Lucía

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El autobús estaba pronto a llegar a su última parada. No quedaba casi nadie en el interior. Los ojos del conductor estaban inmóviles en el retrovisor, miraban a una joven que estaba en un asiento completamente sola, dormida y sola. Ya era muy tarde lo cual preocupaba en cierta medida al conductor; quizá la joven debió haberse bajado hace muchas paradas atrás. Era una joven muy pálida, de cabello Negro, llevaba unas gafas; vestía un atuendo bastante particular, predominaba el Gris en su vestuario. Estaba entregada al letargo de la jornada, su cabeza pendía en cada movimiento brusco del autobús. El conductor, decidió detener el vehículo, puso el freno de mano y se dirigió hasta el asiento donde se encontraba la joven.

-¡Señorita despierte! -le dijo el conductor, mientras le daba un leve golpe con el índice en el cuello; justo por debajo de la nuca- ¡Señorita!

En aquel momento, la muchacha se desplomó como un muñeco gobernado por una lasitud miserable. Cuando el cuerpo hizo contacto con el piso del autobús, la cabeza de la joven rodó hacia la cabina, casi hasta llegar a los peldaños de ingreso. Un tubo que soportaba un pasamanos, impidió que la cabeza siguiera avanzando. Al ver todo esto, el conductor, muy asustado, salió rápidamente del autobús y se echó a gritar en busca de ayuda.

Veinte minutos antes la muchacha se encontraba en la parada, esperando el siguiente autobús que la dejaría cerca de su casa. El día no había sido de los mejores, sostuvo una fuerte discusión con un compañero que había estado hablando a sus espaldas, compañero que se había presentado ante ella como alguien en quien confiar, algo así como un amigo. Estaba realmente ofuscada por aquel suceso. Tenía los labios apretados, los movía como intentando articular sus emociones que, en aquel momento, debieron ser muy fuertes. Sus ojos parecían dos bailarines furiosos que se deslizaban en todas direcciones para, luego de un parpadeo, desaparecer de escena.

Hasta que por fin llegó el autobús. La joven comenzó a empujar a las personas que había delante de ella y avanzó rápida hasta la puerta del autobús, ingresó y pagó su pasaje. Posteriormente se dirigió hasta un asiento y se dejó caer; tomó un bolso que llevaba y mientras lo acomodaba sobre sus piernas, lo apretaba con sus manos.

-¡Maldito, malditos todos! -decía la joven en voz baja, mientras empuñaba el bolso.

Entre estas convulsiones -voluntarias en este caso- la joven fue imaginando varias cosas que podrían satisfacer su voluntad. Una suerte de indemnización que sofocara su cólera. Entre los remolinos de su inquieta imaginación y el vaivén del autobús, la joven, poco a poco, se fue quedando dormida.

-¡Jajaja!...¡Jajaja!... ¡Jajaja! -risas que emanaban en el sueño de la joven-

De pronto la muchacha se encontró caminando por una galería con infinitas puertas en ambos costados, en la penumbra sólo podía ver una luz que provenía desde una de esas infinitas puertas y se dirigió hacia ella. Al tiempo que una voz de hombre a lo lejos decía:

-Allí viene la reina de los locos, locos

Que edificó su imperio mudo, mudo

Para los espíritus destemplados

¿Podrá contra todos nosotros,

que no estamos tan locos,locos?

¡Jajaja!... ¡Jajaja!... ¡Jajaja!

Al cesar aquella voz, la joven se encontraba frente a la puerta desde la cual podía verse luz, la abrió y pudo ver que en el interior se encontraba ella misma. Estaba sentada y atada en una silla, sobre ella, pendía una lámpara de aceite. Desde lo más alto de la lámpara, dos serpientes comenzaron a deslizarse en descenso. Pasando por la llama, las serpientes se encendieron y luego se dejaron caer sobre la joven que estaba en la silla. Ambas serpientes se metieron por la boca de la joven, la cual, levantó la cabeza mirando a la joven que tenía en frente y dijo:

-En la hora del sabio te encuentras

No podrás mirar con tus ojos

Aquello que se nubla al pensarlo

Tendrás que devorar tu lengua

Para no enredar tus pensamientos

Porque no recobrarás del sueño tu vida.

De pronto la joven que estaba en la silla, expulsó un gran grito. Dicho grito, hizo venir a un grupo de personas. La otra joven, reflejada especularmente, aún se mantenía bajo el dintel de la puerta de aquella habitación. Las personas que venían, la apartaron de la puerta. Entonces, una figura muy imponente, tomó a la joven que estaba en la silla por sus cabellos y se la llevó arrastrándola por la galería.

La joven comenzó a seguir al grupo que se llevaba a la otra joven. De pronto llegaron hasta una habitación completamente vacía, excepto por una cosa: una guillotina. Entonces la joven que los había seguido, comenzó a pedir ayuda, pues, pensaba lo peor, en realidad, pensaba la posibilidad más obvia. Al instante, la gran figura que había arrastrado a la chica la dispuso en la guillotina y dijo:

-En este espejo te puedes mirar, mirar

Dos lenguas han de perecer, perecer

Gloria en la bondad de nuestro polvo

¿Podrías corregir el giro de la muerte,

cuando ya no percibas la vida, vida?

¡Jajaja!... ¡Jajaja!... ¡Jajaja!

Mientras la gran figura aflojaba la soga que haría caer la hoja de la guillotina, la joven que los seguía, intentaba impedirlo, se quería acercar pero no se lo permitieron. Cuando la hoja afilada de la guillotina hizo contacto con su cuello, justo por debajo de la nuca; la joven que veía todo esto desde lejos escucho un susurro en el ambiente:

-¡Señorita despierte... Señorita! Mientras el tiempo parecía tornarse cada vez más lento, la cabeza rodaba y rodaba, su cabeza, su miseria -¡Señorita despierte... Señorita!

LucíaWhere stories live. Discover now