mento mori

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Agotada la via terrenal, ha recurrido a la ayuda divina apelando a la Virgen de los Desamparados y rogando la intervención de san Judas Tadeo, pero siempre obtiene el mismo resultado: ninguno. A estas alturas, y tras dos desmayos, ya se ha encomendado al Altísimo y ha encontrado alivio en la analogía entre esa silla y la cruz.
Necesita un descanso y cierro los ojos.
Suda.
Todavía consigue respirar gracias al aire que se cuela por la parte inferior de la bolsa. Baja la cabeza en busca de oxigeno, y se encuentra con el olor de su propia orina que sube en dirección opuesta. No soporta los olores corporales, ni siquiera los suyos. El impacto la obliga a reclinarse hacia atrás para favorecer la apertura de sus vías respiratorias. Aprovechando la postura, comete el error de de tratar de inhalar aire. La condensación ha hecho que la bolsa se le adhiera a la cara y, al inspirar, el plástico se le introduce por las fosas nasales. Para apartarlo sopla con fuerza por la nariz  y busca una alternativa para no volverse a desmayar. Inclina la cabeza, y nota cómo los pulmones se llenan poco a poco de aire, de vida; lo retiene unos instantes antes  de soltarlo despacio. El dióxido de carbono sale caliente, y hace subir la temperatura. Cree que, si por lo menos  pudiera quitarse ese maldito calcentín que le roza la faringe, lograría concentrar las escasas fuerzas  que le quedan en un único  grito que alertara a Teresa, su vecina de arriba. Siempre tuvo buena voz, !cuántas veces se lo había demostrado a su hijo!
«¡Qué paradoja!», piensa.
El hecho que, con sus repetidos intentos de hacer ruido, se ha desgastado tanto las cuerdas vocales que ya ni siquie-

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⏰ Última actualización: Feb 17, 2018 ⏰

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