El solitario señor era un búho de unos 70 años, quizá 90. de apariencia bondadosa y saludable, con dos alas semi cafés, impecables e inquietantes. Era casi imposible dejar de mirar aquellos ojos rojizos, pues observaba cada vez que algo acechaba; era una mirada amplia y extraña, que paraban de seguirte a penas te hayas alejado del lugar.
Sus alas, vestidas de negro con apariencia larga, estaban demasiado inquietas, como si le hubiese estado fastidiando algo a pocos metros de distancia. Sus extenzas y aguzadas garras. Sujetaron la accidentada rama en la que estaba posado para tomar impulso y acechar a esa entidad que le causaba molestia. Su cabeza hizo un giro de 360 grados y con una mirada pnetrante y sedienta de sangre dijo: