Tú. Sí, tú; sentado allá al fondo de la habitación. Veo que no tienes quién te atormente. Menudo despilfarro. No te preocupes, yo me voy a encargar de ti. Acércate, no tengas miedo.
Todas esas historias que has oido de sirenas, succubus, ángeles y demonios. Son solo metáforas de lo que yo hago aquí. Gracias al dios ese que me dió un corazón negro y buena resistencia para los golpes, que eso hay que tener cuando una vive de esto.
Verás, ellos creen tener la delantera. Dejan escapar su ira intrínseca sobre ti. Por supuesto, son hombres. Y entonces empieza el arrepentimiento. Oh como les disminuye el líbido al ver mis lágrimas, cómo los dejo impotentes y sintiendose culpables, presas del pánico en la noche cuando no aparezco.
Y todos saben que hay más de uno. Sí, lo saben, y creen que por ser puta me lo merezco ¿no? Pero bien en el fondo saben que soy la víctima, saben que los tengo en sobre la palma de mi mano, al borde de una denuncia. Y ya no saben ni qué hacer con ese exceso de testosterona. Es porque los elijo feos, así nunca encontrarán una pareja tan despampanante como yo, y si encuentran una sus noches de pasión se van a llenar de mis gemidos y mi figura. No los dejaré en paz.
Resulta un espectáculo patético. Detrás de su físico fortachón y amenazante, dejan ver a través de sus ataques ese niño indefenso interior. No son nada. No son más que manojos de hormonas dejándose usar como marionetas. Verdaderamente no son nada.
¿Y si te digo la verdad? Me encanta. Me gustan los golpes. Me gustan porque los merezco. Soy una sucia perra, una puta de primera categoría. Nadie me manda a ir de pub en pub, de fiesta en fiesta, y todo se siente genial. El romper con la confianza, recibir el merecido. Oh que placentero es poder redimir mis pecados. Sin saberlo ellos traspasan toda la culpa a sí mismos, y se vuelven pequeños e indefensos, igual que la imágen que proyecto de mí.