Volver (Parte 2)

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Tardé tres intentos en conseguir abrir la puerta de mi casa de lo nerviosa que estaba. Tres. Tiempo suficiente para que cuando por fin empecé a girar la llave fuese Ana la que abriese desde el otro lado.

Se separó un poco de la puerta para darme espacio y yo me fijé en que se había vuelto a poner su ropa.

- ¿Te ibas? – le dije señalando el cambio.

- Sí... No. No lo sé. Llevo horas pensando: si no vuelve en treinta minutos me voy. Porque no quería que te pasases el día fuera, llegases de noche y aún así te obligase a esto.

- Pero sigues aquí...

- No podía irme sin verte otra vez.

Me giré para cerrar la puerta que aún tenía sujeta y aproveché para esconder la pequeña sonrisa que me había dibujado esa frase.

Y mientras me quitaba el abrigo y lo tiraba encima del sofá, me fijé en el suyo: azul, largo, le llegaba un poco por debajo de la rodilla. Con él puesto parecía más elegante de lo que quizás la situación precisaba y, pese a todo, parecía más entera y más en su sitio de lo que yo lo había estado en meses. Eso aún me cabreó más... No tenía la culpa, ya lo sé, de estar tan guapa y tan perfecta con algo tan simple como un puto abrigo. Pero el pelo le enmarcaba la cara, le brillaban los ojos, tenía los labios entreabiertos y yo no podía parar de mirarlos. Joder Ana, cuánto me cabreaba quererte tanto...

En cuanto me fijé un poco más allá de la superficie pude darme cuenta de cómo se tocaba el pelo una y otra vez. Estaba tan nerviosa como yo, o más. Y egoístamente eso me tranquilizó un poco.

- Mira vamos a hacer una cosa – dije por fin – Déjame ducharme y ponerme cómoda y hablamos. Puedes quedarte a dormir si quieres, ya lo sabes.

Vi cómo asentía no muy convencida pero aún así me levanté para seguir ganando tiempo. Estaba siendo una niñata y era consciente, pero no sabía lo que me daba más miedo: si escuchar lo que tenía que decirme o que yo terminase explotando y echándole en cara todo lo que había sentido los últimos meses. No quería que acabásemos a gritos ni provocar que se marchase definitivamente. Solo pretendía seguir ganando tiempo y retenerla un poco más en mi casa, aunque su sola presencia estuviese volviéndome loca.

Me acerqué al armario para coger alguna prenda de las que utilizaba como pijama pero al abrirlo me di cuenta de que había un post-it pegado al espejo. Escuché de fondo los pasos de Ana entrando en la habitación pero ya no podía despegar los ojos de aquel trozo de papel.

- Mimi espera... - intentó frenarme algo tarde. Ya lo había leído.

"Hemos pasado 123 días sin vernos pero sigues estando igual de preciosa"

- ¿Y esto? – le dije cogiendo el post-it y mirándola. Ana tenía la cabeza agachada y movía los pies como si buscase una salida subterránea.

- Llevo muchas horas aquí... En algún momento del mediodía empecé a dejar mensajes por toda la casa por si me iba antes de que tú volvieras.

- ¿Hay más? – se me escapó en un hilo de voz y ella asintió con una sonrisa tímida. Señaló de nuevo al armario y me fijé en que encima de mi camiseta favorita había otro.

Era la camiseta que llevaba puesta cuando nos conocimos, con la que la esperaba en el aeropuerto cuando volvía sola de Tenerife, la que vivió con nosotras el concierto de Artic Monkeys, el de Love of lesbian y cada Orgullo de Sevilla. Solía reservarla para ocasiones especiales como el cumpleaños de Ana o cada vez que la echaba de menos cuando no estaba. No tenía nada demasiado especial en realidad y estaba gastada por el paso de los años, pero por algún motivo yo le tenía cariño. Y Ana lo sabía. Lo sabía hasta el punto de que hizo una campaña brutal durante meses para que le dejase usarla; y yo me negaba, más por hacerla rabiar que porque no quisiera verla con ella. Más de una vez me la he encontrado delante de mi armario o buscando entre mis cosas y a punto de conseguirlo y al final terminábamos corriendo y peleando por toda la casa hasta que se la quitaba de las manos a base de cosquillas. Solo una vez cedí, una sola en todos estos años, el fin de semana que pasamos juntas antes de que todo se estropease de nuevo. Tenía la imagen de Ana con aquella camiseta puesta, sin nada más que la parte de abajo de su ropa interior, grabada para siempre en mi retina.

La única movida que existió en Madrid ~ WarmiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora