Capítulo 1: La carta

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1ro de Enero, año 2100: Este número, el cien, aparte del veinticuatro por ser mi cumpleaños ese día y del cinco en las bolas de billar por su color sólido naranja que me encanta, fue aquel número que, desde pequeña, podía llegar a contar sin dificultad: una cifra que extrañamente me fascina porque veo en él algo lo cual todavía no se que es. En la Biblia el cien significa "Lo imposible es posible", tributo y castigo. También se representa como número del tiempo y de la perfección. Habla por si sola y alivia mis sentidos... solo ese simple número.

Estoy ahora mismo con mis padres en un bar llamado "La oleada", cerca de la casa, en el cual sirven toda clase de mariscos. Típico lugar donde se pueden ver partidos de futbol y pasar una velada agradable con tus amigos y, ¿por qué? conocer a gente nueva. Si hablamos de "elegancia" este lugar, sin duda, no es el ejemplo adecuado pero aquella formalidad la dejamos atrás, a lo mucho para Navidad con toda la familia. El tío Martín, el mejor amigo de mi papá y mi padrino de bautizo, abrió el bar para festejar el Año Nuevo. Su esposa, mi tía, y madrina también, Deborah, fungió ese día como animadora: se subió arriba de la barra principal con joyería grande y de plástico, dilemas brillantes alusivos al festejo y trompetas de juguete el cual hacían un ruido espantoso pero gracioso. Hacía esto cada 30 minutos para que los que vinieran llegando tuvieran uno. Repartía como loca toda clase de baratijas que me pidieron que les consiguiera en una tienda china que conocía en el centro. Imaginaba el bar cuando se fuera el último cliente: todo sucio, con algún borracho en la esquina y la mitad de todos estos regalos rotos y regados en el piso. No se porque me preocupaba tanto si sabía que yo no era la que limpiaría el bar pero me estresaba por la persona que lo haría. No parecía preocupar a nadie eso y, era normal, porque lo importante era esperar el año 2100 con gusto, con emoción, como todos años. Parecía como si todos estuvieran tan emocionados como yo de saber que este año estaba por llegar solo por ser el número cien.

Mi tía Deborah terminó de entregar la última diadema fosforescente, mi tío Martín la ayuda a bajarse con cuidado mientras mis papás y ello estamos sentados en la barra riéndonos de la locura de mi tía. Mi tío Martín está sirviendo unas jarras de cerveza y mi tía comienza a prepararse una margarita.

-Este año ya verán que muchas cosas van a cambiar- dijo mi tía Deborah mientras juntaba todos los ingredientes para preparar la margarita en una licuadora. -Primero, quiero que sepan, que vamos a tener un bebé-. Mis padres y yo saltamos de la emoción y mi tío Martín, extrañado, la mira mientras entrega las jarras de cerveza a unos clientes. -¿Un bebé?, ¿estás embarazada? -No mi amor, me refería a intentar tener un bebé... ojalá si lo estuviera ya.- Mi tía había terminado de licuar su bebida y se la sirvió en un triste vaso desechable color rojo mientras mirábamos la pantalla principal con un programa de televisión que transmitía en vivo como se estaba viviendo el Año Nuevo desde la ciudad.

Más allá de que me encantan los mariscos y más los que prepara mi tío Martín, el bar esta ubicado en la playa. Al entrar y al salir del lugar sigue oliendo a ese salado tan fresco y sus ventanas enormes reflejaban el oleaje tan hipnotizante y espumoso que siempre nos ha maravillado ver. Hablo por todos ya que se que es un placer tan mío como del mundo entero. No prestaba mucha atención al televisor: miraba enamorada el agua chocando con la arena una y otra vez esperando lo que sea: un cangrejo, una botella con una carta, algo: fuese lo más tonto o imposible pero, aunque nada llegase a arrastrar las olas a la orilla, sabía que no me decepcionaría de todas maneras.

Mi mamá sacudió mi hombro para decirme -Rocío, mira...-. Un montón de gente estaba reunida dentro de una pista de hielo haciendo piruetas, jugando hockey o simplemente cayéndose de las maneras más graciosas posibles. Era una pista que habían colocado desde vísperas navideñas y que estaba lo suficientemente grande para hacer todas esas cosas al mismo tiempo. Fui un fin de semana, antes de Navidad, con mi mejor amiga Cloe, después del trabajo. Habíamos ido a que se probara unos vestidos de novia y aprovechamos la oportunidad. Cloe es un poco meticulosa y cuidadosa y más a estar a siete meses de su boda. Juraba que se iba a caer tan fuerte que se rompería un hueso. No esta tan acostumbrada a patinar en hielo como yo, que toda la vida y siempre que podía iba, y por eso sus miedos eran tan ridículos y obvios pero entendía que debía de hacerlo, como ella siempre dice "debo hacer 'esto' antes de casarme". Esa vez lo usé a mi favor: le dije que debía intentarlo antes de la boda, mínimo eso, ya que en anteriores ocasiones le había comentado de tirarnos en paracaídas, practicar surf o inclusive andar en caballo. Sus inseguridades son como los de una niña de diez teniendo ella ya treinta años. Fuimos de día, una tarde de un martes recuerdo, no había casi nadie y todavía no era la hora en donde los niños salen de la escuela. De noche, y como se veía en la televisión, era bastante diferente: alumbrado con luz negra y destellado por diferentes colores neón además de una extraña apariencia a diamantina en el hielo lo diferencia bastante de aquella mugrienta y desalojada pista en la cual solo unas cinco personas estábamos usando.

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⏰ Last updated: Feb 22, 2018 ⏰

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