Prólogo

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18 de Julio de 2012.

-¡Mamá! ¡Vamos a llegar tarde, por el amor de Dios!- vociferé saliendo del baño rápidamente mientras acomodaba mi cabello.

-No me vengas con reclamos ahora, señorita. He estado llamándote desde las 6:30 y no has querido levantar ni un dedo de la cama- respondió mi madre abriendo la puerta de entrada y saliendo como un cohete en busca del auto-. Si tanto te interesaba el horario, te hubieras despertado.

-¡Pero ya sabes cómo es esto, mujer! Es muy difícil hacerme despertar enseguida, no he oído ni la alarma.

-Excusas, Nina. Simples excusas.

El viejo Dodge 1500 de mi madre emitió un rugido bastante desalentador al momento de hacer el contacto. Mierda, ¿otro día más empujando este auto? La observé insistirle al pobre coche pisando el acelerador mientras le daba arranque por quinta vez.

-¡Carajo!- dijo pegando un pequeño golpe al volante y apoyando en este la cabeza como modo de rendición.-Hija, voy a necesitar que me ayudes a empujar el coche porque sino no llegarás ni mañana al colegio.

Confirmado. Otro día más empujando el maldito coche.

-Bueno, ma.

Simplemente no tuve más opciones. Bajé del auto y sentí el frío húmedo de la madrugada colarse por mis piernas desnudas, cubiertas por tan solo la pollera gris del uniforme y las medias blancas que quedaban un poco más abajo de mis rodillas. Me abracé hasta llegar a la parte trasera del vehículo, para así apoyar mis manos en él y sentir la fría chapa humedecida por el rocío de la mañana mojarme las palmas.

Visualicé a mamá abrir su puerta y darle arranque al auto. Me preparé para cuando me diera la señal de empezar a empujar. Se paró con el torso adentro del Dodge y el resto del cuerpo afuera, con una mano sosteniendo la puerta abierta y con la otra maniobrando el volante. Oí el motor rugir débilmente de fondo y supe que tal vez no llegaría a la escuela tan temprano como esperaba.

-¡Nina! ¡Empuja!- Y empujé como pude el auto.

Sentí la tensión en los cuadriceps y gemelos debido a la fuerza con la que estaban trabajando. Subí la mirada y ví a mamá empujar conmigo mientras movía el volante en la dirección ideal para ganar la potencia necesaria. Cuando logramos llegar a una velocidad en la que ambas corríamos, ella se subió fugazmente al auto y, accionando cambios, embriague y acelerador, logró dar arranque al coche.

Sonreí mientras frotaba mi brazo derecho entumecido, acostumbrada a sentirme así después de esforzarme de más. Esperando dejar de tener la sensación de estar  helandome, caminé rapidamente al montón de chatarra rodante para subir y continuar la interminable travesía hasta el colegio.

-Buen trabajo, coneja- mi apodo desde que tengo uso de memoria-. ¿Te duele mucho?

-Si te refieres al brazo, sí. Pero es lo de siempre, ya sabes.

-Tengo que sacar turno con tu traumatólogo.- hizo más bien un auto recordatorio que un comentario dirigido a mi. Asentí sabiendo que se olvidaría.

Esto es así, tengo una degeneración ósea en mi codo derecho. No se sabe muy bien por cuál razón fue pero la hipótesis de todos los médicos a los que consulté se basa en que,cuando nací, el partero se pasó de fuerza con mi pequeño brazo y al parecer lo quebró o sacó de lugar (cosa típica en un parto). El problema fue que nunca se lo devolvió a su lugar de origen y terminó por formarse mal. Entonces como resultado tengo un brazo deforme que me genera dolor ante el mínimo movimiento. Aún no he pasado por ninguna operación pero estoy más que segura de que tendré que ver el quirófano aunque sea una vez en mi vida, incluso me dijeron que cuando termine la etapa del desarrollo tendrán que operarme porque mi brazo puede quedar inmovilizado, rígido.

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