Capítulo 2

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Alice tenía un dolor de cabeza permanente desde que regresó de su mortal aventura en la Cordillera del Cóndor. Era como si mil alfileres se enterraran en sus sienes y en las órbitas de sus ojos azules, perforándoselas día y noche como si fuese una muñeca vudú.

Vestida con una camiseta de los Medias Rojas de Boston que le llegaba a la mitad de los muslos y unos pantalones deportivos negros colgándole de las caderas, se miró en el espejo de su habitación con expresión de susto, como si no se reconociera. Pálida y despeinada, arrastraba el cuerpo de la cama al sillón de su pequeño apartamento de una recámara, decorado eclécticamente con muebles de herencia y algunos modernos comprados por catálogo en Ikea, sin atinar a levantarse, envuelta en una pesadez que la agotaba. Llevaba días sin salir a la calle y empezaba a preocuparse de que algo no estuviera bien en ella.

Comía poco o casi nada y sentía una apremiante necesidad por fumar cigarrillos y beber aguardiente, por lo que comenzaba a apestar a bar de mala muerte. Inconscientemente, se llevó la mano a la base de la nuca, justo al inicio de la espalda, donde un escozor intermitente la molestaba como si algo la hubiese quemado y la piel estuviera cicatrizando. Habría querido tener un espejo de mano para ver qué le pasaba, pero sólo estaban el de la habitación y el del baño y no atinaba a verse cuando se ponía de espaldas, porque se mareaba.

No podía concentrarse en nada, mucho menos en su trabajo, así que decidió tomarse un par de meses de licencia con sueldo. El Departamento de Espeleología insistió en reconocerle su salario, aunque no trabajara; seguramente se sentían responsables por lo sucedido, pero en realidad no tenían ni un ápice de culpa. Ella y solo ella había decidido bajar a esa cueva húmeda y oscura, repleta de pájaros ciegos que revoloteaban en busca de sus nidos agitando sus alas en un mortificante batir de plumas que no lograba sacarse de la cabeza.

Plumas y chillidos agudos que la acechaban mientras dormía y la mortificaban cuando estaba despierta.

Tampoco lograba recordar cómo salió de la cueva. Tenía una laguna mental desde el momento en que decidió bajar del saliente, aterrizando como una bolsa de papas en el fondo de la caverna, y el instante en que abrió los ojos en el vagón de un pick up Toyota de los años 80's en el que viajaba junto a un desconocido que la miraba a través de unos anteojos de sol negrísimos, como si fuera un bicho en cautiverio. Ni una emoción en su perfecto rostro, sólo un mísero amago de sonrisa en la comisura de sus labios carnosos que se le antojaron apetecibles como una fruta tropical, de esas que vio en el mercado de Guayaquil antes de viajar a la cordillera.

Cuando abrió los ojos, le tendió una mano enorme y la ayudó a incorporarse sin hacer aparentemente ningún esfuerzo. Debía haber perdido un par de kilos y seguramente pesaba lo mismo que un ternero recién nacido, o al menos así se sintió cuando el desconocido la levantó por debajo del brazo, igual que a un maniquí, para acomodarla a su lado en una especie de banca de madera improvisaba en uno de los laterales del vagón del viejo auto.

―¡Bienvenida al mundo de los vivos!―dijo el desconocido con una voz grave y un marcado acento que no supo identificar de dónde era―. Soy Sam Angelson y la encontré tirada como un fardo en el fondo de una cueva en la que filmaba un documental para la BBC. ¡Tuvo suerte de que pasara por allí!―rió el hombre mostrando una impecable dentadura, digna de una anuncio de pasta dental.

Abrió los ojos como pudo, porque le molestaba terriblemente la luz del sol después de pasar, al menos, tres días en la penumbra absoluta y puso su mano a manera de visera frente a ellos, tratando de ver el rostro de quien le hablaba. El hombre se quitó un sombrero de Indiana Jones de la cabeza y se lo puso, calándoselo hasta las cejas, lo que alivió inmediatamente su irritada visión. Cuando, finalmente, enfocó el rostro de su salvador, quedó petrificada con lo que tenía frente a sus ojos llorosos: un auténtico dios griego vestido con un atuendo occidental, sucio y mojado, con pantalones y camisa khaki, que llevaba abierta hasta el ombligo.

―¿Y bien? ―le increpó el personaje de las gafas oscuras con una sonrisa burlona―¿Tienes nombre?

―Soy Alice McArthur, gracias por salvarme―balbuceó mientras parpadeaba para verlo mejor, por si acaso se trataba de una alucinación producto del hambre y la deshidratación―. ¿Dónde está su cámara? ― atinó a preguntar, al ver que el adonis de los Ray-ban no llevaba una y acababa de mencionarle que era un documentalista de la BBC.

―Eras tú o la cámara―respondió con un tono de voz sugestivo―. Te escogí a ti.

Por un segundo sintió que se le encendía el rostro de solo imaginar cómo la habría subido por la escarpada pared de piedra que servía de acceso a la cueva y un escalofrío le recorrió la espalda, matándole la emoción instantáneamente. No lograba recordar nada. Sólo esas luciérnagas.

―¿Cómo logró subirme por la garganta de piedra? ―preguntó en voz baja, como si temiera la respuesta.

―Te amarré a mi espalda y trepé por el risco ¿De qué otra manera iba a hacerlo? ―rió el desconocido, como si disfrutara de su súbito temor a conocer los detalles de su rescate―. ¡Por el momento no vuelo!

En ese instante, el viejo pick up cayó en un bache y saltó por los aires, rebotando pesadamente en la carretera de tierra, sin detenerse. Un terrible dolor se le clavó en el costado y la hizo gemir hasta doblarse sobre su abdomen. Por lo visto, se había fracturado una costilla.

―¿Dónde está Bruce? ―preguntó al risueño señor Angelson, que la miraba impávido, como si su dolor le diera lo mismo.

―Estabas sola, no había ningún Bruce contigo―respondió levantando una ceja.

―¡Necesito encontrarlo! ―gimoteó angustiada, aferrándose al recuerdo de la única persona que se interesaría por su bienestar y no la trataría como a un objeto. Ciertamente, el Señor Adonis era muy poco empático con su situación y empezaba a preguntarse por qué la habría escogido a ella, en lugar de a su cámara.

―No fue una decisión difícil― le respondió su acompañante de manera inquietante, como si pudiera leer sus pensamientos―. Tú me serás más útil.

El Asesino de ÁngelesWhere stories live. Discover now