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Armin solo quería dos cosas: el título de aquel libro que Marco le comentó y que Eren le hiciera caso. No era mucho pedir... si tan solo volteara y descubriera que está ahí, justo a su lado. Pero el prefería estar con otras personas que, aunque lo ignoraran él seguía ahí, como un perro faldero necesitado de amor. Aún no entendía porque prefería estar con ellos, tal vez si tenía lo que con él y Mikasa no. Eran tantas las posibilidades que con el simple hecho de imaginarlas el rubio terminaba con dolor de cabeza.

•••

— Oye, ¿conoces a Annie? —preguntó el chico con una rara alegría en su tono de voz

— No. Lo siento, Eren —respondió apenado mientras por millonésima vez se repetía el humano estúpido que llegaba a ser.

—Ya me di cuenta. Deberías conocerla, es una chica muy mona a pesar de su mal carácter.

Y con pequeños detalles, para muchos absurdos, pero para él lo eran todo, se destrozaba poco a poco y sus esperanzas perecían.

— Espero y me toque con Armin, así podríamos pedirle ayuda a ella. Lo sabe todo —con esa pequeña oración solo ella pudo escuchar el crujir de su corazón.

¿Por qué el corazón? ¿Por qué le atribuían sentimientos a algo más que un tejido pero menos que un aparato? ¿También por qué lo dibujaban tan diferente a cómo es? Si, aquella amorfidad que parece todo menos aquellos dos óvalos que siempre son rojos y representan amor. Oh sí, eso representa a los corazones de dos personas dándose un abrazo.

Un abrazo que él le rechazó.

El solo quería apoyarlo, ayudarlo, darle consuelo y algunos consejos. No es hermoso reprobar un examen tan importante como aquel, uno que podía influir mucho en su futuro... si tan solo hubiera aceptado estudiar con el no estaría sufriendo por tal consecuencia.

— Lo siento Eren, pero es tu culpa —y ahí va él a darle un abrazo a Mikasa. En esos momentos anhelaba ser ella.

" — También dale un abrazo a Armin, siempre trató de apoyarte —el rubio sintió como su corazón empezaba a acelerarse y sus mejillas se tornaban rojas.

"—¡EREN! —grito Armin mientras extendía sus brazos.

" — ¡Oh, Annie! Espérame —fue lo que él dijo mientras se alejaba."

El sintió como poco a poco sus ojos ardían, se llenaban de lágrimas y su corazón oprimirse hasta no poder. Después de eso, lo único que pudo hacer fue esperar a que todos se fueran y tratar de no lanzarse a llorar en medio camino.

Aún sigue cuestionándose como es que no lloró en su casa. Tal vez porque no quería que su madre supiera que sufría por el "rechazo" de un chico o, porque si lo hacía comprobaría uno de sus lemas de vida, "estar enamorado es una completa pérdida de tiempo y razonamiento".

¿Quién en su sano juicio lloraría? ¿O esa era la gota que le hacía falta a su vaso?

Solo era un adolescente común y corriente.

Un adolescente de 15 años que sufría por un simple y absurdo rechazo.

Irónica adolescencia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora