Capítulo 1| Alumnos nuevos.

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CATH

–Mira mami, te hice un dibujo. le entregué la hoja sonriente

Ella la tomo examinándola, su expresión era seria, alzó una ceja dudando de lo que pudiera estar plasmado ahí y luego sin más la voto en la mesa.

Primero aprende a dibujar bien y ya luego puedes regalarlos– mi sonrisa se borro –que vergüenza que vean como dibujas.

Agache la cabeza sintiéndome poca cosa, las lágrimas no tardaron en aparecer, tome el dibujo y lo miré, en aquella hoja la había dibujado a ella, feliz, sonriente, yo estaba a un lado y nos tomábamos de la mano como cualquier hija y madre, en la parte inferior había escrito: "Te amo mamá", pero a pesar de todo no logre conmoverla.

Abro los ojos, miro el techo y suspiro, odio tener esos sueños, quisiera dejar de sentirme miserable por lo que paso, quisiera olvidar mi pasado y seguir adelante, pero no puedo.

Me levanto para tomar una ducha, luego de vestirme bajo a la cocina para desayunar, sobre la mesa hay una nota de mi hermano

"Hoy no podré llegar a cenar, lo siento :("

Suspiro, aunque me duele ser distante con mi hermano es mejor para él, siento que por mi culpa esta desperdiciando su vida. Después de desayunar y lavarme los dientes cojo mi mochila para ir a la escuela.

Como es costumbre, cada año alumnos nuevos se integran al plantel, aveces pocos, aveces muchos, este año en particular fueron bastantes, al menos a mi primera clase se integraron cinco, cuatro chicas y un chico.

Siempre odie las presentaciones, ya estábamos bastante grandecitos como para hacerlas, según los maestros: sirven para que los nuevos estudiantes interactuen y hagan amigos; la realidad, solo sirven para que se burlen de los nuevos.

Las chicas pasaron primero, como siempre, con su sonrisa estúpida y su tono meloso pronunciando que quieren ser amigas de todos, en lo personal disfruto viendo como se vuelven invisibles ante mi presencia, como intentan formar parte de mis amigas para ganar la atención de los chicos; pero cuando el chico paso, fue, en particular, el más aburrido de todos, tartamudeaba, jugaba con sus dedos y ni su nombre podía decir bien, le estaba yendo tan mal que deje de escuchar lo que decía por pena ajena. Enserio que ese chico se había ganado su boleto directo para ser la nueva burla.

La apuesta. [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora