Sempre.

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Te quiero.

Mierda. Esas palabras no paraban de repetirse en mi mente como si de un disco rallado se tratase. No sabes cuanto dudé de ellas, te lo juro. Si me querías tanto, ¿cómo pudiste tan siquiera pensar en abandonarme?

Lo eres todo, JongIn.

¿De verdad pensabas eso? Porque yo no, no fui lo suficientemente fuerte para sostenerte. Fui incapaz de llegar a tiempo para detenerte.

Eres más de lo que merezco.

Solías decirme eso cuando estábamos acurrucados bajo las sábanas, desnudos, cansados y soñolientos después de haber hecho el amor. Recuerdo cómo me mirabas con esos enormes ojos y una pequeña sonrisa. Tu mano nunca le daba tregua a mi mandíbula. Dios. Todavía sigo sintiendo tus finos dedos acariciarme la nuez y tus ojos mirándome.

Siempre serás el amor de mi vida.

Siempre. Odio el puto destino. Nadie nunca quiso joderme tanto como él. El cabrón se apropió de tu siempre y se adueñó de él.

Buenos días, vida.

Joder. Amaba esas palabras. Amaba el sentirte frío en mi espalda desnuda porque te acababas de duchar, tus labios también solían estarlo. El beso que dejabas caer en mi nuca cada mañana, no había mañana que no lo hicieras. Tus manos frías recorriendo mis brazos para poder encontrar mis manos y entrelazar nuestros dedos. Y las caricias, dios, como rozabas tu nariz por mi cuello hasta encontrar mi quijada. Y ahí iba, otro beso para acabar de despertarme.

Sonríe para mí, Innie.

Me lo pedías cada día, solías decir que era bastante serio. Pero que era sexy. Lo que tú no sabías era que mis sonrisas eran tuyas.

Te quise tanto, LuHan. Tanto que dolía. Dolía amarte. Y fue por eso que me derrumbé cuando por poco te vas de mi vida. No podía soportar la idea de un futuro sin ti.
Mierda. ¿Te acuerdas cuando hablábamos de nuestros hijos? Lo guapos que serían y cómo yo mimaría a nuestra hija y tú le enseñarías a ser todo un hombre derecho a nuestro hijo. Me encantaba hablar de ello. Me encantaba ver como tus ojitos se iluminaban con tan solo pensar en tener un hijo mío. Mío, LuHan. Tú iluminaste mi mierda.

Cómo no amarte si con cada sonrisa, cada mirada, cada beso tímido, me hinchabas el pecho de puro amor. Eran un ataque directo a la armadura que tanto esfuerzo me costó construir y que tú destruiste con tanta facilidad. Me cautivaste desde el primer momento, con tu dulce acento chino y tu timidez por saludarme.

LuHan, por favor, no me dejes. Nunca. Lo prometiste.

Gracias por darme los mejores años de mi vida. Gracias por amarme.




LuHan leía aquella carta desde el alféizar de la ventana. Lágrimas silenciosas se deslizaban por sus mejillas hasta caer en el viejo papel. Todavía recordaba como casi abandona a Kai. Cómo olvidarlo.

Le dijeron que el hombre del que se había enamorado no se separó de él en ningún momento, que era peor que una lapa. Que se negaba a dejarlo ir. Habían noches donde las enfermeras lo escuchaban llorar y rogarle que luchara, que no podía abandonarlo así sin más, que era injusto.

JongIn se sentía culpable de no haberle cogido la mano a tiempo cuando aquel coche se estampó contra ellos e hizo rodar la moto por aquella curva. Por no haber sido lo suficientemente rápido para atrapar su mano antes de que cayese.

—¿Mamá?—La dulce voz de su hijo lo sacó de su ensoñación. Se giró a ver aquel pequeño y perfecto ser que era la mezcla de ambos. Su piel morena pero sus ojos, esa nariz tan fina pero los labios gruesos de su hombre.

Se limpió las lágrimas antes de dar dos pasos y coger a su pequeño príncipe. El que lo miraba preocupado y se encargaba de limpiar los restos de lágrimas. Dios. Le recordaba tanto a él con esa seriedad pero con esa ternura impregnada en sus gestos.

No le dio tiempo a responder a su pequeño cuando la imponente figura de su ahora marido estaba en la puerta, mirándoles con los brazos cruzados y su pecho desnudo. Tan hermoso.

—¡Papá!— Un gritó lleno de júbilo llenó la habitación seguidas de unas suaves risas por parte de los padres.

—¿Cómo está mi pequeño oso favorito?— Y con esa pregunta, LuHan se dio cuenta de que siempre amaría esa voz.

Sin mucho más que decir se acercó a sus hombres favoritos con una sonrisa resplandeciente y dejó que su hijo saltara a los brazos de su padre. Y así pudiendo rodearle la cintura para verlos a ambos.

—Os quiero. Sois más de lo que merezco. Lo sois todo. Y siempre seréis el amor de vida.—

Porque al final el destino no fue tan cabrón. Porque su vida dejó de ser en singular, y pasó a ser en plural.

Y es que el amor no se puede definir sin el sufrimiento

Ni se te ocurra dejarme. [KaiLu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora