Suena el teléfono y al mirar figura en la pantalla nuevamente un número desconocido, debe ser él. A esta altura de las circunstancias ya ni siquiera dudo en rechazarla al primer timbrazo, miles de veces le dejé en claro que no quería hablar más con él, haces meses que lo vengo evitando por todos los medios y sin embargo no deja de insitir.
No puedo evitar preguntarme qué se le debe estar pasando por la cabeza en este instante, qué es lo que lo impulsa a seguir insistiendo a pesar de mi rechazo. ¿Es acoso? digo, es una palabra que últimamente se usa mucho y la verdad es que sería el elemento infaltable a la lista de tormentos que hace años vengo aguantando.
Las secuelas de una relación tóxica son difíciles de poner en palabras, tanto que al querer expresarlas lo primero que brota de mi son lágrimas. No sabría decir si son de angustia, de miedo, de remordimiento o tristeza. Uno siempre mira las historias ajenas con los lentes equivocados y tiende a decir "eso a mi nunca me va a pasar", pero las vueltas de la vida se encargan de sorprendernos y ponernos a prueba cada vez que nos encuentra con las defensas un poquito bajas. Esta es la historia de cómo fue que me convertí en todo lo que nunca quise ser y así, de a poquito, me enamoré de mi peor pesadilla.