I. Orbes celestes

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-Es para mi un honor recibir a nuevas jóvenes promesas en la Universidad A. E. D. Estamos en un punto crítico de nuestra generación en donde el porcentaje de abandonamiento escolar está por encima del 30%; Esperamos mucho de vosotros, como futuros faros, guiéis a los escolares en no dejar algo de lo que luego podrían arrepentirse toda la vida- El subdirector de la universidad había empezado con el discurso de apertura a los nuevos estudiantes de la universidad. La emoción de cada uno era diferente a la habitual: se veían casi eufóricos y con un pensamiento futuro de grandes esperanzas.

Aquellas emociones le habían atraído bastante a un estudiante de tercer año; que se encontraba apoyado en el marco de la puerta y mirando con interés, a pesar de tener la mirada oculta entre aquel largo y rubio flequillo, la 'actuación' que le era forzada a ejecutar cada año.
Siempre con el mismo discurso. El rubio no podía evitar ir cada año a ver dicho entretenimiento personal para reforzar su sentido crítico en la realidad que unas palabras querían ocultar.

-Veo que te gusta asistir a estas presentaciones- Una voz femenina se acercaba detrás de dicho hombre al que era llamado.

-Nico Robin- Dijo mirando de reojo a la mujer azabache, que se colocaba justo a su lado. -Me ayuda a pensar, me sorprende que los estudiantes todavía crean en esta clase de mentiras-.

-Bueno... No voy a negarte la veracidad que tienes en este preciso momento. No obstante, debo recordarte que ellos aún siguen en la "Burbuja de la Ingenuidad"; Son demasiado jóvenes.- Respondió la azabache con una débil risa entre sus labios. Mientras, el rubio continuaba observando a los nuevos estudiantes con ojo crítico; como si estuviera buscando a una persona en concreto y que, por su rostro serio, no le emocionaría para nada encontrárselo.

Nico Robin notó algo extraño en su compañero. Llevaban conociéndose desde hace tres años por entrar en la misma carrera que el joven rubio.
Solo pudo sonreír al ver como el chasqueo de su compañero, la había alertado de encontrar a la persona que menos ganas tenía de ver.
Era un hombre alto, de tez morena y ojos grisáceos; llevaba dos pendientes de oro en cada oreja y podía observarse unos extraños tatuajes en sus manos.
El mayor no dijo nada más, dejó de apoyarse en el respaldo  de la puerta e inició el recorrido hacia su casa.

-Hace poco leí que los celos son el principio de un asesinato organizado- Mencionó la azabache con una sonrisa agradable en sus labios, dirigiéndose a él. La leve risa que le provocó al mayor la había aliviado, pues sabía que necesitaba algo de humor para quitarle un poco de ese estrés que llevaba encima. -Nos vemos mañana, Killer-.

-Sí- Respondió el mencionado con una débil sonrisa mientras se alejaba del edificio.

La fría brisa lanzaba libremente por el recinto, ondeando en largo cabello del mayor bruscamente. Algunas hojas danzaban en círculos sobre sí mismas; otras revoloteaban vallas caídas por el suelo, árboles partidos por la mitad e incluso muros de uno de los edificios de la universidad derrumbados en el suelo.
Killer se acercó a una de las vallas caídas y observó el paisaje, que la universidad tenía el privilegio de ofrecer al haberse construido en la montaña.

-Y pensar que esto ocurrió hace seis días- Susurró el rubio mientras se sentaba en el suelo para no cansarse de estar todo el tiempo de pie.
La ciudad que se divisaba más abajo parecía haber sido extraído del período de la ruptura monárquica en Francia. Los edificios besaban el suelo destrozados, algunas casas llegaban a tener como mínimo la entrada destrozada y la infraestructura pública estaba casi toda echada a perder.
Aún había el personal de limpieza terminando de eliminar los restos de sangre que quedaban. Eran las cicatrices de una ciudad ignorada por el Gobierno y la autoridad.

Nadie había creído que todo pudo llegar tan lejos.

-Si al menos alguien escuchara el llanto de la ciudad- Una voz aparentemente joven alertó a Killer, haciendo que torciera la cabeza hacia el desconocido que había aportado su punto de vista.

Cabello azabache, ojos café, una cicatriz bajo su ojo izquierdo.

Conocía aquel chico ¿Quién iba a olvidarse de uno de los protagonistas de semejante tragedia?

-El mundo se ha intoxicado con el poder en exceso, D. Monkey- El menor solo suspiró desganado mientras colocaba bien sus manos en la pila de tres cajas que mantenía, haciendo equilibrismo.

-Pues deberían de tomarse un antídoto, no somos tan pobres- Reprochó apretando los labios, haciendo la forma de un puchero. Killer no podía aguantar con esas respuestas tan inocentes, así que se limitó a reír como nunca antes lo había hecho.

Eso incentivo al menor a sentir curiosidad por el motivo de su risa.

-Sí fuera tan fácil ya se lo hubiera hecho beber- Tras esa respuesta, hubo un silencio. No era incómodo, tampoco agobiante; a pesar de no haber hablado mucho con aquel chico, no le desagradaba. Su rostro volvió a dejar de expresar felicidad y miró a los ojos al azabache; mostrando sus orbes celestes. -Lamento lo sucedido-.

Cuando Luffy escuchó aquellas palabras, sintió como si le volvieran a abrir el pecho. Le quemaba, sentía la necesidad de huir de aquel lugar y vomitar, romper en llanto y tirarse del cabello.
Pero no podía hacer eso, no con tantas personas preocupadas por él.

-No fue culpa tuya Killer, debo agradecer mucho a esta universidad por lo bien que me han estado cuidando- Apretó el agarre de las cajas con una sonrisa de oreja a oreja. -Pienso seguir luchando, debo hacerlo-.

-¡Luffy!- Un pelirrojo llamaba al menor a lo lejos, con la mano alzada para poder captar su atención. -¡Trae las cajas por favor!-.

-¡Ya voy!- Respondió el nombrado con una voz agotada por tantas obligaciones. -Debo irme ya, cuídate Killer-.

-Nos vemos mañana- Respondió el rubio volviendo a dirigir su mirada a la ciudad.

-Me alegra que hayamos hablado, al menos una vez-

La sorpresa que tenía en ese momento el mayor era más expresiva que de costumbre. Dió media vuelta sobre si mismo, dando de espaldas a la ciudad, y notó como Luffy estaba ya con el jefe de departamento. Cargó dos de las cajas que tenía el azabache y mientras iniciaban su camino al edificio polideportivo, comenzaron una charla que viendo sus rostros alegres iban a tardar mucho de dejar a parte.
Killer suspiró y volvió a mirar la ciudad. Esta vez apoyando su cabeza en la valla que había continua a la caída.

-No siempre el dolor es externo ¿verdad?- Preguntó al aire mientras miraba con pesadez el cielo celeste. El color que más odiaba ante todo lo demás.

-La mirada de Killer es pacífica y relajante. Haces que me olvide de toda la mierda que llevo encima-

-Podrías haber mentido mejor- Dijo con una pequeña sonrisa formada en sus labios, intentando olvidar aquel recuerdo por el que inició su infierno.

Teoría del más fuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora