Cabellos de oro

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Habían enterrado a Lam hacía dos días atrás, y el niño de cabello plateado caminaba sin abrigo alguno por el poblado. La nieve se recargaba como una pluma sobre sucamisa.

Él se frotó las manos para intentar calentarse, pero se dio cuenta que ese frío hacía que su piel se pareciera a la piel fría de su madre antes de ser enterrad: Ni Cresta ni Carmin querían permitirle al niño el ver a su madre, pero Gustav quería decirle adiós,y fue así como aprovechó la soledad de la noche anterior al entierro de Lam para visitar la recámara donde el cuerpo se encontraba.

Ahí estaba Lam, con las manos sobre su pecho, con su boca entreabierta y una calma incorruptible en su rostro. El niño pudo haber creído que la mujer estaba dormida, con ese vestido blanco y sus cabellos sobre sus hombros, pero ese color azul invadiendo sus labios y ese pálido color en su piel eran los tintes que le hacían recordar al niño la realidad.El contacto con su piel le contagió un profundo sentimiento de tristeza y abandono. Se recostó en esa cama, a un lado de ese frío cuerpo al cual él solía llamar mamá y sollozó durante horas.

Cresta, se limitó a ver al niño durante treinta minutos, intentando dicernir si debía sacar al niño de ahí, pero decidió alejarse del cuartomientrs Gustav ignoraba que su abuelo había estado ahí.

-Dicen que fue su padre... ─Gustav se tapó los oídos durante su camino atraves de Fi, la voz de algún calumniador le hizo hervir las venas. Había tenido que lidiar con escuchar las terribles versiones que la gente había inventado para justificar la muerte de Lam.

A pesar de tener, los oídos tapados sabía que seguían hablando y esto le hacía rechinar los dientes.

El niño insistía por salir a caminar a pesar de esto, era lo único que le permitía no pensar tan profundamente hacerca de su madre como estando en casa, pero aún así, pensaba en ella. Recordó el rostro de su abuelo, tan serio como siempre, como si no hubiese pasado nada, observándole sollozar junto a ese cuerpo preparado para el entierro, esa mirada penetrante lo hacía sentir mal respecto a su llanto en el funeral.

-¿Por qué? ─Gustav interrogó en voz baja esa actitud mientras caminaba entre la gente, obviamente nadie le contestaría.

Siguió con la sensación de miradas y cuchicheos en la nuca, como si fueran moscardas zumbándole, pero él no podía sacudírselas y mandarlas a volar con una mano, rspiró despacio, epserando a que la gente dejara de verlo mientras mientras él se detenía frente a la puerta del Gremio de Mercenarios, un lugar que olía a sudor, tabaco, cerveza, pan salado y crema de hongos.

Al entrar vio a todos esos hombres, distintos colores de piel, complexiones y ropajes que delataban su lejana procedencia. Cuenta su abuelo que el Gremio de Mercenarios era relativamente nuevo cuando llegaron al poblado.

Al fondo parecía haber una gran tabla de encino donde se reunía una gran concentración de gente. Podía notar que era donde más alardeaban los Mercenarios de su fuerza y competencia. La famosa tabla del Gremio, era iluminada por un pequeño tragaluz donde la gente que necesitaba algo colocaba sus peticiones con ayuda del padre de Raziel o Raziel mismo quienes eran los escribanos del lugar.

Esa tabla maltratada la había colocado un viejo escribano para enseñarle a leer y escribir a los niños del poblado, que contaba con no más de siete casuchas, hace quince generaciones atrás.

Se cuenta que la gente desconocía el propósito del hombre, pero como mantenía a los niños quietos y vigilados, no le veían algún inconveniente a que el anciano permaneciera en el pueblo con su fea tabla hasta que llegaron tiempos difíciles y el hombre y algunos seguidores de él dejaron la tabla atrás. Pronto la villa pasó de ser una zona sin importancia en el mapa de Antares, a ser un lugar marcado por la historia: Los reinos de Fioner y Ramalak se enfrentaban en una fiera batalla por el trono del extinto linaje de Anbelium.

RemanenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora