¡Qué llueva!

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He descubierto que no es necesario que esté ella para que llueva.

Es sólo un proceso natural; como las hojas al caer o los pétalos con su vaivén.

Y en esto entendí que la precipitación del mundo no depende de su ánimo, ni de cada palabra lanzada al viento o regalada al noble.


¡Qué llueva! Pues las gotas caen sin que estemos juntos.

¡Qué llueva! Antes que todo se consuma en sus propias brasas.

¡Qué se inunde el mundo, si es necesario!, para que así se conozca la importancia del sol.


Ay, cuán patéticas eran nuestras certezas de que las nubes lloraban de envidia al vernos juntos.

Cuán egoísta fue pensar que nosotros éramos agua, viento y tierra.

Qué absurdo denominar amor, a algo más dañino que la guerra.


Ahora no creo que la lluvia sea nuestra, realmente jamás lo fue.

En verdad no fuimos más que un momento, una emoción, un papel que lleva el huracán.

Pero que tan solo se ve en ese instante y luego queda extraviado en el olvido.

Eso somos, lluvia de verano: Inexistente, escasa e imposible.


ValDonde viven las historias. Descúbrelo ahora