le encantaba ver cómo trabajaba su padre, sabía que adoraba las pociones tanto como a él le gustaba el chocolate. Además, de que era fascinante el trabajo de su padre, que aunque tenía unos laboratorios en el centro de Londres, en las mazmorras de la mansión, se encontraba el personal, al que nadie más aparte del dueño podía entrar; con excepción de él. Sin querer, una sonrisa arrogante y orgullosa creció en sus labios.
Se encontraba en las mesas centrales, desde ahí se podía ver todo más claramente. Draco se acercó al caldero que estaba frente a él y dedicándole una sonrisa cariñosa, agregó otro ingrediente a la poción.
Diez minutos después, el vapor de ese caldero comenzó a ascender en espirales y un aroma muy sutil llegó hasta sus fosas nasales: Chocolate, libros y menta. Emitió un sonido de sorpresa y con los ojos fijos en la poción aspiró lenta y suavemente.—¿Padre? —llamó en un susurro.
—Dime, Scorpius —le respondió Draco con el ceño fruncido y agitando una de las pociones.—¿Cuál poción es ésta? —sus ojos seguían fijos en el brillo nacarado y no notó cuando el rubio mayor se acercó a él con aire perspicaz.
—Se supone que deberías verlo en dos años más en Hogwarts —respondió Draco divertido, suprimiendo una sonrisa.
—Vamos, padre, por favor —rogó con un puchero, levantando por vez primera la vista, su padre seguía con esa expresión fría de siempre pero la diversión estaba presente en su mirada.—Sólo te diré lo básico, allá la verás más detenidamente. Su nombre es Amortentia, crea una poderosa obsesión en el bebedor, se dice que es el filtro de amor más poderoso. Se caracteriza por su brillo nacarado y por el vapor que asciende en espirales. Ahora —Draco observó la poción frente a ellos, una sonrisa pintada en sus labios—, ¿Qué hueles?
Scorpius lo observó curioso y, omitiendo algunas preguntas, aspiró de nuevo el delicioso aroma:
—Chocolate, libros y menta —contestó—. ¿Por qué?
—Se supone que huele a lo que más te gusta, aunque tú no lo sepas, normalmente una de esas cosas corresponde a una persona —Draco rió suavemente y revolvió el cabello de su hijo, el menor tornó su rostro serio, no le gustaba que lo hiciese.
—Pero a mí no me gusta nadie.
—Eso es lo que tú crees.
Y sin decir más, el patriarca volvió a atender las pociones antes de que se arruinaran.El viento soplaba ligeramente, despeinando sus rubios cabellos y el ligero sol en lo más alto, daba calidez a su cuerpo.
Se estaba bien así, descansando en los jardines de la mansión después de un juego de Quidditch con su padre, un amigo de éste y su hijo.
Abrió los ojos lentamente y con un suspiro sacó una barra de chocolate del bolsillo en su pantalón. Rompió la envoltura y guardándola en el mismo lugar, dio una suave mordida.
—Eh, Scorpius.
Giró su rostro a la derecha, un chico de tez morena, cabello azabache y ojos miel le devolvía la mirada. Era Matthew Zabini, el hijo del amigo que visitaba a su padre desde Alemania.
—¿Qué? —cuestionó con mirada despectiva. El chico lo miró mal.
—Llevas cinco chocolates —dijo; y señaló con el dedo índice la tableta entre sus dedos. Él dio otra mordida y sonrió al sentir el dulce deshacerse en su paladar.
—¿Acaso quieres? —el tono de su voz reflejaba el aburrimiento que sentía. Prefería la soledad, o hablar con Albus, su mejor amigo.
—No, gracias. Demasiado dulce.
—Genial, no pensaba darte.
Matthew bufó y con expresión de hastio se puso en pie, caminando de regreso a la mansión. Feliz porque el chico se fuese, se recostó en el césped y dejó que la brisa abrazara su cuerpo. Acercó lo que quedaba de la tableta a su boca y mascó, un gemido de satisfacción escapó de sus labios.
A su mente vino lo que su padre le dijo y murmuró: Es obvio por qué me gusta el chocolate.
Los recuerdos de cuando tenía seis años regresaron a él. Narcissa Malfoy, su abuela, figuraba mucho, porque ella era todo para él y fue con quien pasó la mayor parte de su infancia. La mujer que cada vez que se portaba bien le daba un chocolate, que incluso antes de que ella muriera, fue lo último que recibió de sus manos.
Con el paso del tiempo el chocolate se convirtió en una pequeña adicción. Podía ser suave, blando, duro; frío o caliente; en polvo, líquido o sólido; blanco o negro; amargo o dulce; pero sobretodo era delicioso.
Fascinante como se deshacía lentamente en su paladar, como le llenaba el cuerpo de calidez y lograba sentirse reconfortado.
Inhalar su aroma y sentir un placer exquisito era inigualable. Y bueno, no era para nada malo, su propio padre se lo había dicho, y aunque no estaba de acuerdo en que comiera tantas barras de chocolate, ya no le decía nada.
Sacó un nuevo chocolate del interior del bolsillo, quitó la envoltura y acercando la barra a su nariz, inhaló lenta y profundamente.
Sí, definitivamente era su pequeña adicción.
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Adicción
FanfictionScorpius sabe que al acercarse a una Amortentia olerá a chocolate, libros y menta. Sabe el por qué de los dos primeros, e incluso puede numerar razones, pero no sabe el por qué del tercero. ¿Quién huele a menta? Ese es el dilema.