Se le ocurrían mil términos para definir tanto el antro como la gente que se encontraba allí, todo mientras observaba de reojo a la joven semidesnuda que dormía en la parte trasera del coche. Que raro se le hacía todo aquello, que sensación más extraña el no estar en la parte de atrás del coche haciendo tiempo hasta llegar a su casa para poder culminar la tarea. Christopher bajó del coche, abriendo la puerta a Mikel.
—Señor.
Tras salir del coche tomó a la joven en brazos, como anteriormente había hecho, y si dirigió hacía su domicilio, una pequeña casa en las afueras de Londres.
El hombre de ojos esmeraldas dejó a la joven en la cama de su dormitorio mientras se disponía a buscar alguna de las prendas de aquellas mujeres que pasaban la noche entre esas cuatro paredes. El resultado fue nulo. Tras chasquear la lengua decidió buscar entre sus propias camisetas, tomando una para dársela a la peliblanca.
Para sorpresa de Mikel la joven estaba despierta, mirándolo con puro pánico en sus ojos celestes mientras se tapaba todo su magullado cuerpo. El nerviosismo se palpaba en el aire, normal por otra parte, quien sabia por cuantas manos había pasado aquella muchacha temblorosa, cada cual peor y más deplorable, pasándola como si una persona fuera una cinta de dvd. Las grandes manos de aquel hombre se quedaban en la orilla de la cama, fijándose en cada detalle de aquel rostro; Aquellos celestes ojos, al borde del llanto, los hematomas en su clavícula y esos labios llenos de pequeños cortes, posiblemente causados por la misma.
—¿Cómo te llamas?
No se obtuvo respuesta alguna de aquella muchacha que se escondía entre las sábanas. En ese mismo instante supo lo que era correcto. Metió sus manos en los bolsillos de su pantalón y salió de ese dormitorio, dirigiéndose por primera vez, a dormir en la habitación de invitados.
—Esto es increíble.
Escapó de sus labios en menos que dura un suspiro, tratando de acomodarse en esa minúscula cama mientras tomaba una de las lecturas que tanto le agradaban, que tanto conseguían cambiar su humor.
Las horas corrían con la misma facilidad que un niño corría tras un caramelo y a eso se sumaban los pasos que se escuchaban de un lado a otro en el pasillo, sumando poco a poco, el nerviosismo y molestia al propietario de aquella casa. La puerta de la pequeña habitación se abrió con delicadeza mientras unos diminutos pies asomaban por esta. Mikel se obligó a ocultar la pequeña risa que iba a salir de sus labios, haciendo ver que no había visto a la chica que, con total disimulo, observaba desde la puerta.
Seguía pasando las páginas de aquella obra de Gastón Leroux, conteniendo sus ansías, sus ganas de alzar la vista y sonreírle. Control, Mikel, control. Pensaba para sí mismo una y otra vez, como si de un mantra se tratase.
—Lyséa.
Una melodiosa voz se escuchó por la ranura de la puerta. La perfecta sincronización de dulzura y timidez se hacía sonora desapareciendo justo después. Cerró el libro y, sacando un cigarrillo de la cajetilla esbozó una sonrisa, llevándose después este a los labios.
—Así que... Lyséa...
El teléfono tornaba a sonar con ese mismo tono perfora tímpanos de buena mañana. Un bostezo y un café habría sido lo lógico en estos casos pero, desde la noche anterior, lo monótono iba a dejar de existir.
—Mikel Arcadia.
—¡Mikeeeeeeeeeel! ¡Eres terrible!
Sabía quien era el sujeto que se encontraba tras ese desesperante teléfono, aumentando por momentos las jaquecas que este sentía.
—¿Qué cojones quieres?
—¿Café?
Tedioso era el mejor adjetivo para definir a aquel joven esa fue una de las razones por las que no lo pensó un segundo, colgó el teléfono.
Salió de aquel cuchitril, dirigiéndose a su salón, en el que observó a la joven de cabellos plateados en el suelo, mirando por la ventana. Los pasos descalzos del Mikel Arcadia se acercaban a la joven, la cual no hacía más que tapar su cuerpo más. Inesperadamente aquel hombre de oscuro cabello se sentó a su lado, poniendo su mano en la cabeza de la chica unos segundos mientras miraba la vista los coches que pasaban por ahí, esperando no ver el coche de aquel esperpento. Lyséa miro al joven, sin entender sus ideas, sin saber porqué había pujado en ese momento.
—¿Qué vas a hacerme, señor?
Ambos ojos se alinearon en ese mismo momento en un choque efímero que no dio tiempo suficiente perderse en los orbes ajenos.
—Compañía, quizá.
Espetó levantándose del suelo, ofreciendo su mano para ayudar a la chica. En ese momento el sonido de la puerta abriéndose destrozó aquella pequeña atmósfera prometedora, abriendo paso a los sonoros gritos de Edward. En un rápido movimiento Mikel se levantó y salió de aquella casa, alejando a su buen amigo de allí, susurrando a Lyséa que volvería pronto, aunque a decir verdad, no tenía todas las esperanzas de que aquella chica siguiese allí a su vuelta.
Las horas pasaban con lentitud en aquella gran casa, sin mucho más que hacer que memorizar las paredes, las habitaciones y finalmente los rincones del lugar en el que se encontraba. Sin haberlo querido Morfeo se apoderaba de aquella mente, llevándola a una de sus terribles pesadillas, recordando su más temido pesar.
No veía nada. No escuchaba nada. Aún así sus sentidos le decían que huyese de allí, que nada bueno iba a pasar, que nuevamente la iban a romper, la iban a dejar caer y pisotear después.
— Benvenuto.
Una voz ronca se apoderaba todo el lugar acompañando su son con quemaduras que llegaban al alma de aquella albina, notando como su piel se rompía, desesperada por no caer.
— Divertamoci, carina.
Susurró a la par que anudaba la venda en los ojos de Lyséa, cada vez más fuerte. La mente de aquella joven trataba de escapar, volar, o tan solo... no estar allí. Pero cuando tus miedos y el dolor más profundo se mezclan con la tediosa realidad es imposible huir.
Los cigarrillos terminaban, pero era esa, la mejor parte de toda la tortura a la que la muchacha estaba acostumbrada a sufrir.
Gritos, súplicas, lamentos, plegarias.
Nada de eso servía cuando sus manos eran desatadas, cuando su piel, rota, probaba el frío suelo mientras su cuerpo era doblegado y su alma despedazada. Notaba el dolor cada vez que aquel ser lamía su cuerpo, cada ápice que era tocada, y se deseaba la muerte mientras era embestida, en un ritmo incesante.
El demonio personificado. Aquel ser que agarraba sus manos mientras la profanaba noche tras noche, oliendo su colonia y sintiendo como las gotas del sudor rozaban su cuerpo. Noche tras noche. Rompiéndola cada día un poco más.
Abrió los ojos, alterada, y al notar que unas manos se apoderaban de su cuerpo, en un intento de zafarse, cayó de los brazos de Mikel, el joven, al contrario, se agachó hasta la altura de la joven y con suma delicadeza y rezumando tristeza acarició la cabeza de la chica mientras, Lyséa, contenía las lágrimas.
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Lyséa
RomanceUn famoso prestamista vive haciendo la vida imposible a los demás, con una vida sexual deseada por cualquiera y un éxito empresarial inimaginable. Por consecuencias ajenas termina en un pub de trafico de personas donde, sin saber porque, termina c...