Lay me down

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Cuando Levi abrió los ojos, las flores que había dejado sobre la mesa de noche ya comenzaban a secarse. No se había quedado dormido, de eso estaba seguro, y habían pasado quizás unas dos o tres horas desde que las dejó ahí, pero el sol parecía empeñarse en marchitarse. Los vivos colores que antes habían llamado su atención ya habían desaparecido casi por completo, dando paso a otros más oscuros, sombríos... sin vida.

Una risa amarga escapó de su boca al pensar en eso. Casualmente, mientras los delicados pétalos perdían su belleza y se desprendían uno a uno de las flores, Levi encontró un parecido abrumador con el cuerpo que yacía en la cama. Al igual que esas flores, del hombre que había admirado no quedaba más que un cascarón vacío, una piel oscura y fría y el recuerdo de esas promesas que nunca se cumplieron.

Había pasado todo ese tiempo sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la orilla de una cama que no lograba mirar y sintiendo, por primera vez en mucho tiempo, el peso de sus decisiones aplastándole. ¿En qué momento las cosas habían comenzado a ir mal? ¿De verdad había hecho bien en dejarlo morir? En el momento, la decisión parecía la correcta, dejar que se marchara antes de convertirlo en el monstruo que todos creían que era. Pero ahora, cuando ya todo había pasado, se preguntaba si quizás hubiera podido hacer algo más por él.

Jamás, en todos los años que había pasado a su lado, Erwin se había sentido tan lejano estado tan cerca. Estaba seguro de que ni siquiera tenía que girarse, la cama era demasiado pequeña y bastaba con que estirara la mano para rozar la de su comandante. Pero qué sentido tenía buscar su mano si ya no enredaría sus dedos con los suyos, su pulgar ya no acariciaría el dorso de la suya y su piel ya no le transmitiría el calor al que estaba acostumbrado.

Tampoco deseaba verlo. La última vez que lo vio, sus ojos brillaban con coraje, con esa pasión que tanto le caracterizaba. Su cabello resplandecía con reflejos dorados que le recordaban los días soleados. Su piel, suave y cálida, como todas las noches en que la había sentido bajo sus manos. Del brillante sol que era Erwin Smith, no quedaba más que un recuerdo marchito, como las flores a su lado, otra prueba irrefutable de que la vida se le había escapado demasiado pronto.

La noche antes de salir, todavía había compartido la cama con él. Cada vez que iban fuera de los muros, a Levi le gustaba creer que pasaban la noche juntos como si fuera la última, que si alguno de los dos moría en batalla, no habría remordimientos, y que la despedida no sería tan dolorosa porque estaban preparados. Qué estúpido había sido.

Ahora que todo era real, aunque se sintiera como una pesadilla, Levi sólo podía pensar en lo mucho que hubiera deseado tener una noche más a su lado. Sólo una más, en la que pudiera entregarse a él sin pensar en nada, besarlo sin descanso hasta que sus labios se hincharan, acariciar su cuerpo hasta memorizar cada rincón, jugar con su cabello hasta memorizar su textura, o, simplemente, mirarlo a los ojos en busca de alguno de los secretos que escondían. Necesitaba escuchar su voz, respirar su aroma, sentir el peso de su cuerpo sobre el suyo... necesitaba saber que estaba bien.

¿Qué haría ahora? Cuando regresaran, no habría nada esperando por él. No más besos de bienvenida, no más miradas cómplices o caricias discretas en medio de las reuniones, no más noches de hacer el amor con una mirada o palabras de aliento cuando su voluntad se desquebrajaba. Nada volvería a ser lo mismo, y lo peor no era eso, lo que más le angustiaba, era la idea de dejar a Erwin ahí, solo, en una casa desconocida a la quizás nunca volvería.

Esos años que estuvieron juntos, Levi finalmente había logrado encontrar algo bueno en qué ocupar su insomnio. Las noches enteras velando el sueño del comandante habían llegado a su fin; a su lado, jamás sintió la desesperación propia del lento transcurrir de las horas, y estaba seguro de que esas noches serían reemplazadas por otras más largas, casi eternas, en que el silencio le recordaría todo lo que había perdido. Recordaría cada segundo que Erwin se había ido para nunca volver.

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