Ahí estaba la felicidad que por tanto tiempo había buscado.
Qué felices eran aquellos días cálidos de verano durante la infancia, donde pocas cosas azotaban mis pensamientos en descomunal manera y me quedaba absorto en mi mente, sin que causa exterior alguna perturbara mi infinita paz.
Aquél gran día en el parque, aquella tierna celebración, un tibio recuerdo de mis primeros años, el primer recuerdo de cumpleaños, la primera navidad...
Soleadas temporadas primaverales, con un sosiego tal que jamás ningún ángel habitando en el más hermoso paraíso que debe su creación a un piadoso y talentoso Dios haya tenido la dicha de sentir.
Con el paso de los años, la inocencia comenzó a perturbarse. Una vez iniciado el descenso al abismo psicológico no habría vuelta atrás.
Comenzó a repercutir la tempestad. Nubes negras eclipsaban los luminosos rayos y rompían sin compasión el armónico ambiente. Centelleantes rayos proporcionaban una luz estruendosa, pero no era aquella que alguna vez, me dio esperanza. Fueron momentos fríos y oscuros...
La paranoia empezó a utilizar mi sistema nervioso como choza, el horror inició su habitar en mi mente, la desesperanza se apoderó de mí, toda la alegría contenida en mi asqueroso saco de carne fue vaciada cual fosa séptica en el vacío lugar donde me encontraba.
Gélido se tornaba el entorno. Pronto la culpa, la vergüenza, el odio, el dolor. Todos aquellos recuerdos que pesadumbre traían a mí, acudían.
Tuve varias visiones de mi propia muerte, mi propio funeral en mis sueños. Mis seres queridos no hacían más que lanzar una triste rosa negra al féretro con un inexpresivo rostro, tanto o más vacío que el lienzo blanco del pintor que tras la muerte de su esposa no ilustró con su retrato.
Los terrores nocturnos se hicieron cada vez más frecuentes. Los llantos: arrasadores. La confianza y la fe que cada día intentaba albergar en mis interiores iban disminuyendo paulatinamente. Muchísimas cosas ya me deprimían, pues, estoy en un mundo donde se tiene por locura hacer el bien y se tributan elogios a la maldad. Se culpa a Lucifer de ser el culpable que el mundo vaya mal, pero él sólo introdujo el pecado, fue el hombre el que se encargó de diseminarlo como una infecciosa enfermedad. Y tuvo éxito, pues lo único necesario para que el mal triunfe es que el hombre no haga nada...
¿Por qué tiene que ser de este modo? ¿Por qué la perversidad se adueña de buenas personas y los torna en míseros egoístas sin corazón?
¡¿Cómo pudiste tú, vil desgraciado, abandonarme a mi suerte después de haber sacrificado años de mi existencia procurando únicamente tu bienestar?! ¡¿Cómo después de mis altruistas acciones tuviste el descaro de darme la espalda en la hora más oscura?! ¡¿Cómo, ruin tarántula venenosa, has venido en busca de mi ayuda luego de que de la forma más engañosa y artera me utlizaras para lograr tus perversos fines?! ¡¿Por qué me la anemia te arrastró al lúgubre camino de la muerte en el peor momento que pudo?! ¡¿Por qué te has ido en el día en que suponía que sería celebrada tu presencia?! ¡¿Por qué aquél Dios en el que alguna vez creí, ha retirado su mano de mi hombre y me ha dejado solo en la oscuridad?!
Es horrible preguntar "¿Por qué?". Es más horrible preguntar "¿Por qué a mí?"... Pero es peor preguntar "¿Por qué tú?...
Es mal visto expresar las emociones, como si aquellos zarrapastrosos gusanos rastreros tuvieran algo de dignidad humana.
¡¿Por qué arrebataste de mis brazos a aquella mujer con la que él se unió cuando le doblaba la edad?! ¡¿Por qué le diste el infortunio de perder a su esposa en el momento del parto?! ¿Por qué dejas que haya dolor? ¿Por qué hay zozobra? ¿Por qué hay lágrimas? ¿Por qué? ¿Por qué?...
No hay nada más, el infierno no está más allá, en otro plano dimensional, está aquí, en la tierra. La tierra es otra forma de infierno, y los hombres son sus demonios. El infierno son los otros, el infierno soy yo...
No carezco de cordura o salud mental, nada de eso. Sólo dejo que el niño retraído que antes fui, salga al fin, expresándose con esa voz que perdida contempló durante siglos.
Yo sé lo que tú eres... pero, ¿Quién soy yo?
Aquél que no tiene valor suficiente para ser observado desde el otro lado del abismo no tiene valor suficiente para mirarlo él mismo.
Autor: Jonathan Flores De León.
Fecha de producción: 2 de Junio, 2014.
