CAPÍTULO 1: LA SONRISA

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La luz de una vela, de la cual caían gotas de cera blanca por su cilíndrica estructura hasta depositarse en el plato que la sujetaba, rehuía las sombras de color azabache pintadas en las lejanas paredes. Esta cedía un poco de su fulgor para que se empezaran a formar y a vislumbrarse unas tímidas imágenes danzantes, que se establecían alrededor de su viva luminiscencia.

Bajo la candela yacía una mesa de madera encerada no hacía mucho. En su astillosa superficie unos regueros de cerveza formaban el mismo dibujo que los cartógrafos plasman en sus mapas: dibujos de caminos circundantes. Estos ríos de alcohol salían de sus respectivas jarras, ornamentadas con símbolos de hierro. De sus asas se bifurcaban unas manos fuertes y callosas que las sujetaban. Manos humildes que se encontraban allí descansando tras el duro trabajo qué habían ejercido durante el día.

Uno de los hombres allí reunidos, de los cuatro que rodeaban la mesa, se llamaba Tack. Tack era él que más conocimiento poseía. Él más culto y más formado. Él que más horas había dedicado sobre las páginas quebradizas de libros antiguos y entre los mares de la erudición, valor no muy presente entre los círculos de amistades en los que discurría.

Tack conocía desde los ritos y culturas que establecieron las antiguas poblaciones hasta los misterios y leyendas que circulaban por estas tierras: empezando por los primeros días de las civilizaciones Hou, y terminando en las dinastías de monarcas que habían dado nombre a las ciudades y pueblos en los que ahora ellos vivían. Era propietario de una librería en el barrio pobre de la ciudad. Exactamente, a los finales de este, en una calle que daba al puerto. Esa era el fruto de su gran sabiduría.

El resto de participantes en la discusión eran un herrero, de grandes brazos y ancho bigote; un relojero y un sastre.

- Esos cabrones nos han vuelto a subir los impuestos. Ya van dos veces en este mes. Desde la subida al trono del hijo del antiguo rey, solo las penurias nos han acompañado hasta hoy – continuó, dentro de su amplia conversación, el herrero – además, la guerra ya hace tiempo que terminó. A este paso me encerraran y me quedaré sin blanca antes de lo que canta un gallo.

Observando como el planteamiento de su futuro en la forja empezaba a resquebrajarse, y pensando en los ingresos que iba a conseguir antes del próximo pago; el hombre que vivió de la guerra y la desolación, se froto su amplia frente con su mano derecha e hizo unos ligeros movimientos de negación con su blanca cabeza.

- Además, nos tratan como si fuéramos estúpidos – el sastre sacudió el caldeado ambiente; sin reparar en la imagen que se había comenzado a formar en su reojo: Tack esbozando una media sonrisa, suspicaz, como si supiera algo más que el resto – Se piensan que no nos fijamos en las salidas que hace de palacio cada sábado después del almuerzo. Me apuesto una ronda a que se dirige a los bosques a cazar. Normal que nos suban las tasas: ¿quién, sino, les va a pagar las armas y el armamento?

- No apuestes nada que no puedas pagar, amigo – dijo Tack observándolo; manteniendo su mueca que devino carcajada durante un breve instante de tiempo – Es joven e inexperto, sus habilidades políticas están empezando a renacer de sus adentros. Todos sabéis que tuvo que ocupar el puesto de su padre antes de lo previsto; menuda desgracia... – paró un momento y reflexionó. Acto seguido propuso – ¿Queréis saber una historia sobre nuestro nuevo querido monarca que a lo mejor os aclara algunas dudas?

...

Una sonrisa amplia, amenazante y perspicaz, se extendía sobre una superficie de piel blanquecina; que, en su mejilla izquierda, cambiaba y se trocaba hacia un rastro de negro opaco. Esta silueta de dientes amarillentos, hacía forzar al máximo el rostro en el que existía y de su comisura emergían destellos de demencia - efecto que le hacía tener un ojo más abierto que el otro - y de fulgor por la realidad que avistaba alterada. Aspectos que disuadían sus otros rasgos, quedando en segundo lugar bajo el tajo que todos tenemos en nuestra cara, que le daba su característica imagen de desequilibrado humor demente.

Al igual que las ramas de un árbol, de sus fauces emergían, sobre el lienzo de su cabeza, unos grandes ojos de distintos colores - uno azul y el otro naranja -, unos largos pelos rojizos como el cobre y una nariz que concordaba con la sus parientes.

Iba agazapado, encorvado. Sobre su espalda se posaban bolsas de distintos tamaños que ocupaban su parte trasera hasta casi rozar el suelo. Ser menudo y de baja estatura. Cojeaba de su pierna derecha y no tenía brazo izquierdo. Una vara de abedul, cogida con su única mano, le ayudaba a desplazarse, sobre las calles y caminos, que para él, no eran más que arena qué iba formando dunas por las que tenía que vagar. Sin embargo, su vestimenta más característica era su gorro de tres puntas azules y blancas, donde en sus finos relieves finales, colgaban unos descoloridos y dorados cascabeles, que tintineaban a cada paso que daba, como el crujido del fuego antes de devastarlo todo.

Bajo la mirada de un negro cuervo, posado encima de un tejado, caminaba, repiqueteando con su vara y andar balanceante en el suelo bajo sus pies; se oía como el estribillo de una pieza interminable, sustentado en el aire que envolvía su figura. Observaba lo que le rodeaba. Los detalles que se pierden entre las imágenes antes de que estas lleguen al cerebro. Se movía por una calle ancha, protegida a cada lado por casas de madera y tejado de pico. Le recordó a un relato que leyó cuando fue el quinto día de su nombre: la silueta de Moisés haciendo elevar las aguas del mar. Muchas tiendas ambulantes, de tela de colores, habían empezado a ser recogidas por sus dueños, vendedores que habían pasado el día bajo el resplandeciente sol de otoño. Él más bien las observaba, percibiendo en ellas, la caída de los pétalos de las rosas al ser cogidas.

En el horizonte, la esfera dorada empezaba a esconderse. Empezaba a apaciguar su mirada de rojos colores y daba paso a un contrapunto que se esbozaba en el cielo: un torbellino de nubes purpuras y naranjas.

Había sido un día largo. Estaba cansado. Un gato había empezado a observarle, con su mirada rasgada se posó sobre su silueta lóbrega. Esta parecía más grande por el choque con ese apagado cielo del ocaso.

- ¡Te estás burlando de mi minino! – gritó, corriendo hacia él, como le permitía su restringida movilidad, saltando y tintineando.

El gato, maulló y con agiles movimientos se esfumó como el humo de una pipa a medio fumar. Él le lanzó un guijarro, y con su humilde y suave oído pudo escuchar, parando su oreja, suavemente, en la pared exterior de una posada - por la que se acaba de escapar el animal - a cuatro hombres teniendo una acalorada conversación, pudo oír sus gritos hasta que se discurrían al llegar a fuera. Uno de ellos, él que tenía un hablar más culto, dijo algo que le sobresaltó e intrigó. Aprovechando su oportunidad, abrió la puerta del local y con su voz estridente, vociferó:

- ¿Alguien ha pedido una historia? 

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⏰ Last updated: Mar 18, 2018 ⏰

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