Prefacio

15 1 0
                                    

... Avanzaba demasiado despacio. El sol me lastimaba los ojos, pero no tanto como la arena empujada por el viento que frenaba a mi caballo y dejaba la piel de mi cara que no estaba cubierta por el pañuelo y mis manos en carne viva.

- Ya no queda piel de princesa – pensé triste mientras recordaba lo mucho que a === (una distorsión parecida a cuando se pierde la señal en una radio impedía escuchar nombres o recordar rostros) le gustaba y lo mucho que la había cuidado.

El caballo tropezó y me lanzó contra la arena. Apenas tenía fuerzas para ponerme de pie. Llevaba huyendo dos días, ya casi iban a ser tres.

... El camino había resultado extremadamente duro, largo y tortuoso. Sabía que si le hubiese pedido ayuda a === no me hubiese costado trabajo ninguno, pero tendría que haber dado explicaciones innecesarias que hubiesen estropeado mis planes. Pero alejarlo de mí, dolía mucho más que cualquier herida...

Ya no importaba lo que sintiera por él o por cualquiera de mis amigos porque, básicamente, en unos minutos estaría muerta...

Aún no me hacía a la idea de dejarlo todo atrás. Sabía que tenía que hacerlo para salvar al mundo y a mis amigos, pero me empezaba a arrepentir...

- ¡No! ¡Tengo que hacerlo! – me grité a mí misma.

Los últimos metros fueron los más difíciles, la montaña parecía más cercana a doscientos metros de la base, pero ya estaba en la entrada de la cueva que se convertiría en mi tumba. Una simple y tosca grieta en una pared de piedra.

Tomé uno de los frascos pequeños y oscuros llenos de ese líquido vital dentro de mi bolso. Era de él; que irónico, === me llevaría a la muerte...

Bebí las pocas gotas que quedaban y que no podía desperdiciar. Tres simples gotas... tal vez 10 segundos.

- ¡Atbarralettriet!

Un haz de luz cegadora me avisó que la puerta estaba abierta. Inhalé y crucé firme y decidida. Era mi deber, yo era la única que podía hacerlo, sencillamente, porque todo era mi culpa.

Pasé a un pacífico palacio de oro y marfil. La cálida luz del atardecer que en el desierto me había deshidratado, aquí me envolvía como un suave pañuelo de seda que entraba en columnas inclinadas. Pasé la entrada e ignoré las escaleras que llevaban al cómodo aposento del segundo piso, en lugar de eso, atravesé el comedor, la sala de reuniones y llegué a la puerta lateral de las cocinas que llevaban al sótano frío y silencioso, lleno de humedad y secretos. Recorrí rápidamente el laberinto y llegué a la cámara central, una habitación tallada en la propia roca: 8 puertas, 8 haces de luz iluminando la sala desde el techo, un pedestal en el centro con 8 espadas, a 8 pasos de mi fin...

Me dirigí al pedestal de 8 lados y disfruté de mis últimos segundos, permitiéndome, por primera vez en mucho tiempo, pensar en la gente que había conocido. En aquellos que habían sido los fieles seguidores de mi causa y que poco a poco, pasaron a ser mis amigos, y más tarde, en la familia que había perdido...

- Molig duetsuletog etsul triup froignolatler. Triogmolat molig verigduat croogmolog poratgasog yis nolog verupetlerveratsul at atbarraligraltriet jotatmolatsul.

Abrí los ojos y nada pasó. Las lágrimas empapaban mis mejillas y me di cuenta de por qué la puerta no se destruía. Yo no quería morir, quería vivir... vivir la vida que nunca me habían permitido, disfrutar de la compañía de la gente que había conocido, ser libre de tomar mis decisiones sin seguir órdenes de nadie más, decidir a quién amar... recordé claramente su rostro...

Por él, por === y por todos, volví a repetir con más fuerza el conjuro...

- Molig duetsuletog etsul triup froignolatler - La habitación empezó a temblar y supe que esta vez sí iba a funcionar - . Triogmolat molig verigduat croogmolog poratgasog yis nolog verupetlerverats...

A tres palabras de terminar, un dolor insoportable en mi abdomen me hizo gritar y caer de rodillas.

Dirigí mi mirada hacia el lugar donde se producía el dolor y vi metal manchado de sangre atravesándome.

- ¿Por qué? – Pregunté con dificultad escupiendo sangre sin lograr identificar quién era el que introdujo y ahora sacaba el arma.

- No puedes destruir nuestro sueño, Angelique - ¿mi asesino estaba llorando?

- Estábamos equivocados – dije cuando caí al suelo, lo reconocí en ese mismo instante, ===, todo fue un error, no podemos jugar a ser Dios...

Todo empezó a volverse negro a mi alrededor, era mi fin, pero no había logrado mi cometido... Uno de los más cercanos a mí, me había traicionado...

-Angelique. ¡Angelique! ¡ANGELIQUE! – mis últimas lágrimas cayeron cuando === gritó a lo lejos, definitivamente debía haberle dicho lo mucho que lo amaba...

UtopíaWhere stories live. Discover now