Capítulo X. La sonrisa del mal

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Casey era una pequeña niña que vivía junto con sus padres en una gran casa. La niña era muy tímida e introvertida, se la pasaba la mayor parte del tiempo dentro de aquella casa que estaba en la esquina de una tranquila calle y parecía tener siempre niebla en su alrededor y ese aire misterioso que cubría la casa y casi no tenía amigos. Sus padres, habían ido a varios psicólogos y todos decían lo mismo:

"Aún está pequeña, con el tiempo se le pasará".

Sus padres no dijeron más y dejaron a su pequeña hija tranquila, una semana después de que Casey cumpliera ocho años, sus padres, al ser de una clase medio baja, no tenían para comprarle un regalo, así que le dijeron a la pequeña Casey que en el ático podría encontrar muchos juguetes que le pertenecían al niño de la familia anterior que vivía en la casa.

Casey, emocionada, se dirigió al ático y empezó a buscar, buscaba entre cajas y objetos extraños, al principio le dijo a sus padres que había encontrado la muñeca perfecta. Una muñeca de porcelana muy bonita con un vestido rosado y unos zapatitos que parecían de oro. Pero antes de salir al ático algo llamó la atención de la niña. Un muñeco, estaba desgastado, su peluca de colores estaba enmarañada y tenía algunas telarañas encima, su sonrisa que alguna vez fue blanca, estaba cubierta de polvo y suciedad. Era un payaso. La niña al verlo, soltó a la muñeca de porcelana y ésta calló al piso del ático rompiéndose en muchos pedazos y fue a abrazar al muñeco del payaso que se encontraba encima de una caja que decía "no abrir" la niña no se fijó y agarró a aquel mugriento muñeco.

Sus padres, escucharon el sonido de algo romperse y subieron al ático para ver si la pequeña Casey se había lastimado. Empezaron a buscar como locos y la encontraron sentada en el piso hablando con su nuevo "amigo".

La mamá le preguntó por la linda muñeca que había elegido y Casey sin mirar señaló los pedazos de porcelana que se encontraban regados en una parte del piso del ático. El padre le dijo que dejara ese horrible muñeco y que buscará otra cosa, la pequeña se negó rotundamente y se aferraba al muñeco como si su vida dependiera de ello.

Pasaron días, semanas y la pequeña Casey había desarrollado una obsesión con el muñeco. Comía con él, dormía con él y sus padres a veces la encontraban hablando con el muñeco.

Un día todos estaban sentados en la mesa comiendo tranquilamente, aunque la única tranquila era la pequeña Casey, que parecía estar absorta de todo. Su padre no aguantó más de que ese endemoniado muñeco se estuviese prácticamente robando a su hija. Así que lleno de furia, el papá se paró cogió al muñeco de un manotazo y salió de la casa para tirarlo la bote de la basura. La madre abrazaba a Casey para que no intentara nada, pero esta última estaba desesperada pataleando y llorando a mares. El papá se acercó a la pequeña y hecho una furia le dijo:

-NO QUIERO QUE VUELVAS A VER A ESE MUÑECO, JAMÁS-

Después de eso siguieron comiendo, los padres ahora más relajados pero la pequeña tenía la vista baja y no quería seguir comiendo.

(...)

Ya había llegado la hora de dormir y la pequeña había dicho que no iba a dormir sin su muñeco, sus padres intentaron todo para que la pequeña se durmiera y tuvieron que recurrir a usar calmantes.

Eran altas horas de la noche y la madre se despertó porque había escuchado ruidos raros en la planta baja, como si estuviesen arrastrando algo muy pesado, asustada, le dijo a su esposo que fuera a ver si se había metido alguien en la casa. Ambos bajaron las escaleras, el hombre adelante con un bate de béisbol y la mujer atrás aferrada a su marido. Cuando llegaron a la planta baja encontraron la puerta principal abierta y sus sospechas de que alguien estaba en la casa crecieron.

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