EL GRITO DE LOS MUDOS

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La alarma volvía a sonar una vez más. Como cualquier otro día, Sonia se levantó, no sin cierto esfuerzo; se sacudió el sueño y la rutina dio comienzo. Tras salir de la ducha, volvería a llevar ese uniforme gris y a recoger su pelo en una coleta lisa, como cualquier otro día. Masticaba los cereales insípidos mientras daba un último repaso al examen que tenía a primera hora. Ella era buena estudiante, pero no había nada más emocionante en ese momento que arriesgarse a cortarse el dedo con uno de sus folios. Y así fue; la sangre brotó rápidamente, ella impasible fue al baño a buscar una tirita, saboreando el flujo que manaba de su mano. Tomó la cajita con la mano libre y esta cayó al suelo. Sonia masculló lo que debió ser una maldición; no era el sueño lo que rebajó sus reflejos, sino la bebida de anoche. Anoche... -"tiene gracia"-pensó-"todo parecía tan divertido. Las luces que recorrían todo el salón de baile, la música reventándote el tímpano, el olor a lo que sería alcohol u otra sustancia por el estilo. Pero el recuerdo era borroso, la música carecía de sentido alguno, las luces eran espectros tenebrosos, el olor... ¿cuánto he bebido?". Ella, a pesar de ser estudiante ejemplar, hacía muchas cosas que según sus padres "no le pegaban". Sus amigos eran pésimos estudiantes, los que seguía viendo porque aún no habían acabado perdidos en drogas o cosas así. Se miró al espejo, tenía el cuello del polo retorcido, lo enderezó y amañó, aunque ella no lo supo, su mejor sonrisa. Volvió a la cocina dispuesta a recoger sus libros e irse, pero al ver a su madre preparando el desayuno y se olvidó por un momento del colegio, sin saber qué decir.

-Buenos días Sonia ¿a qué hora llegaste?

Insegura le dio dos besos:

-Buenos días. Pues...-bostezó-no sé, a las tres, creo...

-¿Todavía había gente a esas horas teniendo hoy un examen? -Sólo quedaba mi grupo de amigos. Su madre agravó el rostro:

-¿Bebiste mucho? Ella no supo qué responder; abrió la boca para decir algo, pero no salieron las palabras, así que calló.

-No hace falta que contestes.-dijo tranquilamente de nuevo.-oye, si quieres te llevo a clase- ahogó una carcajada- no creo que llegues viva al final de la calle. "Sí, por favor" pensó Sonia. La relación con sus padres era buena, Sonia se encargaba de que sus notas fueran brillantes y ellos no tenían de qué preocuparse cuando salía con sus amigos, o con Marcos. O así era hasta hace un tiempo, la primera vez que el matrimonio vio la pandilla de su hija no es que estuvieran maravillados. Pero una vez más su reputación como alumna la salvaba y su vida era más o menos igual. Seguía saliendo con ellos, y desde luego no se perdió la fiesta de graduación que tanto tiempo había esperado. Esa fiesta en la que, tras el protocolo de niña perfecta en el salón de actos de la escuela, su máscara se desvaneció para probar la bebida por primera vez, para bailar y cantar como se esperaba de una chica de su edad y para cerrar la fiesta con aquellos amigos, algunos de los cuales dejaron la escuela, pero no las juergas. Mas ella aún no había descubierto estas cosas, o mejor dicho, no las quería descubrir. Llegaron a la puerta del colegio, se despidió de su madre y evitó cualquier pensamiento sobre la noche anterior.

Sonó la campana. Todo en orden. Las mesas colocadas por filas para la prueba, la profesora de química entrando por la puerta, el silencio monótono y rutinario de cualquier otro día de clase, todo era igual, salvo quizá, las caras ojerosas y adormiladas de algunos compañeros. Todos los rostros cansados, unos más que otros, pero todos cansados; a excepción de Ana. Sonia no la conocía mucho, sabía que venía de un colegio del norte y que no tenía muchos amigos. La verdad no era como las demás chicas. Ella era reservada, no se remetía la falda, tampoco se maquillaba y en los recreos no hablaba mucho con nadie. Simplemente allí estaba. Le caía mal, fue la decisión de Sonia cuando la vio por primera vez, era un bicho raro. Ayer la vio en la discoteca, pues toda la clase estuvo allí. Miraba a la gente bailando, a una pareja descontrolada, al DJ pinchando música. Algunos chicos y chicas intentaron unirla a la fiesta, le trajeron un vaso de ron y ella lo probó, pero enseguida lo dejó en la barra y sin despedirse, abandonó la estancia. Ella se lo pierde. Aquello ocurrió a eso de las once, Sonia no estaba segura de por qué sabía todo eso, de por qué, en un principio, observó aquella situación.

El grito de los mudosWhere stories live. Discover now