Jimin recuerda haber sentido dolor más de alguna vez.
Recuerda las palizas de su padre cuando llegaba ebrio a casa, o haber llorado por no conseguir una buena nota, o haberse caído incontables veces en las calles de su barrio mientras corría para no ser pillado y perder el juego.
Porque él odiaba perder.
Pero si alguien le hubiera dicho que es realmente perder algo, hubiese corrido aún más fuerte para no ser pillado.
Corrió toda su vida para no perder.
Corrió por su madre cuando su padre los golpeaba en casa. Corrió por y con sus amigos en la secundaria. Corrió por sus sueños en la universidad.Y corrió por su primer amor.
La carrera más larga que pudo haber hecho.
Y también la más dolorosa.
Lo conoció en una modesta cafetería de paredes azules y cuadros abstractos en el corazón de la ciudad. Jimin afirmaba firmemente un capuchino con su diestra, su malgastado bolígrafo azul en la zurda y mantenía sus ojos fijos en las miles de carpetas esparcidas en la mesa, buscando soluciones a problemas que nunca tendría, pero que debía saber resolver.
¿Recuerdas que él estaba corriendo por sus sueños? Bueno, ahí estaba él. Ya casi terminando esa carrera. La línea de meta se veía clara como el agua para unos meses más, aguardando por él, motivandolo a dar lo mejor de si.
Y muy a pesar de que su concentración estaba en aquellas aburridas hojas, el tintineo de la campanilla de la puerta de vidrio lo alertó; obligándolo a levantar su cansada vista a la puerta.
Y entonces, lo vio.
Lo vio ahí de pie, hojeando las mesas por si alguna estaba libre, vestido con sólo unos jeans y polera lisa, más unas converse negras y un gorro del mismo tono. Su presencia intimidaba, pero Jimin no se sentía más que atraído por esa oscura aura.
Y él también lo vio.
Unos oscuros ojos felinos lo aguardaban tras esas cortas pero densas pestañas. Su cuerpo se sintió en las nubes por unos segundos, y sus manos picaban por tocar esa palida y suave piel, que sabía que tenía.
No saben como pasó, y la verdad es que no le tomaron mucha importancia tampoco, pero al cabo de unos minutos, ambos reían por las tonterías que respondía Jimin a los aburridos chistes de YoonGi.
Porque así se llamaba el chico.
YoonGi.
¡Que dulce le pareció aquel nombre en sus labios, cuando lo beso por primera vez! Y más aún, cuando lo llamaba a gritos, siendo arrastrado a las tinieblas del placer y abandonado en las nubes del deseo carnal.Incluso, a veces le sabía un poco agrio en esas estúpidas discusiones sin sentido que se esforzaban de ganar, de demostrarle al otro que tenían razón.
Porque a pesar de que eran mundos muy distintos, a ninguno le gustaba perder.
YoonGi era un oficinista responsable, serio y malhumorado. No se hacía problemas si tenía que pasar por sobre las personas para lograr sus objetivos en la vida. Él era un triunfador que nunca daba su brazo a torcer. Su mente trabajaba de forma fría y calculadora. La vida le había enseñado a ser así, le mostró con las lecciones más fuertes que no hay que confiar. Que la gente apuñala por la espalda cuando te abraza.