El émulo de Lovecraft

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          La mañana se presentó inmejorable. Un clima fresco y un cielo cubierto de cirrusestratus auguraban un día ideal para desarrollar mi actividad.

Me vestí con cuidado y elegí las prendas más fuertes que tenía, deberían estar a la altura de las circunstancias.

          Luego del desayuno prodigado por la amable anciana de la posada, comencé a preparar mis aparejos y mis provisiones para la caminata. Las sogas y el bolso de cuero acusaban la fatiga que mi entusiasmo y el amor por la geología no mostraba mi semblante.

          Solicité a mi huésped doble ración de agua y alimentos, ya que mi intención era alejarme bastante de Aspin-Aure. Ya había recorrido minuciosamente el Pic de Ger, tenía muestras de toda la extensión del Barracoueu, Jumet, Espiadet y Payolle. Mi intención era llegar ahora más al Oeste, con meta final el Lac Tourrat, detrás del Arête de Cap de Long. Seguramente tendría que hacer un alto en Barèges, si las fuerzas no me flaqueaban antes. Era una zona realmente hermosa, pero no debía ser sorprendido por la noche a cielo abierto, ni siquiera en ésta época del año.

          El plan era ambicioso: Seguir el curso del Adour Tourmalet para luego ir al encuentro de Le Bastan hasta Barèges. En ese punto seguiría el Ruisseau de la Glère, en su lago me desviaría hasta el Ruisseau de Bolou, Ruisseau de Bugarret y finalmente, Lac Tourrat, donde estudiaría su suelo y tomaría muestras de agua.

           Me puse en marcha a media mañana, no sin dudar de semejante empresa. Un leve malestar en el estómago me advertía que mi cuerpo ponía en tela de juicio mi osadía.

          Mi recorrido estaba regulado por la atención que el suelo me despertaba. Estaba tan habituado a mi bastón que palpaba las piedras con él como si fuese una extensión de mi mano, tal era la experiencia que había adquirido con años de investigación de campo.

           Recorrí la orilla palpando limos, observando estratos y dibujando en mi cuaderno las características del suelo y también los ejemplares de plantas e insectos, ya que era además naturalista. No quería juntar muestras porque entorpecerían mi viaje. Ya lo haría al final del recorrido.

          La caminata no me causó sorpresas hasta Tourmalet, donde decidí hacer un alto. La marcha no me molestaba, había sido el estudiante más resistente de la cátedra de mineralogía y aún más como profesor titular de La Rochelle. Me preocupaba no llegar a Barèges antes del anochecer.

Luego de una merienda frugal retomé el camino del río. Llegué a destino justo a tiempo.

Al entrar en la posada el cielo estaba despejado y Vega, Altair y Deneb estaban formando su triángulo. Si hubiese traído mi telescopio podría haber aprovechado la oportunidad para recordar mi afición como astrónomo y cosmógrafo.

           La noche fue espléndida, sólo interrumpida por unos grillos de la variedad Steropleurus catalaunicus que, alojados en los matorrales junto a la ventana, conseguían un agradable murmullo.

El desayuno no fue tan abundante como en Aspin-Aure, pero la expresión hosca de mi huesped me abstuvo de todo reclamo.

           Retomé mi viaje temprano, siguiendo ésta vez el cauce del Ruisseau de La Glère. Pronto los rebaños de cabras domésticas fueron reemplazados por los bucardos.

          Cuando llegué al lago me desvié hacia el Oeste, hacia el Ruisseau de Bolou. El horizonte estaba dominado completamente por el Lit Longue. Su silueta me tentó de llegar hasta él. Nunca había estado de éste lado. Atravesé el arroyo y proseguí hasta la ladera más escarpada del monte.

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