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Desperté un lunes. Me preparé para ir al instituto, desayuné y me despedí de mamá, papá me dejaría camino a la empresa. Fue un día bastante aburrido, lo mismo de siempre, jamás había novedades, no tenía muchos amigos.
El martes volvía a casa caminando, la situación económica de mi familia nos permitía tener más de diez automóviles en casa si así lo queríamos, pero sólo teníamos uno. Yo prefería caminar. Por esas cosas de la vida me detuve a mirar la hora en mi celular. Choqué contigo. También mirabas tu celular. Te disculpaste, también lo hice. Vestías un uniforme bastante elegante, supuse que de instituto privado. Me pediste que te dijera la hora, me pareció extraño que lo preguntaras, hace sólo un momento mirabas tu celular. De igual forma te la di. Me preguntaste si tenía tiempo para un café, no acostumbraba hablar con extraños, mucho menos aceptar invitaciones. Te dije que si. Hablamos un rato, me contaste que te graduarías en un mes, al igual que yo, tu sueño era ser fotógrafo, pero tus padres decían que no era un trabajo real, querían que fueras abogado. Te conté que amaba la pintura y que me dedicaría a eso, tenía el apoyo total de mis padres. Luego de eso me acompañaste a casa, justo en el momento en que mamá regaba las plantas afuera.Te invitó a pasar y aceptaste, estaba feliz, jamás llevaba a nadie a casa. Hablamos toda la tarde, hasta que llegó papá, le contaste que querías ser fotógrafo y le mostraste tu trabajo. Eran fotos fantásticas. Papá dijo que te ayudaría con eso, llamaría a todos sus contactos. También le dijiste que tus padres no estaban de acuerdo con tu sueño, entonces él dijo que te ayudaría y que hablaría con ellos. Fuimos a dejarte a tu casa, se había hecho tarde como para que te fueras tu solo. Mi padre pidió hablar con los tuyos. Les mostró tus fotos sin decirles quién las había tomado. Quedaron impresionados por la calidad de las fotografías. Entonces papá les dijo que eran tuyas. Tu madre sólo te miró y comenzó a llorar, tu padre se levantó, hizo que lo hicieras tu también y luego te abrazó. Te pidieron que los perdonaras por jamás escucharte, dijeron que te apoyarían en todo. Nos despedimos de ustedes y nos fuimos a casa. Esa noche dormí con una sonrisa en el rostro.
Era miércoles cuando me pediste que fuera tu novia. Ni siquiera la palabra "felicidad" describe lo que sentí en ese momento. Nos conocíamos desde hace sólo hace dos meses, pero qué diablos, te amaba y sabía que tú también lo hacías. Te dije que sí. Fuimos a mi casa, mi madre estaba feliz, luego llegó mi padre y nos felicitó. Te quedaste en mi casa ese día. Sacamos una cama inflable y una manta al jardín trasero. Nos quedamos mirando las estrellas toda la noche.
Ese jueves cumplimos tres años de estar juntos, tu estabas estudiando fotografía en la misma universidad donde yo estudiaba pintura. Nos mudamos juntos. Me dijiste que querías salir al patio a tomar fotos un rato y que querías que estuviera contigo. Estando afuera me tomaste de las manos y me dijiste "¿Recuerdas cuando te dije que jamás me casaría? Pues cambié de opinión. ¿Quieres casarte conmigo? Aunque sigo pensando que las iglesias no van conmigo, sería algo más simbólico, sin tanto preparativo ni invitados, sólo tu y yo. No será real para los demás, sólo para nosotros y..." Comencé a reírme, me miraste extrañado y me reí aún más. Te dije que quería casarme contigo como fuera. Dijiste que querías que fuera ahí y en ese momento. Lo habías preparado por meses, tenías incluso las argollas. Nos casamos ese mismo día, sólo con las nubes y la brisa como testigos.
Nuestros hijos nacieron en viernes. Dos niños y una niña. Los vimos crecer, les enseñamos a no rendirse ante nada, estuvimos cuando se graduaron de la universidad.
Ellos formaron sus propias familias, se fueron de casa y nos dieron nietos en un cálido día sábado. Nos visitaban sin falta cada semana. Empezamos a envejecer juntos.
Ese día despertaste antes que yo. Me dijiste que sentías que era tiempo de dejar este mundo. Yo sentía lo mismo. Hablamos con nuestros hijos y nietos; el menor estaba a punto de entrar a la universidad. Al principio se negaron rotundamente, pero después de que les dijéramos que sentíamos que era hora de morir, (teníamos casi 96 años) que habíamos vivido toda una vida llena de felicidad y que queríamos irnos juntos, entendieron. La decisión estaba tomada, partiríamos ese mismo día. Nos acompañaron al centro especializado, nos abrazamos y lloramos un rato. Cuando llegó la hora nos despedimos y entramos a la sala. Habían dos camillas preparadas, con batas médicas encima. Dos enfermeras nos atendieron. Nos recostamos y nos tomamos de la mano. Nos inyectaron el líquido mortal. Comencé a recordar todos nuestros momentos felices, cuando nos conocimos por casualidad, todas las estupideces que hicimos juntos, los recuerdos de nuestros hijos y nietos... Tuvimos una buena vida llena de alegría. Nos miramos a los ojos por última vez en vida, nos sonreímos y susurramos un "Te amo" al mismo tiempo, me dijiste "Nos vemos al otro lado", luego todo se volvió negro. Nos fuimos felices, con una sonrisa de oreja a oreja y tomados de la mano en todo momento, un día domingo

Siete días de vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora