Orgullo Alemán

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Nevaba. Los copos caían de un cielo gris oscuro y se dejaban llevar por un viento helado e inclemente, haciendo girones en el aire antes de depositarse en el manto frío del suelo, grueso, espeso y blanco... como la muerte.
Lo que hacía algún tiempo había sido una bella ciudad, repleta de vida y actividad, era ahora un conjunto de ruinas chamuscadas y bombardeadas, dejadas al abandono y cubiertas por la nieve. Era deprimente de ver, y más cuando, con expresiones de desesperación , los muertos de hambre rodeaban las calles, desplomados como si fueran esqueletos. Cuando los historiadores se refieran a la Batalla de Stalingrado como la más violenta y sanguinaria de todas, sepan que tienen razón.
Los alemanes estaban atrincherados en una esquina, usando restos de eficicios, bolsas e incluso cuerpos congelados como barrera para evitar disparos. Habían estado esperando alguna orden de avanzar con inquietud, pero mientras pasaban los días sus esperanzas iban desvaneciendose y no les quedaba más que tratar de abrigarse de la mejor forma posible. A una calle se distancia estaban las tropas rusas, igualmente en posición con sus ametralladoras y cañones listos a abrir fuego. De vez en cuando, algún disparo perdido o una explosión de artillería rompían la tranquilidad que reinaba, pero por lo demás, los gritos y aullidos del viento calaban modo en la mente de los hombres.
Un soldado raso alemán, recién cumplidos sus dieciocho, miraba con miedo por encima de su cabeza. Un poco más arriba y un francotirador seguro lo mataría. Deseaba correr, ir a su casa a que su familia lo recibiera con brazos abiertos. Pero era imposible.
Sintió una vibración leve en el suelo. En un principio, apenas era perceptible, pero luego fue imposible de ignorar. ¡Tanques! Un panzer empezó a emerger desde el fondo de la carretera, con un cañón listo para disparar. Desde el otro lado, se podían escuchar a los rusos alborotarse, buscando sus armas anti-tanque.
Pero sin duda alguna, lo que más emocionó a los alemanes no fue el blindado acercándose, si no quien estaba parado sobre la cabina del mismo. Glorioso, enorme y fuerte, Stroheim sonreía con orgullo mientras blandía y levantaba una bandera de la Alemania Nazi.
El tanque se posicionó detrás de la trinchera y el ciborg alemán bajó, rodeado de cantos y gritos de soldados en júbilo.
El joven se acercó con timidez, poniéndose a disposición y esperando órdenes.
-¡Stroheim, señor!
-No se rindan, soldados. Esta ciudad es nuestra. Quedaros a cubierto, hoy yo limpiaré el campo de batalla.
Stroheim dio un paso, saliendo de la trinchera. Los soldados lo veian con asombro y admiración.
-¡Los mejores del mundo! -gritó, liberando de su espalda numerosas armas que apuntaban directo a los rusos.
Empezó a disparar sin dar tregua mientras los soviéticos caían como moscas ante la potencia de las armas de Stroheim. Incluso los tanques parecían querer retroceder antes de explotar en llamas. Frenó, calculando cuando haría falta para destruirlos a todos. Los rusos volvían a posicionarse en sus lugares, y unos tres tanques, los últimos que les quedaban, apuntaron directo al alemán, pero ninguno disparó.
Stroheim los desafió.
-¿Qué sucede, petrificados ante mí?
-Yo les he ordenado parar -habló una voz fría como el hielo, de un sujeto que caminaba fuera de las posiciones rusas.
Era un hombre alto y delgado. Su piel era casi tan blanca como la nieve y su rostro, afilado como el de un águila, intimidaba con sólo verlo. Llevaba un largo abrigo militar y un gorro de oficial. Físicamente, no parecía un rival para Stroheim, que sonrió al verlo pensando que sería una víctima más.
-¿Acaso esto es lo único que tienen para enviar? ¿Para intentar detenerme? ¡No se burlen de mí!
-Silencio, alemán. Pronto descubrirás que nosotros tenemos más armas de las que piensas. Esta ciudad, y todas las que ustedes han destruido eran sacrificios necesarios. Queríamos que se confiaran. ¡Ahora serán derrotados por mí, el gran Sergei!
-¡No puedes superar a la ingeniería alemana, la mejor de todo el mundo!
-¡Estúpido alemán! Orgulloso de tus máquinas y artefactos. De todas las razas que existen en este mundo, ustedes los germanos supieron ser siempre los más molestos para los gloriosos rusos. ¡Pero ya no!
-¿Lo único que hacen ustedes los rusos es hablar, entonces? Si hablaran tan bien como mueren, serían dignos de mantener una conversación con un alemán.
-¡Insolente nazi! ¡Esto acaba aquí!
Stroheim lanzó una poderosa carcajada cuando vio al general ruso correr hacia el. Un lanzacohetes en su espalda disparó, y el impacto resonó en todo el distrito. La nube de humo se corrió, revelando a un intacto ruso con una sonrisa maliciosa en su rostro.
-¿Q-qué...? ¡¿Pero cómo?!
-¡Pero ya no! -volvió a repetir, riendo como un psicópata-. Eres muy gracioso, alemán. Sólo por eso, te permitiré saber qué ha ocurrido antes de morir. Pero antes...
El general alzó su mano y Stroheim sintió una enorme fuerza bajo su cintura. Un estridente ruido, casi como el de un rayo, se propagó por entre las ruinas e hizo ecos extraños y aterradores. Antes de darse cuenta, había perdido sus piernas. Stroheim cayó sobre la fría nieve, preguntándose qué había sucedido. Sus piernas no habían sido destruidas, explotadas o arrancadas, no habían restos ni fragmentos que comprobasen eso, solamente... habían desaparecido.
Los soldados atrincherados detrás de él habían sufrido el mismo destino. Incluso el panzer, tan imponente como era, se había evaporado sin dejar rastros.
Sus ojos artificiales afinaron su visión hacia la trinchera, esperando ver algún superviviente. Para su sorpresa, lo que en un principio pareció carente de pistas o restos, en realidad estaba lleno de brazos y piernas, todos cercenados de una forma recta y lisa.
-¡Habla, ¿qué clase de artefacto has usado?!
-Te he dicho que te dejaría saber al verdad antes de morir, supongo que te lo debo. Ustedes se caracterizan por buscar medios poco comunes para ganar guerras, desesperados y acorralados como perros. Magia negra, hechicería, mitos y fantasía. ¡Incluso la ingenieria que tanto presumes es una ilusión que ustedes mismos se hacen para creerse invencibles! Nosotros en cambio hemos estado investigando en otros lugares, hemos hecho nuestras propias expediciones alrededor del mundo, e indagado sobre secretos que los alemanes nunca hubieran podido siquiera imaginar. ¡Nosotros descubrimos los Stands!
-¿Stands?...
-En leyendas antiguas, se decía que había una espada capaz de hacer a su portador un habilidoso espadachín, aunque en el proceso perdía el juicio, haciéndose un títere de la voluntad del arma misma. Quisimos saber de eso pero dimos con algo mucho más profundo. Encontramos una flecha. Sólo una, pero era suficiente. ¡Aquí la tengo!
Sergei abrió su gabardina, una flecha dorada y de diseño peculiar brillaba con vida propia. Parecía querer desprenderse, ser libre y apuntar hacia algún lado, pero la tela de Sergei estaba mezclada con varias cadenas que sostenían la flecha.
-Nuestras investigaciones sugieren que había más... Pero con una es suficiente. Seguramente te preguntarás por qué la he traído... ¡Para hacer pruebas de campo, claro! ¡Para crear un ejército! Cuando está batalla acabe, y yo en encargaré que así sea y rápido, seleccionaré a los hombres más fuertes y resistentes y les clavaré la flecha. ¡La Madre Patria podrá tener un ejercido de usuarios de stands a su disposición! Con ellos acabaremos con Alemania, y con el resto de Europa, América, y el Mundo. ¡Nadie podrá detenerlos, Rusia dominará el mundo, por la gloria de Lenin, Stalin y la Unión Soviética!
-¡El mundo le pertenece a Alemania! -gritó Stroheim, pero Sergei siguió.
-Oh, y casi lo olvido... ¡Muéstrate, Katyusha!
Desde detrás de Sergei, una forma levemente humanoide y lóbrega tomaba forma, tenía un torso enorme y cuadrado, su cabeza era circular y sus brazos largos. Tras unos segundos, se veía claramente. Katyusha era un robot, de los clásicos robots de ciencia ficción de aquella época, sólido y firme. En su pecho se marcaba una enorme estrella roja, y dentro un martillo y una hoz amarillas. Su cabeza era su peculiaridad. Una esfera de vidrio donde dentro había la cabeza de un perro. El pobre animal parecía sufrir siendo parte de aquel tenebroso aparejo.
-Generalmente, aquellos que no poseen stands no pueden verlos. Pero Katyusha es una excepción. Es un stand que necesita un objeto para manifestarse. Y en este caso... perros.
-¿Me dices que ese canino dentro de tu bestia robótica es real?
-Real y vivo, por ahora. Lo uso con perros callejeros. Invoco a Katyusha y el robot mismo le corta la cabeza al animal y la reemplaza por la que ya tenía. Debo hacerlo todos los días.
-Maldito... -dijo Stroheim. En la Alemania Nazi, los experimentos con animales y la cacería habían sido prohibidos, y se inculcan valores ecológicos en las escuelas desde el gobierno. Curiosamente (y en uno de los giros más raros de la historia) eso no les prohibía experimentar con seres humanos y prisioneros de guerra.
-Mi stand crea burbujas de vacío a distancia -sentenció conforme -. Y ahora es tu turno de morir -dijo Sergei a punto de 'disparar'. El perro dentro de Katyusha ladró en agonía. El robot extendió su brazo.
Un disparo solitario marcó su trayectoria hasta un desprevenido Sergei. Le dio en el brazo. El ruso permaneció el silencio unos instantes, sintiendo algo que no había sentido en años, dolor, la sensación del peligro y el miedo a la muerte. En vez de sentirse atemorizado, se encolerizó. Extendió su mano frente a su rostro, viendo como un hilo rojo había chorreado hasta la puna de sus dedos.
-¿S-sangre? ¿Mi sangre? ¡¿Me ha logrado herir un maldito alemán? -miro a su costado con furia animal, había un edificio en ruinas, probablemente una antigua fábrica. De ahí había venido el disparo misterioso- ¡Déjate ver, basura! ¡Enfrenta tu muerte!
Al no tener respuesta, se enojó todavía más.
-¡Katyusha! -gritó.
Una después de otra, miles de explosiones de ruido empezaron a sonar. La fábrica iba desvaneciéndose con cada una, mientras el stand creaba más y más burbujas de vacío. Sergei había perdido el juicio y ya ni siquiera tenía a consideración a Stroheim. Ni siquiera sabía dónde apuntaba, porque la trinchera rusa había sido impactada varias veces por Katyusha.
-Cometieron un error al invadir la Madre Patria -gritó con orgullo-. Nunca deberían haber venido, y nunca deberían haber desafiado nuestro poderío. ¡Estúpidos alemanes, deberían haberse quedado en su estúpida tierra matando judíos! ¡Ahora nosotros pondremos fin al Tercer Reich! ¡No los americanos, no los británicos, sino nosotros!
'Británicos' pensó Stroheim, recordando a aquel muchacho que había conocido. Uno de los pocos ingleses que había considerado digno de su amistad, aunque un aire americano emanaba de él. Sonrió recordando los trucos y jugarretas de Joseph Joestar, y de cómo había derrotado al ser supremo solamente perdiendo una mano. ¿Qué haría él ahora? ¿Qué pensaría y qué truco le permitiría ganar? Stroheim siempre confió en su fuerza y autoridad, pero ahora sentía que un plan se formulaba en su mente. Aunque debería sacrificar mucho más que solamente una extremidad.
Sergei respiraba hondo mirando la destrucción que había provocado con su stand, estaba cansado. En su cólera los rusos también habían sido aniquilados y sólo se veían escombros y agujeros enormes en la nieve. Era su oportunidad.
Stroheim usó la poca fuerza que quedaba en sus brazos para impulsarse hacia adelante y aferrarse al ruso. Este no pudo reaccionar a tiempo, sintiendo al enorme cuerpo robótico agarrarse con sus pesados brazos alrededor de su torso.
-¿Qué haces? -gritó.
-Si usas a tu stand, tú también serás eliminado... Por cierto, ahora dirás '¡No me subestimes, maldito alemán!'
-¡No me subestimes, maldito alemán!... ¡¿Qué?!
'No es tan difícil como creía' pensó Stroheim, y activo su mecanismo de autodestrucción. '¡Adiós, JoJo, no te metas en más líos!'.
Una enorme bola de fuego rodeó el lugar. La nieve salió volando antes de derretirse por el calor. La explosión fue enorme, y se propagó por kilómetros. Nadie podría haber sobrevivido.
La flecha salió disparada de la explosión con tanta violencia que atravesó una pared de roca, antaño una casa. Se clavó en alguien. El soldado raso que añoraba a su familia salió de su escondite con un rifle humeante. Se lamentaba haberle dado a Sergei en el brazo en vez de la cabeza, como era su intención original. Pero ahora tenía algo más en lo que pensar.
Arrancó la flecha de su costado, sintiendo un enorme dolor. A pesar de su herida, se sentía extrañamente revitalizado, poderoso. Miró la flecha con curiosidad, era hermosa. 'He tenido suerte de que no me haya matado' pensó.
Caminó hasta donde había ocurrido toda la acción. Un cráter humeante era todo lo que quedaba del glorioso Stroheim y de su rival, Sergei, el usuario de stand.
Empezó a nevar nuevamente.

Jojo's bizarre adventure: Von StroheimDonde viven las historias. Descúbrelo ahora