Ella
Esa fue una tarde como cualquier otra y todo esto sucedió en una ciudad sin nada especial. Una tarde genérica en una ciudad genérica llena de sombras genéricas que avanzaban calladas por las calles. Un gris desfile de rostros vacíos enmarcados por esos yertos hilos plásticos que aíslan aún más a los ya distantes habitantes de esas moles de concreto y metal que llaman ciudades. Solo una tarde gris de cielo gris en una ciudad gris.
Como era de esperarse en semejante escenario de aislamiento y soledad, el cielo solo podía oscurecerse mientras densas nubes negras se apelotonaban dispuestas a la guerra. Todas ellas estaban cargadas y listas para desatar su furia contra la estéril frialdad de la creación humana con el único fin de rescatar los escasos asomos de vida y verdor que clamaban desde los balcones mientras los resecaba la indiferencia.
En cuestión de un instante, un rayo rasgó el horizonte, el trueno bramó un ininteligible grito de batalla y misiles gélidos fueron disparados a diestra y siniestra. Las mismas sombras grises que rebosaban las calles corrían ahora impulsadas por el instinto primitivo. Portales, kioscos, tiendas. Todo era válido mientras no se expusieran a la lluvia que diluviaba amenazando la comodidad de los aparatos electrónicos. Entre el afanoso ir y venir de rostros austeros, brazos cruzados y respiraciones agitadas resultaba imposible no notar una figura que destacaba precisamente por no encajar.
Ella no corría como el resto, no estaba buscando un rincón guarecido donde apiñuscarse con un montón de desconocidos. Ella avanzaba dando brinquitos alegres y esquivando los arroyuelos que corrían por las juntas de las aceras formando charcos oscuros a lado y lado. Y ¿cómo reprocharle? calzada como iba con unos zapatitos más propios de un salón de ballet que de una ciudad bajo el diluvio, los estragos de mojarse los pies le saldrían más caros que a otros. No se movía pesada y lenta bajo un abrigo sino que se deslizaba como la música del canto de una golondrina mientras se mantenía hecha un ovillo bajo la frágil protección de un paragüitas económico probablemente traído del otro extremo del planeta tratando siempre de mantener seco su vestido de oficinista que solo resaltaba su apariencia de niña jugando a ser mayor. Entre tantas caras largas era imposible no notar su sonrisa distraída, sus ojos ambarinos y el atadito de rizos sobre su hombro que rebotaba a cada salto.
Con todas sus particularidades, avanzaba fija aunque sin prestar la suficiente atención a su camino.
Quizás ese fue su error. Tal vez esa fue la forma en que trabajó misteriosamente el destino para forzarse a suceder. Probablemente ese fuera el momento en que la predestinación, como la serpiente que muerde su propia cola, se hacía camino hacia la realización. De no haber estado viendo al suelo, de no haber estado escondida bajo su sombrilla, de no haber sido distinta hasta lo más profundo de su esencia, de no haber estado en ese lugar en ese momento los eventos habrían sido distintos. Pero, nada fue distinto. Nada sucedió de forma diferente.
Al llegar al punto en que las calles y las carreras se juntan en sus trazados caprichosamente sometidos al paso del tiempo en lo que otrora fuera solo uno de los cientos de retazos verdes de la colcha que cobijaba la cordillera durmiente, allí y ahí sucedió lo impredecible.
Él
Esa fue una tarde como cualquier otra. Y todo esto sucedió en una ciudad sin nada especial. Una tarde genérica en una ciudad genérica llena de sombras genéricas que avanzaban calladas por las calles. Un gris desfile de rostros vacíos enmarcados por esos yertos hilos plásticos que aíslan aún más a los ya distantes habitantes de esas moles de concreto y metal que llaman ciudades. Solo una tarde gris de cielo gris en una ciudad gris.
Como era de esperarse en semejante escenario de aislamiento y soledad, el cielo solo podía oscurecerse mientras densas nubes negras se apelotonaban dispuestas a la guerra. Todas ellas estaban cargadas y listas para desatar su furia contra la estéril frialdad de la creación humana con el único fin de rescatar los escasos asomos de vida y verdor que clamaban desde los balcones mientras los resecaba la indiferencia.
YOU ARE READING
Esa fue una tarde como cualquier otra
Short StoryLa lluvia trae más que solo gotas.