Prólogo.

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Carter sorteó con agilidad a los escasos transeúntes de la calle nueve, camino al centro de la ciudad. Sus pies, pequeños, se movían con una energía correspondiente a su corta edad, mientras que su mirada nerviosa no se separaba de las baldosas del suelo.

El cielo auguraba tempestad, por lo que los ciudadanos de aquella pequeña ciudad de Inglaterra corrían a refugiarse a sus casas lo más pronto posible. A las seis de la tarde, ya la mayoría había salido de trabajar y estaba preparándose para la cena, pero el pequeño Carter (con sus nueve años y medio) no iba camino a casa en busca del cómodo refugio de una comida caliente a salvo de la tempestad. Carter caminaba con los nervios y el apuro que generaban la culpa de saber que iba en una dirección que no sería del agrado de sus padres.

Comenzó a llover tan pronto como el joven llegó al centro, a unos pocos pasos de su destino: la peluquería más famosa de la ciudad, Vertz'. Tras una rápida ojeada al edificio, Carter reconoció la fachada restaurada del siglo dieciséis y las grandes letras cursivas encima que lo diferenciaban de los demás edificios, anunciando en verde claro el nombre del local. Entonces entró.

Un fuerte olor a champú y a otros productos para el pelo lo recibió, así como esa fuerte sensación que deja el secador de pelo en la piel tras ser usado. Acto seguido, Carter paseó los ojos por la habitación.

Aún en penumbras, se podía visualizar que el interior era tan antiguo como el exterior del edificio. La sala contaba con dos grandes mostradores a cada lado, cada uno con un grande y largo espejo horizontal encima y asientos enfrente. Los mostradores estaban, como en cualquier peluquería, abarrotados de productos para el pelo, secadores, planchitas y otros artefactos que a Carter no le interesaba reconocer. A un lado, más allá del mostrador, había una fila de asientos con piletas para lavar el pelo, y más allá había una barra alta y larga, separando con un escalón el fondo de la habitación del ala de atención. En el lado opuesto a las piletas, a la izquierda, la barra terminaba y tras el escalón se veía una escalera de madera antigua que ascendía a lo que Carter supuso sería el apartamento personal del dueño.

El crujido de la puerta al cerrarse, que apagó el sonido de la lluvia, devolvió a Carter a la realidad y el joven se acercó con lo que le parecieron pasos extremadamente sonoros a la barra del fondo. El crujido de la madera bajo sus pies delataba sus siglos, y entre el nerviosismo y el calor artificial del sitio Carter estaba comenzando a sudar profusamente.

Entonces, por fortuna, el sonido de unos objetos moviéndose al fondo y unos pasos ligeros acercándose delataron al joven pelirrojo de múltiples pecas y ojos decididos cuando se acercó al otro lado de la barra para atender a Carter.

- Buenas tardes - saludó, con una voz suave, tranquila y llena de confianza - ¿Qué te trae por aquí en un día como este y a esta hora tan poco usual?

Carter se acomodó nerviosamente el pelo rizado y algo largo con una mano y respondió, evitando mirar a los ojos al dueño:

- Yo... Traje dinero y... Quería arreglarme el pelo un poco - las últimas dos palabras pareció tragárselas. Sus ojos vagabundearon inseguros por las tablas de madera del suelo.

- ¿Quieres cortarte el pelo? ¿Un nuevo look? - las palabras del joven eran amables, y hasta algo divertidas. Carter asintió, sonrojado, y el joven rio - No es nada de lo que avergonzarse, campeón. Ven aquí.

Sean Vertz, el dueño de la peluquería y el único que se quedaba en ella después de las cinco, condujo a Carter a uno de los asientos del mostrador de la izquierda con resolución. Una vez sentado y mochila en el suelo, el joven pecoso comenzó a peinar los rizos del niño con las manos.

- ¿Puedes...? - la voz del chico se apagó. Lo volvió a intentar - ¿Puedes hacerme el pelo lacio?

Vertz se sorprendió. Lo miró a través del espejo con extrañeza.

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⏰ Last updated: Jan 31, 2018 ⏰

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