El invierno era terrible. Hacía más frío de lo que yo podía soportar y por mucho abrigo que llevase la verdad es que poco remediaban el problema. Salía de casa antes que los primeros rayos del Sol iluminasen la carretera que pisaba, y la verdad es que la música de mi MP4, el libro de turno más los kilos de ropa extra para soportar el frio convertían mi travesía en el momento del día en el cual gozaba de más libertad y tranquilidad. Tras llegar al colegio esperaba leyendo un libro y luego me ponía en fila para entrar en clase y soportar cinco horas de infierno, pero claro, mientras esperaba tenía que soportar las mofas y gracias de mis compañeros hacia mí. Siempre me he preguntado cómo esos niños podían ser así y llegué a la conclusión de que mis compañeros de colegio no eran niños, sino adultos en miniatura porque carecían de la inocencia que caracteriza a los niños y poseían esa hipocresía que –desgraciadamente- poseen tantos adultos. Si dos personas discutían sobre un tema de lo más banal e insignificante y a uno se le ocurría pedirme opinión, aquel a la cual mi opinión fuera negativa me decía: " Y tú que sabrás, hijo de ****". Y la verdad es que a uno se le quitaban las ganas de existir corpóreamente allí. Ahora usted, querido lector, me preguntará el por qué nunca alcé mi mano para defenderme, por qué nunca les pegué. Es sencillo, porque aunque por mi complexión física en ese entonces podía fácilmente encargarme de uno o dos de ellos, en este pueblo todos son familia y temía que viniera una piara de "nativos" a lincharme –aunque más tarde, como contaré, descubrí que este efecto no ocurría para mi suerte-.
Te puedes imaginar que yo me pasaba la mañana de colegio aislado, bien porque me aislaban mis compañeros, bien porque el nivel académico del centro estaba muy por debajo de mis conocimientos, o bien porque me lo pasaba escuchando Mago de Oz en mi preciado MP4. Sin embargo, llegados a este punto, deseo decirles que la mejor profesora de matemáticas que jamás haya tenido me dio clases en ese colegio, y que su asignatura era la única que me obligaba a prestar atención en clase pues cada día nos enseñaba tantas cosas que tenía la sensación de que si cerraba los ojos me perdería algo realmente importante para mi vida.
Un día caluroso de verano recuerdo que dos compañeras de mi clase discutían sobre chicos. Hablaban de los chicos, de sus novios –si, en plural-, de sus "amigos", etc. Estando yo delante. También hablaban de tampones y compresas –cosas que yo no sabía que eran pero tenía el suficiente sentido común para no preguntar por ellas en mi casa-, y la verdad es que escucharlas hablar era altamente instructivo. Aprendía sobre gustos femeninos –y masculinos- y sobre la naturaleza humana de esos pequeños adultos. En ese día caluroso una de mis compañeras de clase le dijo a la otra: "Ayer estuve con A****** en el parque e hicimos de TODO (que para mí TODO era como mucho un beso en ese entonces), y luego quedé en casa de D**** porque estaba que no podía más de deseo, y cuando acabamos me fui a casa de mi novio el J**** para pasar un buen rato" a lo que mi otra compañera de clase respondió: "JAJAJA ya estas satisfecha". Justo en ese momento se cruzó un compañero de clase que, por casualidad, era amigo del novio de la que contaba que hizo el día anterior y dijo: "¿Cómo puedes engañar a tu novio así?" a lo que ella respondió: "Yo hago lo que me salga del c*ñ*. ¿Ok?" Y mientras mi compañero de clase se alejaba murmuró: "Luego os quejáis de que os pongamos los cuernos." Y para desgracia de este ella oyó su comentario y dijo: "Es que los hombre solo pensáis en "ESO" (ella dijo otra cosa) y solo sabéis engañar". De esta conversación podemos sacar en claro dos cosas: Una de ellas es que mi clase –y ese pueblo- quedaba confirmado como mayor esperpento nacional –por no decir mundial, y otra cosa es que quedaba confirmada mi idea de que mis compañeros de clase no eran niños sino pequeños adultos.
No todo lo que viví en ese pueblo fue malo, o al menos no tan malo. Allí tuve mi primer amor. Era una compañera de clase que, la verdad, era parecida a mí salvo que a ella, por ser chica la dejaban en paz. No diré su nombre y no recuerdo sus apellidos, solo sé que para mí fue mi primer amor, o mi primera obsesión, no se distinguirlo aún la verdad. El caso es que si había algo que me ponía interesante el día era aprender cosas de ella, y eso que yo no me acercaba por temor al qué dirán, sin embargo observada –desde la discreción claro- todo de ella: Desde su forma de andar hasta su forma de expresarse, desde gustos a defectos, habilidades y torpezas, etc. Supe tanto de ella que –para sincerarme contigo- dejó de gustarme y gracias a eso obtuve la afición de empezar a fijarme más en los gestos de las otras personas. Creo que me convertí en un pequeño detective que prefería observar a la gente antes que socializar con ellos.
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¿Álex?
Non-FictionEsta historia me la contó un familiar lejano mío y yo deseo compartirla con ustedes.