29° Carta

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No todo salió como lo planeamos

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No todo salió como lo planeamos. Creo que las cosas nunca salen como imaginas que serán.

Salieron alrededor de cien mujeres del túnel. Todas ellas se colocaron en una fila recta; aunque sus rostros no mostraban ningún gesto, podía sentir el miedo que tenían. Cada año cuatro de ellas, se iba con los Narrasti.

Las azkartianas esperaban su destino en medio del cruel frio que hay en este planeta. Los otros y yo, nos encontrábamos escondidos en el túnel, observando el acontecimiento.

Laya caminaba sobre la nieve de un lado a otro, con el rostro tensionado, mordía sus labios resecos por la preocupación. Detuvo su andar cuando notó que una sombra triangular se posaba sobre ellas, era el Triangulum.

La nave aterrizó, haciéndome poner los pelos de punta. Habíamos apagado todas las antorchas, de modo que de lejos solo se podía ver oscuridad. Así los Narrasti no notarían nuestra presencia.

Bajaron ocho de ellos. Sus pieles de reptil eran abominables y en sus rostros podía notar la maldad que habitaba en ellos. Después de ellos, bajó Hegodum Narrasti, el capitán de la nave e hijo del líder Narrasti, según lo que nos contó Laya.

Hegodum se acercó a las mujeres, las examinaba con rapidez. Abría sus bocas, revisaba sus dientes, tocaba sus orejas y olía sus cabellos.

— ¡Date! —gritó Hegodum cuando encontró una que le agradaba como esclava.

De inmediato dos de sus hombres se la llevaron. La mujer no opuso resistencia y resignada a su vil destino, ingresó a la nave con la frente en alto. Lo mismo ocurrió con las tres mujeres restantes.

El plan había sido simple: Las cien mujeres tenían un sistema de UPS (Sistema de posicionamiento universal), escondido detrás de sus cuellos. A cualquiera que eligieran, nos permitirá tener acceso a su ubicación en el universo.

Todo iba de acuerdo al plan, hasta que Hegodum habló.

— ¡Luna! —gritó con ferocidad el reptil, haciendo eco su voz entre las montañas.

Di un sobresalto, me pregunté cómo sabia el capitán del Triangulum sobre mi presencia en el planeta Azkart.

— Sal de donde sea que estés escondida o yo mismo iré a buscarte — noté el siseo en su voz.

Con el pulso acelerado me dispuse a ir, pero Jack me detuvo, con un dedo le señalé que no hiciera ruido, y salí de mi escondite.

— Aquí estoy —dije sin miedo al salir del túnel. Avancé hacia él con los hombros firmes, con miles de pensamientos encontrados.

— ¿Estabas jugando a las escondidas? —preguntó en tono burlón.

— No me gusta ese juego —respondí con una sonrisa falsa.

— Que curioso... —susurró— lo mismo dijo tu madre antes de que la matara.

Me llevé una mano a la boca, no pude evitar llorar. Pensar en lo que le habían hecho a mi madre me dolía, me ardía el pecho, me explotaba la cabeza.

— ¡Oh! La pequeña Luna esta llorando —dijo con sarcasmo, burlándose de mi dolor.

— Idiota —le escupí en la cara.

— No seas malcriada, a mamá no le hubiese gustado eso.

— ¿Qué le hiciste? Dime — grité furiosa

Hegodum empezó a reírse con mucha fuerza, su risa hacia eco entre todas las montañas que nos rodeaban.

— No estás en posición de mandar, pero... —dijo dándole mucho énfasis a la última palabra— admito que me hizo mucha gracia verte llorar.

Me quedé en silencio observándolo con detenimiento.

— No me veas así —susurró haciendo notar aun mas su siseo— ¡Traigan a la mamá de la niña, por favor, me está haciendo enojar! No querrán verme enojado, hago cosas malas.

Mi vida volvía a tener sentido cuando la vi bajar de la nave, ella lloraba desconsoladamente. Mamá vino corriendo para abrazarme.

— Nos tienen a todos —dijo mi madre sollozando—. Atacaron nuestra base lunar y destruyeron todo.

— Deberías agradecer que no los maté — dijo Hegodum con tranquilidad—. Es hora de irnos a casa, tu y todos tus amigos ingresen a la nave; incluyendo a shedalah y la belleza de bellezas, mi querida Laya.

— No iremos a ningún lugar —dije sujetando la mano de mi madre.

— Fonkes, ya saben que hacer —ordenó Hegodum a sus sirvientes.

Dos de ellos me sujetaron de los brazos con mucha fuerza que no podía soltarme. Jack haciendo uso de su telequinesis, alzó una mano y votó al suelo a los dos fonkes. Pero vinieron unos cuantos más, y al final quedamos todos atrapados.

Laya era una mujer fuerte, y derribó fácilmente al fonke que la tenia sujetada. Cogió su cuerno y sonó una melodía de guerra, de inmediato el Ruktu vino volando desde las montañas. Ningún fonke era lo suficientemente grande como para luchar con él, así que Ruktu terminó comiendo las cabezas de los que nos sujetaban.

Creí que habíamos ganado, pero cuando giré a ver como estaba mi madre, la encontré al lado de Hegodum. Él amenazó con enterrarle una de sus afiladas uñas en el cuello. Retrocedió junto a ella, viendo los cuerpos decapitados de los forkes.

Empujó a mi madre dentro de la nave y habló:

— Quiero el prisma Zadumi, la princesa Shedalah sabe a que me refiero. Si no me lo entregan en una semana, todos los que Vivian en la Luna morirán.

Uno de sus forkes le lanzó uno de los UPS que habíamos escondido en las mujeres.

— Creo que saben donde encontrarme —dijo Hegodum agarrando el UPS con fuerza.

La nave avanzó yéndose muy lejos, yo corría en vano detrás de ella.

— ¡Mamá! —grité llorando.

Jack me detuvo, forcejeé, pero terminé llorando en sus brazos.

— La rescataremos, te lo prometo —susurró en mis oídos, haciéndome tranquilizar al menos un poco.

Se habían llevado a mi madre, temía por ella. Temía por todas las personas que habían vivido en la Luna. Estaba segura que Daryl nos había traicionado, había traicionado a su raza, diciendo la ubicación de los últimos sobrevivientes del planeta Tierra.

También sabia que los ededianos no nos entregarían el prisma Zadumi. ¿Acaso ese era el destino de la humanidad? ¿Morir en garras de los Narrasti? No podía creerlo ni imaginarlo, no iba permitirlo jamás.

— Luna, susurró Chuc en la noche, después de lo ocurrido.

— ¿Qué ocurre? —pregunté viendo la fogata que había en medio del santuario de Laya.

— ¿Dónde estaba el señor John mientras los forkes nos atacaban?

— No lo vi... ¿Cuál es el problema?

— Ese es el problema, él no vino a ayudarnos.

— No desconfíes de él — dije molesta.

— Confío en él—susurró y luego señaló al señor John que dormía a lo lejos— pero no en el señor que está ahí.

Con cariño, desde el santuario de Laya, Luna. 

CARTAS DE LUNA [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora