Búsque el estúpido y estúdio que me llevarían con Brian. Me acerqué a una chica, al parecer la secretaria de Brian. Era blanca, cabello negro, largo y lacio, llevaba un mini vestido negro con unos tacones color crema. Traía un gafete con su nombre: . Lindsay Usich
– Hola, disculpa, ¿se encuentra el señor Warner? – pregunté amable.
– Por supuesto. ¿Desea que le llame? – me preguntó.
– Por favor.
– ¿Quién lo busca? – dijo alzando la bocina del teléfono.
– Una amiga.
Asintió con la cabeza y presionó el botón rojo que haría llamar a Brian. Disfruté el momento en el que la chica colgó me sonrió de oreja a oreja con un poco de disgusto.
– Puede pasar – me invitó mientras le daba la espalda y me dirigía a el gigante estudio de Brian.
– Gracias, – dije provocativa.
Golpeé un par de veces la puerta de madera hasta que escuché el grito sensual de Brian detrás de ésta invitándome a que pasara. Abrí la puerta y entré tan despacio como un gato. Lo vi con su traje negro de espaldas a mí, por un momento no quise que volteara para poder salir corriendo e irme de ese lugar, pero otra parte de mí me pedía que me quedara, que dejara atrás todo mi orgullo y aceptara de una vez que Brian me gustaba y que me gustaba muchísimo.
– Te dije que no Robert – dijo al teléfono. – Su padre es un hígado – siguió hablando. – Después te llamo ¿sí?, tengo asuntos que resolver. Adiós.
Se dio vuelta y se quedó helado cuando me vio. Lo miré directo a los ojos y después bajé a sus labios.
– Hola – lo saludé tímida.
Se dio vuelta para quedar frente a mí.
– ¿Qué haces aquí? – me recorrió con la mirada y luego tocó mi rostro, justo debajo del labio inferior, donde había quedado una marca de sangre después del golpe que me había soltado papá. – ¿Qué te pasó? – me preguntó con un tono preocupado.
– Solo vengo a pedirte una sola cosa.
– Dime – me ofreció continuar.
– ¿Tienes alguna propiedad que no estés usando?
– Sí.
– ¿Qué posibilidades habría de que me la rentaras? Si fuera un apartamento sería mejor – le pedí.
– ¿Puedo preguntar por qué? Robert...
– Él no hizo nada – lo interrumpí. – Fue mi padre.
– ¿Él te hizo eso? – señaló la herida debajo de mi labio.
Asentí con la cabeza.
– Robert acaba de decirme lo que pasó entre ustedes.
– Bah. A puesto que te dijo que nada era lo que parecía – bufé.
– Está devastado. Deberías de hablar con él.
– ¿Ahora eres mi psicólogo o qué? Yo solo vine a pedirte un espacio donde pueda quedarme. Te pagaré la renta, no te preocupes – dije algo enojada.
– Hey, hey, hey, tranquila ¿quieres? Está bien que estés alterada pero eres menor que yo chiquilla.
– ¿Qué tiene eso? A decir verdad, soy más madura que tú.
Empezó a balbucear muchísimas cosas que no pude entender. Dios mío, eso me prendía muchísimo.
– Mira, no tengo las llaves del apartamento, están en mi pent-house. Si quieres podemos ir allá y te doy las llaves – me ofreció.