La moto veredal

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La moto veredal

Retomar antiguos saberes nos llena de vida. A estas alturas, mirando ya a lo lejos desde el séptimo piso, es bueno volver sobre las cosas de la juventud.

Por eso compré una moto. Quise volver a sentir la brisa en mi rostro, el balanceo de mi cuerpo al trazar una curva, como cuando era muchacho.

Sostener la dirección con fuerza y ver cómo actúan los amortiguadores mientras la llanta delantera salta entre las piedras del camino veredal.

Luego compré el casco. Es muy incómodo, no lo niego. Uno queda como inmerso en una burbuja metálica, con apenas una ventanita para ver hacia adelante.

Pero la seguridad ante todo. Llevar casco es como endurecer tu cabeza para cuando vayas por los aires rumbo a una cuneta.

Todo el mundo de la moto es interesante. Cambiar el carro por la moto es un acto de liberación.

Al parar en alguna casita los campesinos me preguntaban extrañados qué había pasado con el carro.

-¡Tiene el día libre hoy! Les contestaba.

La moto me ofrecía una nueva perspectiva del territorio. Era como si transcurriera en medio de los árboles y las aves. Me aprendí el camino que antes me parecía tortuoso.

Ahora lo veía como un reto. Cada piedra, cada hueco, cada risco, eran oportunidades para fortalecer mis destrezas de motociclista.

Aun los trayectos dominados por capas de arena, me parecían interesantes. Sentir cómo las llantas se hundían en las dunas haciéndome casi perder el equilibrio, me parecía una aventura muy bonita.

A veces aparecían obstáculos en la carretera que me sorprendían y me hacían reaccionar con presteza.

El otro día llevaba como pasajero a Gilberto, el maestro que me construye un muro desde hace muchos años, cuando nos ocurrió algo inusitado.

Al salir de una curva nos topamos con una culebra.

Estaba asoleándose muy oronda todo lo ancho de la carretera. Habría de tener dos metros de longitud, o un poco más. Su diámetro habría de ser como lo que puedes mostrar juntando los dedos índice y pulgar de tus dos manos.

Tal vez la culebra dormitaba en la arena caliente donde su cuerpo yacía extendido.

Traté de no mocharla, si le hubiera pasado por encima.

Incliné la moto hacia un lado, con tripulantes y todo, en lo cual Gilberto fue muy colaborativo y logramos esquivarla. Salvo un pedacito.

Cuando la llanta delantera pisó la cola, la culebra saltó hacia nosotros, con su cabeza erguida y sus colmillos amenazantes.

Menos mal que desde hace tiempo llevo botas de caucho que me protegen hasta las rodillas.

Pero Gilberto apenas llevaba tenis pisahuevos.

El oficial, muy hábil, levantó su pie en alto y logró evadir el mordisco fatal.

La moto se tambaleó. Si hubiéramos caído en medio del arenal, la culebra nos hubiera rematado con sus colmillos venenosos.

Era una cazadora de lomo verde. Letal. Menos mal que mis reflejos y destrezas me permitieron maniobrar como la situación exigía. Menos mal. Por eso es bueno retomar antiguos saberes. Uno se llena de vida.

Gilberto dice que las culebras son vengativas. Y que tal vez me acechará un día para picarme. Pero cada vez que paso por aquel sitio, pongo mucho cuidado.


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⏰ Last updated: Feb 13, 2018 ⏰

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