Parte 1 Sin Título

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LA CARTERA MÁGICA

Esperanza Riscart Franco

Gloria estaba desesperada. Una vez más no llegaba a fin de mes. Con el sueldo de Jaime era imposible seguir viviendo ahora que los niños eran más mayores y necesitaban más, siempre más. Hacía un año que se había quedado en paro y el subsidio solo había durado seis meses. Ahora esperaba que en la empresa de su marido quedara un hueco y la contrataran, tal como había prometido el jefe de Jaime.

Ya no podía engañarlos para que usaran la ropa de segunda mano de sus sobrinos y, aunque compraran en rebajas casi todo lo imprescindible, eran tres chicos y no dejaban de crecer. El mayor; Jimi como su padre, necesitaba zapatillas de deportes cada dos meses, y no por capricho; el chiquillo de dieciséis años, las destrozaba con su manera de andar porque para nadar, ya que practicaba natación, no era preciso comprarle zapatos especiales ni nada de marcas caras. Se conformaba con las de imitación que traía un vecino desde Marruecos.

Luego estaban las clases de logopedia de Alonso; doscientos euros al mes costaba corregir la tartamudez que parecía empezar a controlar y que tantos complejos había provocado en su hijo mediano. La cuota se había encarecido al tener que dar algunas clases en inglés. Además de tener que pagar el gimnasio donde el chiquillo acudía casi a diario a practicar Taekwondo, deporte en el que destacaba bastante, lo que le había ayudado a superar su timidez y su mutismo selectivo.

A la larga cuenta de gastos se sumaban las clases de baile y de matemáticas de Blanca que había empezado ese año en el instituto y necesitaba un refuerzo en esa asignatura.

Si a todo eso le sumabas los gastos normales que supone mantener una familia, luz, agua, teléfono, internet, comunidad, gasolina, y la larga lista que seguía, cuando terminaban de pagar no quedaban ni ochocientos euros al mes para que vivieran cinco personas, rezando cada día para que no se estropeara el coche, la lavadora, el frigorífico o cualquier otro electrodoméstico.

Ya no podía pedirle más dinero a su madre; le debía seiscientos euros que no sabía ni cómo ni cuándo iba a devolvérselos y, aunque ella no los exigiera, tendría que hacerlo antes del otoño cuando Antonia viajaba con sus amigas gracias al Inserso. Y a Gloria no le parecía mal que su madre disfrutara mientras tuviera salud para hacerlo; bastante había sufrido a lo largo de su vida con un marido alcohólico que gastaba su sueldo en bares y en máquinas tragaperras, mientras su mujer limpiaba casas ajenas para que en su casa no faltara comida ni ropa decente que ponerse. No. No podía pedirle más a Antonia y ya no tenía a nadie más.

Si no comenzaba a trabajar pronto, la vida de su familia se iba a complicar más de lo que pensaban. Pero ni siquiera pedían limpiadoras o cuidadoras de niños o ancianos. La situación laboral era más dura de lo que cualquiera con trabajo estable imaginaba.

No podía lamentarse más y se dirigió a su dormitorio. En un bolso viejo y anticuado que nunca usaba, guardaba una cartera en las mismas condiciones que su cobijador. Allí escondía cien euros intocables, destinados a salvar cualquier emergencia que pudiera surgir con tres niños. Ni siquiera Jaime conocía su existencia; nunca se lo había contado a nadie.

Metió la mano en el bolso sin apenas abrirlo y notó la cartera gruesa y pesada. La sacó y no creyó lo que veía ante sí. Billetes de cien euros, diez para ser más exactos, comprobó Gloria después de contarlos. Cinco de veinte, los que ella había ido ahorrando poco a poco, y diez más que no tenía ni idea de dónde habían salido. Solo cabía la posibilidad de que Jaime los hubiera guardado allí. Pero... ¿Por qué no se lo habría dicho? ¿Sería una paga extra? ¿Le habría tocado algo? ¿Quizás jugara a las tragaperras como su padre? Jaime sabía que ella cogía la cartera de vez en cuando para reponer algún dinero o, milagrosamente, para guardar un poco más.

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⏰ Last updated: Feb 07, 2018 ⏰

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